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El "loco de Arrigorriaga" dice adiós. Nunca supe a qué se debía lo de "loco" (probablemente a su forma de golpear la bola, como si en ello le fuera la vida) porque el tenista Alberto Berasategui me ha parecido siempre un hombre bien sensato. Tan cuerdo como para no querer arrastrarse durante más tiempo por las pistas; lo suficientemente sensato como para percibir que se acabó lo que se daba, que ya no queda más gasolina. Juan Corbalán dejó de dirigir la orquesta (porque Juanito no jugó nunca al baloncesto, en realidad fue músico) cuando le dieron la noticia de que iba a ser padre. Alberto recibió esa misma buena nueva hace cuatro meses, y quizás no quiera que su hijo le vea "bajando a la mina" de las previas, luchando por entrar entre los 150 mejores jugadores del mundo. De Arrigorriaga sí, pero de loco nada de nada.

¿Por qué me paro en Berasategui? Por una cuestión estrictamente personal. Recuerdo el Roland Garros del 94 como si fuera ayer y también aquella forma indómita de jugar al tenis. Hacía tiempo que no presenciaba una cosa igual. Alberto era imparable (aunque luego le frenara en la final el aristocrático juego de Sergio Bruguera). Golpeaba la bola como si le debieran dinero y abría unos ángulos imposibles. Estaba a punto de mandarle a París un exorcista cuando el afable Manolo Orantes me contó el secreto del vasco: "No cambia el grip. Lo mismo le da golpear de drive que de revés. Simplemente no gira la empuñadura". Berasategui había pasado por la escuela del gran jugador granadino afincado en Barcelona, y le pregunté: ¿Y por qué no le puliste ese defecto? "Quise hacerlo", me contestó, "pero perdía los partidos... Pegando así los gana todos".

¿Por qué me sigue pareciendo significativa la retirada de Alberto? Primero por su edad: tiene 28 años y aunque el proceso de envejecimiento ha sufrido un proceso de aceleración en el circuito, no puede decirse que sea un veterano. Segundo por su significado: creo que Berasategui fue un magnífico Sancho de aquel Quijote llamado Bruguera, incomprendido en ocasiones y dedicado a derribar demasiados molinos de viento. En aquella final de 1994 sólo podía ganar un español y aquello fue un orgullo para todos.

Seguro que Alberto Berasategui se va con la misma sensación que tengo yo. Aquella forma de golpear la bola era la de un gran campeón. Pero en algunas ocasiones el deporte escribe guiones "a lo Ingmar Bergman"... ¿Y eso duele?, continué preguntándole a Orantes sobre la forma tan peculiar de coger la raqueta que tenía "el loco". "Que yo sepa sólo le duele al otro".

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