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George Will

Regreso al futuro

El arma no tan secreta del Partido Republicano siempre ha sido el Partido Demócrata y su divertido anhelo de vivir peligrosamente.

Los demócratas han sido prevenidos, lo que no implica que vayan a hacer necesariamente un uso sensato de esta ventaja. Los comicios del martes proporcionaron a sus votantes el nombre del candidato al que el suyo se enfrentará en otoño. ¿Nominará ahora su miope partido a la persona que más polariza la política en nuestros días, sabiendo que por su parte los republicanos nominan a quien intenta compensar su debilidad entre los conservadores con su fuerza entre los electores independientes, cruciales para llegar a la Casa Blanca? Quizá. El arma no tan secreta del Partido Republicano siempre ha sido el Partido Demócrata y su divertido anhelo de vivir peligrosamente.

John McCain se ha convertido en el candidato oficioso del partido conservador sin haber obtenido el respaldo de la mayoría de los conservadores. Según las encuestas a pie de urna del martes pasado, perdió el voto conservador en su estado natal, Arizona, frente a Mitt Romney, por un 43 a 40%. También en el mayor campo de batalla hasta la fecha, California, por un 43 a 35%.

No obstante, la forma más segura de unificar el Partido Republicano es que los demócratas presenten como candidata a Hillary Clinton. Barack Obama, cuya candidatura se sustenta sobre su temprana oposición a la guerra de Irak, sería un contraste más interesante con el candidato que está intentando convertirse en la persona más anciana elegida nunca para un primer mandato presidencial, y que casi promete una guerra con Irán ("solamente existe algo peor que la acción militar, y es un Irán con armamento nuclear").

Los logros del martes pasado de Obama se habrían considerado sorprendentes hace sólo dos semanas, pero se han descontado parcialmente debido a que la fuerza de su ascenso ya se había hecho evidente. Y habría alcanzado un ritmo aun mayor hacia la candidatura final si no fuera por una novedad que los pensadores progresistas han infligido al proceso político.

Érase una vez, en una América hoy consignada a las sombras de la memoria, una costumbre pintoresca y que hoy llaman opresora, conocida como Día de las Elecciones. Esta gran reunión nacional del pueblo en los colegios electorales, este infrecuente momento comunitario en una nación de individualistas a ultranza, era un fenómeno que vigorizaba nuestra liturgia civil. Después, en nombre del progreso, llegó la plaga del voto por correo.

En muchos estados, el proceso electoral se prolonga durante semanas, empezando antes de que las campañas alcancen su cumbre informativa. Esta plaga ha sido animada por el pueblo, con frecuencia demócratas que insisten, sin aportar pruebas que lo sustenten, en que el voto por correo aumenta la participación electoral, especialmente entre minorías y obreros, para quienes el desafío de presentarse en sus colegios electorales en una fecha determinada es, parece ser, demasiado oneroso.

Esta plaga hizo que muchos votantes del Súper Martes (aquellos que se apresuraron a depositar sus votos a favor de John Edwards, Rudy Giuliani y otros queridos ausentes) se sintieran como bobos, algo que por lo demás les está bien empleado. El martes, el Partido Demócrata pagó el precio del voto por correo, especialmente en California, donde más de dos millones de sufragios ya habían sido depositados durante los 29 días anteriores a lo que anacrónicamente se denomina Día de las Elecciones. El precio lo pagó el candidato potencialmente más fuerte del partido, Obama, cuyo ascenso se hizo obvio después de que muchos impacientes electores se hubieran lanzado a juzgar de forma apresurada.

Aunque Obama perdió California frente a Clinton por 380.000 votos, su diferencia fue mucho menor entre los sufragios depositados el mismo martes, después de que se hubiera evaporado la ventaja de dos dígitos de Hillary en las encuestas. De haber ganado Obama la tercera de las tres C (ganó en Connecticut , donde una gran parte de los electores viven en la zona de influencia de la ciudad de Nueva York, y en Colorado, un estado del rojo Oeste republicano que rápidamente se está volviendo morado), ahora sería imparable.

Los cristianos evangélicos, que en el 2006 dieron más votos a los republicanos de los que los demócratas recibieron de afro-americanos y sindicalistas juntos, querían decidir el candidato del Partido Republicano, y quizá lo hayan hecho. Al prestar tanto apoyo a un candidato esencialmente regional, Mike Huckabee, en lugar de a Mitt Romney, han despejado el camino de McCain para que se haga con el partido conservador sin haberse ganado a los conservadores. El triunfo el martes de McCain se fundamentó en estados como Nueva York, Nueva Jersey, Illinois y California, donde no ganará en las presidenciales de noviembre.

Aunque Obama es, como mínimo, parsimonioso en sus desviaciones de la ortodoxia progresista, se dice de él que ejemplifica la política "post-partidista". Lo mismo se comenta en ocasiones de McCain. Cinco días antes del súper martes, McCain recibía el importante apoyo del gobernador de California Arnold Schwarzenegger, otro supuesto practicante del post-partidismo que con frecuencia tiene mucho más aspecto de progresista de lo que a él le gustaría. Tres días antes de que este apoyo se hiciera público, el buque insignia del post-partidismo de Schwarzenegger, su plan extremadamente progresista (montones de partidas e impuestos) y caro (14.900.000.000 dólares, ligeramente por encima del actual déficit presupuestario del estado) de atención médica universal fenecía en un comité del Senado estatal de 11 integrantes, donde solamente consiguió un voto.

Quizá estemos contemplando el futuro. A mí me suena de algo.

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