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Jorge Vilches

El sentido de la cacería

El elector cree que sólo le queda el mal menor: este Gobierno que no ha tenido nada que ver en la crisis y que con sus políticas sociales trata de paliar los males que otros han causado. Éste es, y no otro, el sentido de la cacería anticorrupción.

La crisis ha coincidido con un cambio de estrategia en el PP. Al tiempo que el desempleo se dispara y la economía está hecha trizas, los populares de Rajoy deciden adoptar un comportamiento y discurso marcados por la suavidad. El PP de Génova considera que cuanto menor sea el grado de presencia callejera y más templadas sean las voces contra la política gubernamental, mayores serán sus posibilidades en las urnas.

La estrategia es arriesgada. En una situación de crisis como la actual se produce un malestar creciente entre la población; esto es, el electorado. Un partido de la oposición, aquí y en cualquier democracia liberal occidental, trata de recoger el descontento y en convertirse en el portavoz de los que sufren la crisis, en la esperanza electoral. La clave está en encontrar el instrumento que permita recoger ese sentimiento y que los electores tomen al partido opositor como el remedio, como la fórmula salvadora.

Para que esto ocurra, la imagen del partido de la oposición debe ser el conjunto de virtudes de las que carece el Gobierno que ha generado la crisis o que no sabe solucionarla. En el caso español, ninguna de estas circunstancias tiene lugar. Por un lado, el PSOE ha conseguido eludir la responsabilidad de la mala situación económica achacando a los Estados Unidos de George W. Bush la debacle mundial. Este argumento ha tenido un efecto inmediato porque se ha señalado como culpable al malo habitual. En este orden de cosas, el Gobierno de Zapatero se ha apuntado la victoria de Barack Obama como propia, en tono mesiánico, lo que apuntala la idea del origen único de la crisis en Estados Unidos. Por su lado, el PP se ha apuntado a esta tesis, lo que le anula para desarrollar un discurso económico alternativo, acusador y efectivo.

Añadido a esto, los socialistas han conseguido eliminar la posibilidad de que el PP haga alarde de su mejor baza: la gestión eficaz e impoluta. Para lograr este fin el Ejecutivo utiliza dos agentes demoledores: la prensa afín y la justicia. La primera ejerce una labor de propaganda formidable: mensajes sencillos, directos, emotivos y bien construidos. Y lanza una carga de profundidad contra la estructura del PP: existe una red de espionaje entre los mismos líderes populares. El mecanismo es simple: el adversario se debilita alimentando las ambiciones y los recelos entre sus filas.

El segundo agente es la justicia: la Fiscalía y el juez Garzón de la Audiencia Nacional. El mensaje es claro: mientras familias enteras se han quedado en el paro y un millón de ciudadanos está ya sin subsidio, los líderes locales del PP se han llenado los bolsillos de forma fraudulenta. Con esto abren telediarios, informativos y primeras planas. De esta forma se evita la posibilidad de que el PP aparezca como el partido de las virtudes públicas y la alternativa al PSOE. La maniobra hace concluir al elector que sólo le queda el mal menor: este Gobierno que no ha tenido nada que ver en la crisis y que con sus políticas sociales trata de paliar los males que otros han causado. Éste es, y no otro, el sentido de la cacería anticorrupción. Claro que también así se las ponían a Fernando VII.

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