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Thomas Sowell

Peligrosa demagogia

El mundo de John Edwards, como el de Barack Obama, es un mundo de víctimas cuyos salvadores son, mire usted por dónde, ellos mismos.

La mayor parte de los horrores del siglo XX –que fueron bien numerosos– no habrían sido posibles sin la demagogia o la propaganda engañosa. Casi todo el mundo tiene demasiado sentido de la decencia y demasiado sentido común como para aceptar esos horrores a menos que alguien encuentre la manera de desconectar su cerebro y hacerles escuchar sólo a sus emociones. Así es como Jim Jones lideró a cientos de personas hasta su muerte en Jonestown. A una escala mucho mayor, así es como Lenin creó un régimen genocida en Rusia, así como Hitler en Alemania y Mao en China.

Aún así no parecemos ser más conscientes de la necesidad de mantenerse alerta frente a la demagogia en este siglo XXI de lo que lo eran quienes admiraban fervientemente a Adolf Hitler en los años 30 o quienes creyeron en otros muchos demagogos, grandes y pequeños, en todo el mundo a lo largo del turbulento siglo XX.

Muchas personas encuentran emocionante que el mantra del "cambio" esté sonando a lo largo y ancho del país en este año electoral. Pero hagamos lo que los políticos esperan y desean que no hagamos jamás: pararnos a pensar. Es dudoso que haya un solo humano en todo el país que esté satisfecho al 100% con todo lo que está sucediendo. En otras palabras, todo el mundo está a favor del cambio. La verdadera diferencia entre progresistas y liberales se encuentra en qué cosas específicas quieren cambiar, y en qué sentido. Milton Friedman, por ejemplo, fue el principal pensador liberal-conservador de su tiempo, pero quería cambiar radicalmente la Reserva Federal, el sistema escolar y el sistema fiscal, entre otras cosas.

Todo el mundo está a favor del cambio. Difiere en los detalles. Reunir a los electores tras el mantra imprudente del "cambio" significa pedir un cheque en blanco a cambio de retórica. Ese acuerdo se ha firmando muchas veces en muchos lugares, y millones de personas han sobrevivido para lamentarlo. No es demasiado pedir a los políticos que entren a hablar en detalle sobre nuestros problemas en lugar de intentar adormecer nuestro razonamiento y estimular nuestras emociones con retórica de altos vuelos. Los optimistas podrían incluso esperar alguna consistencia lógica y resultados.

Barack Obama dice que quiere "curar a América y arreglar el mundo". Uno se pregunta qué hará cuando le pidan un bis y si descansará o no al séptimo día. Que tengamos a tanta gente dispuesta a dejarse arrastrar por semejante retórica es un peligro enorme, dado que significa que el destino de esta gran nación está en riesgo de caer en manos de cualquier demagogo habilidoso que se presente a las elecciones. Obama dice que quiere "curar" al país mientras al mismo tiempo promueve la idea de que buena parte de sus habitantes son víctimas por las cuales luchará. Incitar a la división al tiempo que se clama por la unidad es algo que sólo se puede hacer en el mundo de la retórica.

No obstante, el senador Obama no tiene el monopolio de la demagogia. El ex senador John Edwards lleva más tiempo jugando a lo mismo en el escenario político, aunque no de una forma tan eficaz. Edwards se hizo con una fortuna en los tribunales, representando a bebés con defectos congénitos a los que presentaba como víctimas de los médicos que los trajeron al mundo. El precio de tal demagogia ha superado con creces las decenas de millones de dólares que Edwards se embolsó gracias a jurados crédulos.

Esas demandas basadas en la ciencia basura han elevado el precio de la atención médica, no sólo directamente sino aún más de manera indirecta, llevando a un incremento de los partos por cesárea y demás prácticas de "medicina defensiva", realizadas para que los médicos se cubran las espaldas, no para proteger al paciente.

El mundo de John Edwards, como el de Barack Obama, es un mundo de víctimas cuyos salvadores son, mire usted por dónde, ellos mismos.

Lo que asusta es el poco interés que la opinión pública y los medios tienen en el verdadero historial de los salvadores políticos y los paladines del "cambio", así, en general. Estados Unidos no es la Rusia zarista ni el Irán del shah, donde la gente podría pensar que todo cambio tenía que ser para mejor. Pero hasta en esos países despóticos, los cambios –hacia el comunismo y los ayatolás– empeoraron notablemente las cosas.

Ya va siendo hora de que los electores pidan detalles en lugar de retórica que enciende sus emociones y desconecta su cerebro.

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