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John Stossel

Los presidentes no pueden gestionar la economía

La economía es demasiado compleja como para ser gestionada por un presidente del Gobierno, por muy inteligente que pueda ser.

A los candidatos de las primarias de ambos partidos se les ha preguntado una y otra vez cómo "gestionarían la economía". A excepción de Ron Paul, todos ellos han aceptado la premisa implícita de que un presidente de los Estados Unidos debe hacer eso. O que puede hacerlo. Tonterías.

Los demócratas actúan como si el presidente fuera un director económico nacional. Los republicanos elogian de palabra el libre mercado, los recortes de impuestos y del gasto público y una menor regulación hasta el mismo momento en que se ponen a proponer grandes programas para lograr "la independencia energética", una mejor formación laboral o un clima más frío.

John McCain afirma que es importante que el Gobierno haga algo "por mantener nuestro liderazgo industrial”. ¿Por qué? Los puestos de trabajo en la industria no son mejores para Estados Unidos que el resto de los empleos. Algunos argumentan que, de hecho, son bastante peores. ¿Cómo pueden querer muchos padres que sus hijos trabajen en fábricas en lugar de en oficinas? Incrementar los puestos de trabajo en el sector servicios, en medicina, banca o informática, al tiempo que se importan bienes manufacturados de otros países no perjudica a Estados Unidos. Lo ayuda.

Los candidatos ven la economía global como un escenario en el que los países compiten entre sí, unos Juegos Olímpicos económicos con ganadores y perdedores. A los políticos les encanta prometer que mantendrán a Estados Unidos en el número uno, como si eso importase en un mercado mundial. Pero Estados Unidos como nación no compite contra China, Corea del Sur o Japón. Son las compañías norteamericanas las que compiten contra empresas de otros países, pero eso es algo distinto. El fin de la producción es el consumo, y a los consumidores norteamericanos les favorece que los extranjeros compitan con éxito con las empresas norteamericanas.

Un presidente que concibe la economía global como una competición entre países se verá tentado a intervenir en nombre de "los Estados Unidos" y crear "buenos puestos de trabajo norteamericanos". Así es como los gobiernos destrozan las economías.

McCain asegura que "es tarea del Gobierno ayudar a los trabajadores a obtener la formación que necesitan para los nuevos puestos de trabajo". Barack Obama habla en términos similares.

Eso no manifiesta ninguna confianza en el libre mercado, el cual, si se le permite, formaría a los trabajadores exactamente como se necesita. Pero manifiesta una enorme y equivocada confianza en el Gobierno federal, el cual, como ha demostrado el periodista Jim Bovard, tiene una trayectoria increíblemente mala en esta materia. La incesante lista de programas, como la Administración de Formación y Desarrollo de la Mano de Obra, la Ley de Formación y Empleo Integral, la Ley de Sociedad Laboral Formativa, STIP , BEST, YIEPP, YACC, SCSEP, HIRE, etc., desperdician miles de millones de dólares y "distorsionaron las vidas y las carreras de la gente con falsas promesas, haciéndoles creer que un año o dos en éste programa o aquel otro son la clave del futuro; pero los programas federales de formación han tendido a situar a sus alumnos en puestos de trabajo de baja remuneración, en los casos en que han llegado a obtener un empleo."

La senadora Hillary Clinton explicó al New York Times que quiere "volver a un equilibrio de poderes entre Estado y mercado". Observe que equipara el poder del Estado con el poder del mercado. Es absurdo. "Poder" en un mercado libre equivale a éxito a la hora de fabricar bienes y servicios que sus congéneres humanos eligen comprar voluntariamente. El poder del Estado es la fuerza: la capacidad de multar y encarcelar a la gente.

Los políticos que hablan de gestionar la economía ignoran el hecho de que, estrictamente hablando, no existe tal cosa. Sólo hay personas produciendo, comprando y vendiendo bienes y servicios. Teniendo esto presente es difícil no darse cuenta de que la acción del Gobierno interfiere cada dos por tres en actividades productivas que benefician a todo el mundo. Cuando los políticos proponen regulaciones para solucionar algún problema, deberían preguntarse primero si acaso fue una intervención previa la que lo produjo y si la nueva regulación va a empeorar las cosas. Normalmente, la respuesta a ambas preguntas es afirmativa.

La economía es demasiado compleja como para ser gestionada por un presidente del Gobierno, por muy inteligente que pueda ser. ¿Cómo pueden saber políticos y burócratas qué saben, quieren o a qué aspiran cientos de millones de particulares? ¿Cómo pueden aventurar los empleados del Gobierno qué opciones tienen más valor en un mundo de recursos escasos? Simplemente no pueden. Ese es el motivo de que los pueblos libres sean más prósperos que los que no lo son. Los candidatos presidenciales deberían prometer que se mantendrán al margen de la economía.

En Libre Mercado

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