Tommy Docherty solía decir que "la junta directiva ideal debe estar compuesta por tres hombres: dos muertos y un agonizante". Cuando de la fauna directiva se trataba, la fina ironía de este trotamundos escocés se convertía en especialmente hiriente y maliciosa. Lo que pretendía en realidad Docherty era marcar abiertamente su territorio levantando un muro verbal a base de abundantes dosis de cinismo y descaro, y lo que quería transmitir a los aficionados es que, aunque a fin de cuentas todos ellos eran un mal necesario, los dirigentes no tenían en realidad nada que ver con el juego del fútbol, simplemente se quedaban al margen como auténticos convidados de piedra.
Como aquel día que, en referencia a Doug Ellis (presidente del Aston Villa), hizo las siguientes declaraciones: "Me dijo que estaría detrás de mí, y yo le respondí que prefería tenerlo enfrente para poder verlo". No podía existir mayor desconfianza. No sé qué pensaría Docherty si conociera lo que está sucediendo ahora mismo en la directiva del Fútbol Club Barcelona. Cuando parecía que Joan Laporta había pacificado el equipo de fútbol después de cuatro temporadas negras, el descontrol le ha llegado de un lugar insospechado. El nombramiento de Valero Rivera como director de secciones, y su exigencia de convertirse también en máximo responsable del baloncesto culé, han provocado la destitución del anterior secretario Antonio Maceiras, relevado a su vez por Manuel Flores, y la rotunda negativa de Svetislav Pesic, sustituido a última hora por Joan Montes, a seguir trabajando bajo esas condiciones.