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Pío Moa

El problema principal es el PNV

El problema de la ETA está sobrevalorado. En realidad, sólo se trata de cuadrillas de pistoleros, desarticuladas muchas veces. Si esas cuadrillas tienen en jaque al país se debe, aparte del efecto multiplicador prestado a sus acciones por los políticos y la prensa, a su capacidad para rehacerse tras cada golpe recibido. Esa capacidad provino antaño del “santuario” francés y de la ayuda de la izquierda y, en especial, de un sector de la Iglesia vasca. Pero hace ya mucho que su base principal de recuperación está en el conglomerado nacionalista, en especial el PNV (y parte de la Iglesia, pues). El problema, por tanto, seguirá mientras miles de jóvenes sean manipulados desde la escuela con una venenosa falsificación de la historia, caldo de cultivo para nuevas promociones de asesinos; mientras el PNV mantenga su permanente campaña de desprestigio y boicot hacia la democracia y las fuerzas de seguridad nacionales; mientras el poder autonómico, aparte de inhibirse ante los asesinos, tolere, proteja y subvencione al entramado de asociaciones proetarras.

En ese contexto, ¿qué significa la reciente desarticulación de una cuadrilla etarra por la Ertzaintza? Ante todo, que ésta puede actuar contra ETA sin necesidad de información de las policías nacionales (información muy arriesgada, debido a la indudable infiltración de la Ertzaintza por la ETA). Además el PNV está acumulando, probablemente, información sobre sus socios, con vistas a utilizarla en el momento oportuno, cuando el esperado reparto de las nueces se transforme en reparto de castañas, como seguramente ocurriría.

Las reyertas entre PNV y ETA-Batasuna nacen de que cada cual intenta instrumentalizar al otro en función de objetivos finales opuestos, unos de ultraderecha antidemocrática y racista, y los otros de ultraizquierda. Por ello el PNV propone aplazar las riñas por el reparto de los frutos de la sangre, y mantener entre tanto una unidad táctica en pro de la llamada autodeterminación: una nueva tregua y nuevo pacto de Estella o, al menos, como ha sugerido Arzallus, que los atentados se cometan fuera de Vasconia. La táctica parece racional, pero cada socio tiene sobrados motivos para desconfiar del otro, y para impedirle, desde ya, adquirir una hegemonía que decidiría la parte del león el día del reparto.

No debe esperarse que estas desavenencia conviertan al PNV en un partido moderado y democrático. Las sangrientas nueces lo han contaminado sin remedio, y su responsabilidad en las recuperaciones del terrorismo, en la fanatización y envilecimiento moral de buen número de vascos, en la creciente fractura social de Vasconia, le empuja por un camino de muy difícil retorno. Ojalá no fuera así, pero sería un grave error cerrar los ojos a la realidad y diseñar una política en función de deseos ilusorios.

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