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Borja Prieto

Un horrible monstruo peludo

Probablemente el caso del menú de apagado de Windows Vista es extremo, pero cualquier programador puede contar historias de terror acerca de las ineficacias de las grandes organizaciones de desarrollo de software.

O un dinosaurio con cuernos y púas. En algo así es en lo que se ha convertido Microsoft, que una vez fue una empresa ágil y veloz.

Probablemente, ninguno de ustedes haya oído hablar de Moishe Lettvin. Moishe trabaja en Google, pero antes trabajó en Microsoft. En una entrada en su blog, describe a qué dedicó un año entero de trabajo: a desarrollar el menú de apagado de Windows Vista. Como él mismo dice, un trabajo que hubiera debido estar hecho en una semana.

Lo que cuenta es aterrador: nada menos que 24 personas, en tres equipos distintos y dirigidos por más de 20 directivos estuvieron implicados en el desarrollo del menú. Reuniones semanales en las que sólo se decide volver a reunirse la semana siguiente, procedimientos técnicos que hacen imposible compartir información, organigramas piramidales con innumerables niveles de jerarquía... El pobre Moishe abandonó Microsoft después de un año trabajando en el proyecto sin que nadie tomara una decisión definitiva sobre la funcionalidad del menú, porque nadie sabía a quién le correspondía tomar esa decisión.

Probablemente el caso del menú de apagado de Windows Vista es extremo, pero cualquier programador puede contar historias de terror acerca de las ineficacias de las grandes organizaciones de desarrollo de software. La pregunta, entonces, sería si el modelo de desarrollo de software libre puede ser una alternativa para evitar estas ineficacias. Al fin y al cabo, Linus Torvalds y sus colegas han sido capaces de desarrollar un sistema operativo equiparable a Windows, y parecen haberse divertido en el proceso.

La realidad es que si alguien se empeña es capaz de crear una capa de burocracia paralizante incluso en un proyecto de software libre, como muestra el ejemplo de Debian, la conocida distribución de Linux. Pero al menos el software libre permite a cualquier programador que crea que el proyecto no avanza al ritmo que él quiere, o en la dirección que él quiere, tomar el código y comenzar un nuevo proyecto a partir de él. Si lo que propone tiene sentido, otros programadores le siguen, y el resultado final es que el desarrollo continúa y los usuarios tenemos una versión nueva y mejorada del software, como ha sucedido con Ubuntu y otros derivados de Debian.

Lo que es aún más importante: en una organización como Microsoft, los veinticuatro programadores que dedican un año a un menú de Vista reciben su sueldo a fin de mes, lo que implica que la organización reconoce que están actuando correctamente. No están incentivados para cambiar la situación. En un desarrollo libre, donde la motivación no es monetaria sino que está ligada al reconocimiento, es improbable que un desarrollador quiera dilapidar su prestigio participando un proyecto estancado. Cuando hay problemas, son los propios programadores los que los airean y buscan soluciones.

De modo que sí: una de las razones por la que el software libre es más eficaz es porque su modelo de desarrollo permite eludir la esclerosis organizativa. Los monstruos elefantiásicos que necesitan semanas para decidir mover una extremidad tienen otro motivo para preocuparse por esos ágiles animalillos capaces de corretear de un lado para otro inventando nuevas maneras de quedarse cada vez con más parte de su comida.

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