La ventaja que tienen las ministras de la cuota y los ministros del coto es que pueden barbarizar y desatinar sin que a los analistas reparen ya en ellos. El presidente tiene prioridad, por ser tal y por disparatar más que nadie. La de sanidad sólo se despierta para negar evidencias ligadas al pollo (la salmonela en verano, ahora la gripe); la de la vivienda promete una renta a los propietarios sin inquilinos; el de la nada indigna a Europa con el asunto de la inmigración. Y nada, no hay tiempo para retratarlos.
Porque lo grave es lo de Rodríguez, el más insensato de todos, que ha propiciado, cocinado y forzado el acuerdo del Parlamento catalán que impone un sistema confederal sin nombrarlo, la fragmentación del poder judicial sin disimularlo, la invasión de la esfera privada de los catalanes sin avergonzarse y el remake de El nacimiento de una nación sin pagar derechos a los herederos de Griffith.
Es inútil discutir sobre lo que es o no es una “nación”. Conduce a la tautología, los argumentos dibujan un bucle. Todo se reduce a esto: Cataluña es una nación porque es una nación. ¿Comunidades de lengua, tradición y geografía? Monsergas románticas. La nación sólo existe cuando existe la capacidad de imponer su existencia al entorno y de abortar las tentativas internas de descomponer su estructura de poder. Por eso la peor forma de mentir en este asunto es la de Rodríguez, que se aferra a lo primero (es un concepto discutido y discutible) para desconocer su responsabilidad en lo segundo (preservar lo que se ha encontrado). No hacerlo lo puede convertir en un traidor. No es un insulto, es una descripción. Su traición no sería meditada sino fruto de la negligencia, el adanismo, las limitaciones personales.