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Juan Manuel Rodríguez

Otra historia de amor en la Verona americana

Una generación completa de magníficos boxeadores languideció a la sombra del gran Muhammad Ali; y no me refiero únicamente a la forma de pelear. Muchos de ellos se fueron al otro barrio pensando que le faltaba un tornillo o había recibido un mal golpe que acabó por trastornarle. Uno de los grandes de esa época fue Joe Frazier. Los tres combates que protagonizaron ambos púgiles pasarán sin duda a los anales de la historia. Ali fue mejor, en líneas generales, sobre el ring, pero donde el campeonísimo no encontró rival fue de las doce cuerdas para afuera. Para Frazier resultó humillante que le llamara “Tío Tom” o que le definiera como “blanco honorario” al servicio de las estructuras de poder. Un día Joe fue a pedirle humildemente consejo y Ali le contestó: “pierde peso y pásate a los semipesados”. En uno de los combates que ambos protagonizaron, Clay empezó a trastabillar como un borracho; Frazier fue incapaz de irse por él y se le quedó mirando, perplejo y ensimismado: no sabía si estaba realmente tocado o era otro de sus “shows”... ¿Lo era?

Habrán sido los genes —además del tradicional instinto americano para hacer buenos negocios— quienes muchos años después han reunido en el Casino Turning Stone de Verona, en la ciudad de Nueva York, a Laila Ali y Jacqui Frazier. A la hija de Joe, mucho mayor que Laila, la convencieron allá por 1999 para que se pusiera por primera vez unos guantes. Accedió por el simple hecho de ver feliz a su padre: se encerró en un gimnasio y los genes descubrieron que era una fenomenal fajadora, una trabajadora del ring. Laila, no; Laila deseaba boxear más que nada. La hija pequeña del “rey del mundo”, dieciséis años más joven que su oponente, se impuso a los puntos. Jacqui aguantó los ocho asaltos pactados y, veintiséis años después del combate de Manila, Ali volvía a imponerse a Frazier aunque en esta ocasión con cuerpo de mujer: 3-1 para la familia Clay.

Resultó una velada interesante y nostálgica, otra forma de recuperar aquellos años de oro del boxeo. Muhammad no pudo asistir en directo pero aconsejó a su hija que tuviera cuidado con las distancias y se protegiera de los ganchos. Joe Frazier sí estuvo acompañado por su mujer. Aunque han pasado treinta años sigue llevando muy mal que Ali le llamara “Tio Tom”; fue injusto porque él, como tantos otros, surgió de los barrios más humildes. Pero Ali era Ali. Patterson dijo hace tiempo: “al final comprendí que yo no era más que un boxeador y que él, en cambio, era historia”. La misma resplandeciente historia que volvió a vibrar el otro día en la Verona americana. Un gesto de amor de Laila y Jacqui hacia sus padres.

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