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Juan Manuel Rodríguez

Setenta y dos llamadas perdidas

El lanzador de peso Manuel Martínez, conocido como “Supermán Martínez”, escultor en sus horas de ocio y lector del gran José Hierro, acaba de obtener la medalla de oro en los Mundiales de Birmingham tras imponerse al temible Godina. Es esta especialidad del lanzamiento del peso una auténtica fiesta de concentración y chirladores que se desgañitan, voces de trueno que salen del alma en pos de cinco centímetros menos, un desfile de pavos reales de ciento treinta kilos que despliegan sus plumas de colores estufándole a voz en cuello a sus rivales un alarido cavernoso y penetrante. Es como el quiquiriquí de los gallos, un “aquí estoy yo me cago en diez” que eleva, primero, y aleja más tarde el peso hasta que uno lo pierde allá en lontananza. Luego el grito pelado se transforma, ante la visión de un buen lanzamiento, en un rugido de satisfacción. El de Manolo fue un extraordinario rugido, un rugido sensacional, a qué negarlo, tras comprobar que el peso alcanzó los veintiún metros y 24 centímetros.

Manolo viene siendo víctima propiciatoria y constante de una política deportiva que ofrece un alarmante encefalograma plano. La última vez que tuve el placer de coincidir con él en León (claro) le pregunté por el chamizo en el que se veía obligado a entrenar. “Supermán” esperaba en vano la creación del prometido Centro de Alto Rendimiento que debería caerle del cielo, como un maná subvencionado y previamente presupuestado por nuestras autoridades deportivas. Si el campeón del mundo de lanzamiento de peso hubiera tenido que esperar para prepararse hasta tener el CAR nunca podría haberle himplado a la cara a Godina, como una pantera hace con su presa advirtiéndola de que es el “rival más débil” de la cadena alimenticia.

Lo más espeluznante del caso es que, nada más aterrizar el peso en esos 21,24, el móvil del atleta olvidado se arrancó en una ceremonia de “bips-bips” hasta alcanzar la cifra de setenta y dos llamadas perdidas. ¡Setenta y dos!... Una de ellas era, según cuentan, la del afamado crítico cinematográfico Juan Antonio Gómez Angulo a la sazón —si el tiempo lo permite— secretario de Estado para el Deporte. Yo le llamé el año pasado cuando en los Campeonatos de Europa no tuvo premio y nos dejó a todos con la miel en los labios. Hoy no. Para felicitarle ya hay cola. ¿Qué número habrá hecho la llamada de J.A.G?

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