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Luis Hernández Arroyo

¿Quiénes son los sectarios?

La Segunda República fue la victoria de esas fuerzas antisistema, que no admitieron a su lado a "la otra mitad" de España, pues ellas se consideraban "la derecha y la izquierda", como le dijera Azaña a Jiménez Fernández, de la CEDA.

Es curioso comprobar en los libros de historia que el ataque sufrido hoy en día por la Corona y la Iglesia, y la Constitución en definitiva, no son nuevos, sino el leit motiv principal de la izquierda española a lo largo de todo el siglo pasado.

En el siglo XX, España, al igual que los países europeos más importantes, gozaba de un régimen monárquico constitucional, fundado por la prudente inteligencia de Cánovas, con el consenso de las fuerzas políticas y militares que quisieron ampararse en él tras el desastre de la República "sinalagmática". Esas fuerzas de diverso signo, pero patriotas, pactaron con Cánovas la Constitución de 1876: como la actual de 1978, aquella nació, pues, bajo un amplio consenso, del que se autoexcluyeron, por voluntad propia pese a invitárseles, los férreos republicanos de Ruiz Zorrilla y otras fuerzas de izquierda e independentistas. El régimen de soberanía compartida entre la Corona y las Cortes funcionó razonablemente bien –en gran parte gracias al buen hacer de la Corona y de los líderes políticos– pese a su deficiencias en cuestiones como la representatividad (repito, muy homologable con lo que se daba en Europa), que se intentó corregir con la ampliación continua del derecho de sufragio. Esa ampliación permitió que pronto aparecieran escaños republicanos y socialistas en las Cortes.

Sin embargo, desde el primer momento en que aparecieron y crecieron los partidos no dinásticos, actuaron con gran empuje pese a su presencia en órganos oficiales como fuerzas puramente antisistema, apenas velado su objetivo máximo de derribar el régimen "burgués" y establecer "otra cosa", una república en la que se lograran sus objetivos sectarios e incompatibles entre sí. Ha de advertirse que, entonces como hoy, las fuerzas nacionalistas estaban divididas entre las descaradamente independentistas y las supuestamente moderadas, pero la disputa del mismo granero electoral hacía coincidir sus objetivos máximos; así, la Lliga de Cambó, supuestamente moderado y dinástico, no dudaba en romper con el sistema, chantajear al gobierno y rechazar toda propuesta de autonomía que no fuera diseñada en Cataluña. Su "despertar" a las bondades de un Gobierno nacional le vino con las primeras y salvajes huelgas de la CNT en Cataluña, que estuvieron a punto de hundirla, por lo que se puso del lado de la presencia militar y de la mano dura, eligiendo, como declaró, "entre la existencia de la civilización en Cataluña o su destrucción total". Llegó a participar de voluntario en el Somatén, fuerza represora privada contra huelguistas. (Primera lección perenne: el nacionalismo moderado no existe. Ergo, ¿sirve de algo ceder?)

Estas fuerzas antisistema lograron muchas veces poner al país en crisis agudas: en 1909 (la "Semana Trágica"), pero sobre todo en 1917 y siguientes, en que, al amparo de las tesis del "derecho de autodeterminación" del presidente Wilson en el armisticio de 1918, los vascos y catalanes le enviaron un escrito de petición de amparo a sus reivindicaciones secesionistas. Es curioso recordar que la tesis falaz de los vascos en tal escrito era nada menos que sus libertades plenas e independencia, de que gozaron hasta 1833, les fueron robadas en 1839 en la paz de Vergara. Es decir, que consideraban como signo de su independencia y libertad la presencia del carlismo en sus provincias durante la primera guerra carlista. Una prueba más de la corriente interior y fecunda entre el carlismo y los nacionalismos.

La difícil estabilidad política consistía en reconocer a los enemigos del sistema y resistir. Se resistieron grandes embates, como el de 1917 y 1918, 1919... A veces heroicamente, con la muerte por atentado de Cánovas, Dato, Canalejas; este último de izquierdas, pero al parecer no lo suficiente. Otros eludieron la muerte, como el Rey, o Maura. La dictadura de Primo restableció el orden y la eficacia de gobierno, pero no supo hallar una solución alternativa; prolongó el estado de agonía de los políticos dinásticos, hasta que la mayoría se fugó al bando republicano. La Segunda República fue la victoria de esas fuerzas antisistema, que no admitieron a su lado a "la otra mitad" de España, pues ellas se consideraban "la derecha y la izquierda", como le dijera Azaña a Jiménez Fernández, de la CEDA. ¿No estamos ahora oyendo una tonada muy parecida?

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