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Borja Prieto

Todo se sabe en la aldea global

No importa lo que nos esforcemos en que ciertos datos de nuestra vida privada permanezcan ocultos. Algún amigo indiscreto, una pareja despechada o atolondrada, un espontáneo que disparó su cámara... ahora cualquiera es un pararazzi y todos sus víctimas.

Ignoro si McLuhan vivió alguna vez en una aldea real. Si lo hizo, seguramente descubrió que el lado oscuro de esa aldea global en la que todos se conocen es que nadie puede tener intimidad en ella. Algo que ya están descubriendo los millones de usuarios de las redes sociales y que acabará afectándonos a todos.

Es estupendo entrar en Facebook y empezar a hacer amigos. Uno comienza tímidamente a subir una foto, a contar dónde va a cenar o qué película está viendo y poco a poco se va animando y compartiendo cada vez más detalles de su vida. Y un buen día el encargado de seleccionarle para el puesto de trabajo soñado investiga sobre usted y le descubre en unas fotos con una botella en una mano, un pecho de una señorita en la otra, y un sombrerito de fiesta como única vestimenta. Y no importa lo mucho que nos esforcemos en que ciertos datos de nuestra vida privada permanezcan ocultos. Algún amigo indiscreto, una pareja despechada o atolondrada, un espontáneo que disparó su cámara en el momento preciso... ahora cualquiera es un pararazzi y todos somos sus víctimas.

En la aldea tradicional todos saben quién está peleado con quién, quién se acuesta con quién, quién ha ganado o ha perdido qué, quién bebe, quién juega, quién tiene qué defecto. Y la aldea global no va a ser diferente. Es estupendo que un entrevistador pueda encontrar nuestro blog en el que demostramos nuestros conocimientos profesionales. Pero también encontrará mucha más información que puede comprometernos. Es posible que descubra que somos forofos del equipo rival al suyo, o que nuestras ideas políticas le repugnan, o que hemos criticado ferozmente a todos nuestros jefes anteriores.

A los que crecimos en una ciudad del siglo pasado todo esto nos resulta extremadamente incómodo. Nos hemos acostumbrado a que ni siquiera nuestros vecinos sepan casi nada de nuestra vida. Hemos sido libres para hacer cualquier cosa sin que nadie se entere. Y ahora volvemos a estar expuestos a toda la aldea, y esta vez la aldea incluye a todo el mundo.

Sin embargo, hay una diferencia. En la aldea tradicional, la presión por ser igual al resto, por comportarse según la norma, era brutal. Al diferente no le quedaba más opción que encajar o emigrar. Pero ahora, en la aldea global, podemos relacionarnos con otros fans de Battlestar Galactica, con otros cultivadores de petunias o con otros anarcocapitalistas. Podemos descubrir que no somos tan raros, que todos tenemos nuestras manías y nuestros defectos, que todos cometemos errores, que todos tenemos un pasado. Y por fin entender que cuando no sólo el techo sino toda nuestra casa es de cristal, no podemos ir tirando piedras contra la casa del vecino.

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