Juan Luis Cebrián ha afirmado en El Escorial que la recuperación de la memoria es “un derecho de todas las personas”, escandalizándose de que “a alguien se le niegue el derecho a desenterrar a su abuelo”. Hablaba, claro está, de la llamada “memoria histórica”, es decir, del conocimiento veraz del pasado. Nadie podrá estar en desacuerdo con tan virtuosa exposición: recuperar la verdad sobre el pasado común es un derecho elemental. Por desgracia, él y su empresa han conculcado de modo muy reiterado ese derecho, difundiendo con obstinación versiones del pasado probadamente falsas, y censurado inquisitorialmente otras mucho más próximas a la verdad. ¿Anuncian las palabras del señor Cebrián un cambio de conducta? Para ser sincero, me temo que no.
Lo mismo puede decirse de su edificante observación sobre el “derecho a desenterrar al abuelo”. Pero ¿quién niega ese derecho? Nadie. Él alude con tan buenas palabras a las campañas en marcha, bien arropadas con dinero público, para falsear el pasado y desenterrar más odios que huesos. El fraude reviste tres formas, empezando por la pretensión de reducir la historia de la guerra a su aspecto más tenebroso, el terror. Hubo mucho más que eso. En segundo lugar se da la máxima publicidad y detalles a los crímenes cometidos por el bando derechista durante la guerra, y dejando en la oscuridad los perpetrados por las izquierdas, tanto contra las derechas como entre ellas mismas. De este modo la realidad queda radicalmente desvirtuada y se provoca el rencor contra los “asesinos” y sus descendientes, identificados con el PP. El tercer embuste de base consiste en la argucia con que se justifican los corruptores de la memoria: durante cuarenta años las únicas víctimas recordadas habrían sido las de la derecha, y ya es hora de hacer lo mismo, y honrar, a las del otro bando. La realidad es la opuesta. Desde los años 60, por lo menos, el franquismo puso poco énfasis en el recuerdo de la guerra. Y después de la transición, y aun antes, han sido las víctimas izquierdistas (salvo las causadas por las mismas izquierdas) las recordadas y homenajeadas incesantemente. Baste citar la explotación hasta la náusea del asesinato de García Lorca. Por cierto, a esa explotación demagógica se ha sumado la propia derecha, sin exigir una reciprocidad que ni siquiera ha sido insinuada por la izquierda.