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Después de ubicarse correctamente en el mapa, la rama criminal del nacionalismo vasco ha asesinado a 192 ciudadanos españoles. Los han matado sólo por eso, por ser españoles. Y no hay que suponer el más mínimo sentimiento de culpa en las conciencias de los que han segado esas vidas inocentes. El odio obsesivo a España ha sido el único alimento espiritual que han recibido sus mentes enfermas a lo largo de toda su existencia. Son hijos del fanatismo nihilista, el producto más destilado de las cloacas del resentimiento aldeano en las que germina el narcisismo identitario. Desde la cuna, hasta la celebración de su hazaña de ayer en alguna sórdida erriko taberna, la ira patológica y cainita del díos tribal que exige sacrificios humanos a sus sacerdotes no ha dejado de proyectarse sobre ellos ni un solo instante. Hoy, en el pudridero de la Historia, Sabino Arana debe sentirse orgulloso de la obra de sus nietos.
 
Los jefes de ETA, Ternera y Antza, son asesinos y tarados, pero no tan idiotas ni imprudentes como alguno de sus amigos políticos. Porque hay una racionalidad estratégica impecable detrás de cada uno de esos 192 cadáveres de españoles que han decidido poner encima de la mesa. ETA quiere forzar el diálogo con el Ejecutivo porque sabe que en el escenario que se avecina esa pretensión pudiera no ser, ni descabellada ni imposible de alcanzar. El pacto de Lizarra-Perpiñán se asienta en la pretensión de minar todos los fundamentos de la legitimidad de los Poderes del Estado. Ellos, los terroristas, son la vanguardia armada del desafío a las instituciones. Y en su proyecto para dinamitar, no un tren, sino el orden constitucional, más que nunca la banda dispone de suficiente cobertura política e ideológica entre sus cómplices explícitos, socios estratégicos y aliados objetivos, tanto en el País Vasco como en Cataluña.
 
La retaguardia respetable, legal e institucional de los asesinos, todavía no ha acusado al Gobierno de ser el responsable de esas 192 muertes. ¿Cuánto tardarán en hacerlo? ¿Días? ¿Horas? ¿Cuánto esperarán hasta recibir en sus despachos oficiales a los amigos y novias de los que han colocado las bombas? ¿Meses? ¿Semanas? ¿Cuándo empezarán a escribir que crispa el ambiente criminalizar a los criminales? Justo el tiempo necesario para que se sequen las lágrimas de cocodrilo que están imprimiendo ahora mismo. Ni un segundo más.
 
El instante histórico de más intenso acoso político de los nacionalismos periféricos contra la integridad de España, no por casualidad, coincide con el mayor atentado del terrorismo nacionalista contra los españoles. Se avecinan tiempos difíciles para nuestro país. Hoy ha sido el crimen sanguinario de unos. Mañana será el chantaje político de los otros. Pasado, la amenaza de incumplir las leyes de los de más allá. Tal vez haya llegado ya el momento del gran compromiso patriótico entre los dos grandes partidos que representa a la inmensa mayoría de los españoles. La hora de que se unan para pilotar juntos la nave del Estado a través de la tormenta de sangre, hipocresía y deslealtad que quiere asolar la nación. La hora de España.

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