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Luis Hernández Arroyo

La gran mentira de Hungría

Hace años me advertía un amigo sobre las trapisondas contables que estaba viendo en algunos países ex comunistas: las privatizaciones, pieza esencial de la adaptación a Occidente, eran un mero artificio contable.

¿Qué va a hacer la UE con Hungría? ¿Soterrar el caso, como hizo cuando se supo que Grecia había falsificado las cifras de deuda y del PIB para entrar en el euro? Si se le consintió a Grecia –y a otros, como Italia–, ¿por qué no a Hungría? Difícil asunto, que podría convertirse en una crisis contagiosa a otros países de la zona, como Argentina cuando estalló la burbuja del currency board. Porque la crisis argentina fue eso: una especulación basada en la ficción de un tipo de cambio indefendible, como demuestran los estratosféricos diferenciales de interés internos que malamente intentaban mantener ese cambio, hasta que ya no se pudo hacer nada más.

Hungría ha incumplido sistemáticamente sus promesas fiscales y de ajuste. Lo dicen las cifras oficiales, pero no vamos a citarlas, pues el primer ministro ha reconocido que llevan años mintiendo. Por lo tanto, ¿qué parte de verdad habrá en el registro de 2006, que reconoce un déficit público esperado del 10% y una deuda acumulada de más del 65% del PIB? Mejor leamos las declaraciones explosivas de Gyurcsany recogidas en la prensa: "la hemos jodido (sic). No un poco, sino mucho. Ningún país en Europa la ha jodido (sic) tanto como nosotros. Estamos por encima de las posibilidades del país hasta un nivel que no podíamos imaginar antes. Y además, no hemos hecho nada durante años. La providencia divina, la abundancia de dinero en la economía mundial y centenares de trucos, de los que ustedes no tienen por qué enterarse nos han permitido sobrevivir..." Pese a que se habla de filtración interesada, nadie, empezando por el Financial Times, ha puesto en duda la veracidad de estas palabras.

Hace años me advertía un amigo sobre las trapisondas contables que estaba viendo en algunos países ex comunistas: las privatizaciones, pieza esencial de la adaptación a Occidente, eran un mero artificio contable de traspaso de activos a una sociedad privada, pero dependiente del Estado. Imagine el lector a qué distancia del valor real se contabilizaba el supuesto activo.

Parece ser que, de momento, la reacción de los mercados ha sido benigna, gracias, según dicen, al buen dato de precios de producción en EEUU, lo cual garantiza un respiro en la subida de tipos de interés de la FED y así reduce el coste alternativo de mantener dinero en Europa del Este. Y es que, como comentábamos hace poco, estos y otros países dependen muy mucho de lo que pasa en Estados Unidos.

Con todo, no faltan comentaristas que aprecian una muy baja apreciación, por parte de los inversores, del "riesgo húngaro", que debería ser tomado más en serio que los tumultos políticos en otras latitudes, es decir, Tailandia. Esa baja apreciación del riesgo denota la general confianza en que la UE no dejará caer a Hungría, lo que está empezando a ser una mala costumbre de los mercados; esto, tarde o temprano, debilitará la confianza en las autoridades (sic) europeas y en el euro. ¿De qué datos fiarse? Las cifras oficiales de inflación (3,5%), crecimiento (4,5%), etc. no son alarmantes ¿Entonces? ¿Quién financia el déficit? Una pista: hagamos como el viejo Friedman, que cuando sospechaba de la bondad de las cifras, iba a la contabilidad del banco central. Desde finales de 2002, el saldo de la base monetaria húngara ha aumentado un 149%, a un ritmo superior al 37% anual...

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