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Thomas Sowell

Escoger entre prestigio y formación

Algunos estudiantes pueden sentirse halagados al ver que Harvard, Yale o el MIT parecen estar muriéndose de ganas de que soliciten plaza. Pero la brutal realidad es que el motivo por el que quieren que tantos jóvenes soliciten plaza es poder rechazarlos.

Quienes se gradúan este curso y desean asistir a una universidad selectiva en el otoño de 2008 ya deberían estar preparándose para las pruebas de acceso que deberán realizar antes de presentar la solicitud para tales centros dentro del plazo, que normalmente acaba en enero o febrero. Una de las consecuencias de realizar estas pruebas es que, si salen bien, uno puede verse inundado de publicidad procedente de universidades de todo el país.

Algunos estudiantes pueden sentirse halagados al ver que Harvard, Yale o el MIT parecen estar muriéndose de ganas de que soliciten plaza. Pero la brutal realidad es que el motivo por el que quieren que tantos jóvenes soliciten plaza es poder rechazarlos. ¿Por qué? Porque la evaluación del prestigio de una universidad como institución "selectiva" se mide en función de lo pequeño que es el porcentaje de aspirantes que finalmente es aceptado. De modo que tienen que lograr que miles de jóvenes soliciten plaza, para así poder rechazarlos.

Y ya que estamos con el asunto de la realidad y el prestigio, uno de los  conceptos erróneos más trágicos de muchos estudiantes y de sus padres es que hay que asistir a una institución académica de renombre y prestigio para poder salir adelante y llegar a la cima. Algunos jóvenes se hunden en la depresión cuando en abril se les notifica que han sido rechazados por la universidad de la Ivy League a la que habían soñado asistir. Si son aceptados, algunos padres se endeudan hasta las cejas para financiar la educación de sus hijos en la universidad de sus sueños. Rara vez puede justificarse ninguna de las dos reacciones.

Póngase a pensar: ¿en qué se basa el prestigio de una institución académica? En su mayor parte, en los logros como investigadores de los profesores. Lugares como Harvard o Stanford tienen muchos catedráticos que están entre los principales expertos en sus campos, incluyendo algunos que han ganado premios Nobel. Eso está muy bien para ellos, pero ¿es bueno para el estudiante de la universidad de prestigio de turno?

Es improbable que los profesores de renombre vayan a dar clase a un estudiante de primer año de literatura o matemáticas. Puede que algunos ni siquiera enseñen más adelante, exceptuando cursos de posgrado. En otras palabras, las personas que generaron el prestigio que hizo atractiva la universidad podrán verse caminando por el campus, pero es poco probable verlos de pie en el aula dando clase cuando se comienza la educación superior.

Los primeros cursos normalmente se dejan a los profesores más jóvenes o incluso a estudiantes recién licenciados. Sin embargo, esas clases son con frecuencia los cimientos sobre los que se construyen los cursos más avanzados. Si no se domina con destreza las enseñanzas de los cursos de introducción al cálculo, la física o la economía, es improbable que se salga bien parado en los de nivel superior, que presuponen que ya se tiene una base sobre la cual avanzar.

Por el contrario, en un centro pequeño sin el prestigio de las universidades de investigación de renombre, los cursos de introducción que proporcionan el sustrato de los más avanzados es más probable que sean impartidos por profesores con experiencia que se dedican más a la enseñanza que a la investigación. Tal vez sea ese el motivo por el que a los licenciados de esas universidades a menudo les va mejor que a quienes acudieron a centros de postín. Puede que nunca haya oído hablar del Harvey Mudd College, pero sus licenciados siguen estudiando el doctorado en un porcentaje superior al de quienes se gradúan en Harvard, Yale, Stanford o el MIT. Eso también sucede en Grinnell, Reed y otras pequeñas universidades.

De los presidentes ejecutivos de las 50 mayores empresas norteamericanas en el 2006, sólo cuatro tenían títulos de la Ivy League. Algunos –entre los que estaban Michael Dell y Bill Gates– no tenían ningún título. Al parecer, ingresar en la universidad de prestigio de turno no es el asunto de vida o muerte que algunos estudiantes o sus padres piensan que es.

Lamentablemente, se les da tanto bombo a las clasificaciones según el prestigio en los medios –especialmente en la revistaU.S. News & World Reportque mucha gente piensa que es así como se elige una universidad. Lo que se debería buscar no es la "mejor" universidad, sino la que mejor encaja con las necesidades del estudiante. Y para eso hace falta una información exhaustiva, no evaluaciones estadísticas. Para encontrarla, se puede empezar mirando los centros de la guía de 900 páginas Elegir la universidad adecuada. Después, lo mejor sería visitar los campus que le interesen.

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