Menú
Jorge Alcalde

Trasplante de útero

Menuda papeleta tiene el comité bioético encima de la mesa. Esperemos que decida sabiamente.

El comité ético del Hospital de La Fe en Valencia y la Consejería de Sanidad de esa comunidad autónoma ya tienen encima de la mesa la solicitud de un grupo de médicos para realizar el primer trasplante de útero de la historia de la medicina en España. Este tipo de trasplante sólo se ha realizado tres veces antes. El primero en Arabia Saudí, el segundo en Turquía y el último en Suiza (este, además, entre una madre y su hija).

Trasplantar un útero no es nada fácil. Tampoco está claro que sea ético. Empecemos por las dificultades técnicas.

El útero es un órgano muy peculiar. Para cumplir su función (que es para eso para lo que se trasplanta) de albergar una vida humana debe ser capaz de aumentar de tamaño más de tres veces , y con él los vasos sanguíneos que lo riegan. Este órgano, al contrario de lo que ocurre con otros como el corazón, no recibe la sangre de grandes canales arteriales sino de una infinidad de pequeñas venas en red. Por eso el trasplante es una obra de fina ingeniería que debe garantizar el suministro de sangre a través de microcanales, y que esos microcanales no dejen de funcional al expandirse el área que cubren durante el embarazo.

Es evidente que la técnica exige el trasplante desde una donante viva y en condiciones de que su útero sea reproductivo. Eso limita considerablemente el acceso a donantes. El riesgo de rechazo es similar al de otros órganos (entre un 20 y un 30 por 100). Una peculiaridad técnica aún más compleja y excluyente es que las mujeres que reciben un útero han de esperar dos años al menos para poder quedar embarazadas; después se someterán a un programa de fertilización in vitro. Tendrán unas posibilidades de entre un 20 y un 25 por 100 de gestar con éxito y podrán concebir un máximo de dos hijos: una vez nacido el segundo, se les volverá a extraer el útero. Ninguno de los casos previos ha terminado aún en un embarazo con éxito.

Esta complejidad técnica dificulta mucho también el trabajo de los comités de bioética que deben aprobar las intervenciones. Hay que tener en cuenta que para que se apruebe un trasplante, éste debe ser fundamental para la supervivencia del paciente o mejorar de manera clara y objetiva su calidad de vida de un modo más eficaz que cualquier otra alternativa. Hay que evaluar las posibilidades reales que esa mejora supone y enfrentarlas a los riesgos para el paciente y el donante. Sin contar con el análisis coste-efectivo de la técnica, comparada con otras alternativas terapéuticas.

En este caso, el riesgo para la donante no es desdeñable. No sólo debe prepararse para vivir el resto de su vida sometida a una medicación y un control clínico, sino que no está claro que no pueden existir complicaciones graves también en la persona que dona. La receptora, por su parte, ha de someterse a una agresiva terapia inmunosupresora para evitar el rechazo y a una doble operación de alto riesgo (el implante, primero, y la extracción, a los pocos años). No conocemos cómo puede afectar esta terapia a su capacidad reproductiva y a los hijos que pudiera concebir. Además, se supone que estos trasplantes serían útiles para mujeres en edad avanzada o con graves enfermedades que les obligaron a sufrir una extracción de su órgano reproductor. En esos casos, los años que transcurren desde el trasplante hasta el primer posible embarazo juegan en contra de las posibilidades de éxito.

Tener hijos es el mayor milagro del que la naturaleza nos ha dotado y una experiencia de la que no se debería privar a ninguna mujer que desee pasar por ella. El avance de la medicina en la consecución de que cada vez más mujeres puedan llevar a buen término su necesidad vital de ser madres ha sido espectacular en los últimos años. Pero en ocasiones la ciencia nos enfrenta a fronteras de difícil franqueo. ¿Es el trasplante de útero una necesidad médica tan palpable, que compense afrontar sus muchos riesgos? ¿No existen otras alternativas para el logro del inalienable derecho a la maternidad, tanto biológica como subrogada? ¿No asistimos en ocasiones a una especie de carrera médica por lograr el trasplante más extremo (con el prestigio que ello reporta a la entidad que lo practica), encarnizando la labor curativa hasta extremos más allá de lo deontológicamente razonable?

Menuda papeleta tiene el comité bioético encima de la mesa. Esperemos que decida sabiamente.

En Tecnociencia

    0
    comentarios