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Fundación Heritage

De Sderot a Jerusalén

Israel dejó la franja en 2005 y es Hamás quien está intentando sacar partido políticamente presionando para que la situación se deteriore y provocando la respuesta israelí contra blancos terroristas, en los que a menudo coloca a civiles deliberadamente.

Ariel Cohen

El terrorista que atacó el seminario Merkaz Harav a eso de las 8.30 de la noche del jueves asesinó a 8 estudiantes religiosos e hirió al menos a otros 10, enviando un mensaje al presidente norteamericano George W. Bush y a la secretaria de Estado Condoleezza Rice, que acababa de dejar Israel. Los cuerpos de los estudiantes judíos muertos significan: no vais a conseguir paz en mucho tiempo.

El proceso de negociación de Anápolis está en sus últimos estertores. Al carecer del apoyo de los palestinos de a pie y del respaldo árabe, todo salpicado con la intromisión iraní y el yihadismo sunní, Anápolis ingresó cadáver, como quien les escribe tristemente predijo en el Washington Times allá por diciembre de 2007.

Sin embargo, los acontecimientos en Jerusalén y Gaza demuestran claramente que los problemas fundamentales son la carencia de un socio palestino viable que pueda ofrecer paz y la interferencia de las fuerzas que no desean un acuerdo, desde al-Qaeda hasta Hezbolá y desde Teherán hasta Damasco.

El jueves se publicó un sesgado y engañoso informe sobre la situación humanitaria en Gaza –cuyos autores son ocho organizaciones internacionales de tendencia izquierdista y que incluyen a Amnistía Internacional, Oxfam, CARE Internacional, etc.– y cuyo contenido es una repetición de la propaganda de Hamás de culpar a Israel por la situación casi desastrosa en Gaza. En realidad, Israel dejó la franja en 2005 y es Hamás quien está intentando sacar partido políticamente presionando para que la situación se deteriore y provocando la respuesta israelí contra blancos terroristas, en los que a menudo coloca a civiles deliberadamente para que terminen heridos o muertos.

Hamás ha permitido que elementos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y de al-Qaeda se afiancen en Gaza. El negocio de estas organizaciones es la yihad global, e Israel es uno de los frentes en esa guerra. Hasta que Estados Unidos, la Unión Europea y los países árabes lo entiendan y conviertan ese conocimiento en un plan de acción, todas las negociaciones seguirán siendo quiméricas, por no decir surrealistas.

Gaza y el ataque en Jerusalén demuestran la implacabilidad palestina hacia Israel. Los medios occidentales no han cubierto el hecho de que Hamás pone a niños en los tejados de sus fábricas de misiles para prevenir ataques israelíes, algo que la inteligencia israelí dio a conocer a los embajadores extranjeros en un informe reciente. Eso es un crimen contra la humanidad así como un abuso infantil extremo.

Mientras Israel tira octavillas con información para tratar de reducir al mínimo las víctimas civiles, Hamás ordena que los niños tomen posiciones como escudos humanos. Los israelíes acaban cancelando sus ataques aéreos o matando niños y enfrentándose a la indignación del mundo. Como norma, los israelíes eligen no bombardear. "Estamos trabajando con las manos atadas porque somos parte del mundo libre y porque esto forma parte de nuestros valores", nos decía un alto funcionario israelí.

Los ataques de misiles desde Gaza comenzaron en 2001. Después de la retirada israelí tanto de Gaza en 2005 como de la frontera egipcia de Gaza como resultado de la presión norteamericana, los ataques aumentaron vertiginosamente, usando cohetes, terroristas, fabricando equipo y con dinero pasado de contrabando a través de túneles y de la porosa frontera de Egipto con Gaza (el llamado corredor Filadelfi) sin encontrar obstáculos. Hamás también pasado de contrabando cohetes de tipo militar Katyusha, de calibre 122 mm., de diseño ruso, fabricados en Irán y que son de lanzamiento múltiple.

Ni Egipto, ni la Autoridad Palestina de Mahmud Abbás, ni los observadores de la Unión Europea interfirieron. Como resultado, más de 2.500 cohetes han sido disparados contra la ciudad de Sderot, sólo a unos 11 kilómetros de la frontera de Gaza, y hace pocas semanas también contra la ciudad de Ashkelon con una población de 120.000 personas. Desde que los ataques empezaron, un tercio de la población de Sderot se ha ido. Las sirenas y las explosiones suenan a intervalos de pocas horas, creando trauma por estrés de larga duración entre la mayoría de la población. Ashkelon también alberga la segunda refinería más grande de Israel, una central eléctrica, el hospital regional y otras blancos estratégicos.

Actualmente, unos 220.000 israelíes están a tiro. Los niños en Sderot han sido asesinados y mutilados de por vida, como el niño de 8 años que perdió una pierna mientras que su hermano perdió un brazo. El niño pequeño estará en silla de ruedas de por vida. Un padre de cuatro hijos fue asesinado en un aparcamiento de coches en Sapir College. Se destruyen casas a diario y con ellas, las vidas de familias enteras. Obviamente, un proceso similar sucede en Gaza cuando Israel responde, pero con una diferencia clave: si dejaran de atacar con misiles, Israel dejaría de tomar represalias.

Hoy muchos palestinos recuerdan gratamente cómo eran las cosas antes de la primera intifada, cuando tenían trabajo en Israel y eran capaces de alimentar a sus familias, o algunos años durante el proceso de Oslo, antes de que Yasser Arafat decidiera tirar todo por la borda en el otoño del año 2000.

La solución en Gaza es más simple de lo que muchos piensan. Hamás debe reconocer el derecho de Israel a existir como estado judío, liberar al soldado secuestrado Gilad Shalit, que se ha estado pudriéndose en alguna mazmorra de Hamás desde el verano de 2006, y acabar su malévola propaganda en televisión, escuelas y mezquitas. No se debe lavar el cerebro de niños y adultos con los métodos de matar judíos y americanos por todo el mundo. A la larga, Hamás debe transferir sus armas a la Autoridad Palestina; cortar sus vínculos con Irán y Siria y acabar su existencia como ejército terrorista. Debería convertirse en un partido político.

Los países árabes que no desean ver a movimientos islamistas como Hamás extendiéndose en sus propios dominios deben presionar a Hamás para que cesen sus ataques terroristas. Deben convencer a Hamás y Fatah que se concentren en la reconstrucción de la infraestructura civil en Gaza, no en más producción y contrabando de misiles. Los patrocinadores de Hamás en Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos deberían dejar de financiarlos a menos que la organización abandone su camino de terror.

La Unión Europea y otros países no deberían condenar a Israel por autodefenderse contra anómalos combatientes terroristas que violan constantemente la ley humanitaria internacional. Los que andan con cola de paja –y que probablemente un día tendrán que llevar a cabo sus propias operaciones de respuesta contra terroristas– no deberían tratar injustamente a una democracia asediada que está luchando por su supervivencia. Si no, la escena sangrienta de hace unos días en Jerusalén probablemente se repetirá en Londres, Amsterdam, o París.

Finalmente, si todo falla, e Israel se ve forzado a lanzar una masiva operación antiterrorista en Gaza, la Unión Europea y la ONU, Rusia y China, así como los estados árabes moderados, deben estar preparados para la reconstrucción de la posguerra, apoyando a fuerzas palestinas moderadas que esperemos busquen la paz y no que se dediquen a hacer fracasar las operaciones israelíes de autodefensa.

La alternativa es conceder la victoria a Irán, Hamás y a las fuerzas de la yihad global y la derrota a palestinos, israelíes, Oriente Próximo, Estados Unidos y Europa. Eso es algo que Washington y sus aliados no deben tolerar.

©2008 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg 

Ariel Cohen es doctor en Filosofía e investigador de la Fundación Heritage.

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