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Juan Morote

Días de persecución

Hace muchos años que en España estamos inmersos en una ofensiva laicista y laizante, a la que no hemos sabido hacer frente los católicos, y que ha impregnado una parte de nuestra Iglesia.

Nos hallamos en días de persecución y hostigamiento. Esto parece ser lo que marca el signo de los tiempos actuales respecto a los católicos. La fe católica sólo puede racionalmente basarse en la libertad, por ser el don más alto que Dios dio al hombre, le hizo libre para negarle o seguirle, para respetarle o perseguirle. Sin embargo, en el seno de la Iglesia todavía hay quién no se ha enterado de dónde le viene el aire. Hace muchos años que en España estamos inmersos en una ofensiva laicista y laizante, a la que no hemos sabido hacer frente los católicos, y que ha impregnado una parte de nuestra Iglesia. Es evidente que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha puesto todo su empeño en minusvalorar instituciones básicas de la estructura social como la familia. No es menos cierto que ha desnaturalizado la institución matrimonial, ni que ha malbartado el vínculo paterno filial; no obstante lo anterior, el Gobierno no es el único responsable.

Si nunca podemos confiar en que nuestros problemas los resuelva el Gobierno, debemos evitar la tentación de echarle acríticamente la culpa de los mismos. Los católicos, entre los que, por supuesto, me incluyo, llevamos décadas perdiendo el tiempo en resaltar lo que nos separa en lugar de hacer hincapié en lo mucho que nos une. Hemos convertido, en demasiadas ocasiones, el postconcilio en ocasión de criticar y señalar como ontológicamente diferentes a asociaciones de fieles, congregaciones, movimientos, laicos y clérigos, cual si no formásemos todos parte de una misma realidad. Estas dinámicas se han visto alentadas por dos factores: el corporativismo y la maledicencia clericales. Todo esto incide en la posición de debilidad que el colectivo católico ofrece en cuanto a tal.

El Gobierno de Rodríguez Zapatero, el PSOE en su conjunto y con sus adláteres, tanto como buena parte del PP, se sienten muy incómodos con la Iglesia Católica y su doctrina porque supone un referente moral en forma de espejo, en el que muchos de ellos recordarían a Dorian Grey. Simultáneamente y cada vez más, la Iglesia está incrementando su dependencia económica de las diferentes administraciones públicas, error que acabaremos pagando caro. Muchos feligreses tristemente concluirán que es el Estado quien tiene que sacarles de sus dificultades atinentes a la Fe o al culto. He aquí una de las perversidades del estado socialista occidental al uso, que gobernado por uno u otro partido, acaba aletargando cualquier estructura intermedia vertebradora de la sociedad civil, y la Iglesia católica no va a ser una excepción.

Del mismo modo que Hernán Cortés jamás hubiera vencido a Moctezuma sin la ayuda de los pueblos indígenas, nunca un Gobierno será capaz de desterrar una religión si sus feligreses se hallan unidos y en comunión con quienes marcan la doctrina. En los ataques que está sufriendo la Iglesia, hay un autor intelectual: los políticos de izquierdas de todos los partidos; hay un cooperador necesario: los fariseos del siglo XXI que reparten certificados de catolicidad; y muchos cómplices: todos los que siguen pensando que el Estado ayuda más que perjudica. Las víctimas son los de siempre: todos los hombres de buena voluntad, no sólo los católicos, por cuanto el empobrecimiento espiritual de una gran parte, también lo es del todo. Seguiremos rezando: Ut unum sint.

Normalmente cuando alguien cría cuervos acaba teniendo muchos, al menos si se dedica a ello con entusiasmo. No todos los cuervos son malos, ni todos son de mal agüero, fueron cuervos quienes protegieron el cuerpo sin vida de San Vicente Mártir para que no fuera devorado por otras alimañas.

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