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Mi deseo deportivo para el año que ahora comienza es que el prestigio y la aparente influencia de Ángel María Villar Llona en FIFA y UEFA vayan acompañados —¡por fin!— del éxito de nuestra selección nacional. No quiero para el presidente de la federación ningún traspiés en su trabajada ascensión a la cima, ya quede establecida ésta a la diestra de Joseph Blatter o Lenart Johansson, pero sí me agradaría que su estrella en los despachos fuera paralela a la que pudiera tener algún día nuestro equipo nacional. Lo digo porque en el Mundial de 2002 nos torearon (así como suena, con ¡olés! incluidos de los coreanos) y Villar, más allá de alguno de esos gestos politiqueros que no conducen nunca a nada práctico, permaneció inmoto en su asiento, ocupando similar despacho y con sus perspectivas personales de poder intactas.

En el Mundial nos robaron la cartera y nosotros, cornudos y apaleados, lejos de armar la marimorena, nos volvimos con el rabo entre las piernas, como si aquella circunstancia de que a España, cuna de extraordinarios toreros, la torearan fuera de los cosos nacionales, se hubiera convertido en otra tradición. Y ojo que no estoy diciendo que las grandes potencias futbolísticas logren sus éxitos en los despachos; lo que digo es que a Brasil, campeona a la postre, Alemania, Italia o Argentina, jamás les habrían hecho lo que a nosotros. Por eso reclamo que a nuestro equipo nacional de fútbol le vaya en 2003 tan bien como a Ángel María Villar. Eso sería más que suficiente.

Y ahora que hacemos balance, lo que no puede ocultar la “egipcia” que nos hicieron en el Mundial oriental es que, desgraciadamente, no hay selección. Nuestras esperanzas previas a la gran cita deportiva del año fueron diluyéndose a medida que José Antonio Camacho —hoy, entrenador del Benfica portugués— se deformaba por el camino, afectado por el mismo virus de Javier Clemente. Se esperaba mucho de Camacho, y la decepción de nuestro mal juego fue paralela (ahora sí) a la personal. ¡Qué gran desilusión!... El Mundial empezó como un dislate y cuando quisieron arreglarlo ya era demasiado tarde.

Espero que Iñaki Sáez (a quien muchos apodaban como “el breve” desde el preciso momento en que le estaban eligiendo) dure en el cargo. No podrá frustrar ninguna expectativa porque creo que ya no existen. Y eso es bueno. Sáez no ha inventado el fútbol, como sí sucedía en los casos de Javier Clemente y José Antonio Camacho. Irá, por tanto, con mucho tiento, con los pies pegados al suelo. Y así la caída será menos dura.


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