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EDITORIAL

Madrid, escaparate de la crisis del PSOE

En la primera sesión de la Asamblea de Madrid tras las elecciones, donde la coalición tácita PSOE-IU tenía la oportunidad de traducir su mayoría absoluta en cuotas de poder institucional, dos diputados del PSOE, Eduardo Tamayo y Maria Teresa Sáez, han decidido no presentarse a la votación con el objeto de que PSOE e IU quedaran en minoría. Como consecuencia de ello, Concepción Dancausa (PP) ha sido elegida en segunda votación como presidenta de la Cámara madrileña en detrimento del candidato del PSOE.

Ambos diputados pertenecen a un sector –“Renovadores por la Base”, liderado por José Luis Balbás– de la siempre conflictiva y fuertemente dividida Federación Socialista Madrileña que, además de estar en frontal oposición al sector guerrista dominante al que pertenece Simancas, ve en la alianza con Izquierda Unida futuras calamidades electorales tanto para los socialistas madrileños como para el PSOE en su conjunto. Al menos este es el argumento con el que Eduardo Tamayo ha justificado su negativa a apoyar al candidato del PSOE a la presidencia de la Asamblea, señalando además que las exigencias de Izquierda Unida (50 por ciento del presupuesto y las consejerías de Educación, Sanidad y Vivienda) impiden aplicar la mayor parte del programa con el que el PSOE se presentó a las elecciones. Por ello, afirma que, en realidad, el tránsfuga no es él sino Simancas. No le falta razón objetiva a Tamayo –quien sostiene que informó de sus intenciones a Simancas el pasado domingo–, pues no cabe duda de que si el PSOE e IU hubieran concurrido en coalición a las elecciones con el programa que pretende imponer IU, la aritmética parlamentaria resultante habría sido bien distinta. Puede que, al final, lo más conveniente para el PSOE de cara al futuro sea pasar a la oposición y prescindir de la pesada hipoteca que Izquierda Unida impondría a Rafael Simancas.

No obstante, no cabe excluir de los motivos de Tamayo y Sáez intereses puramente personales –dentro del PSOE han denunciado negocios inmobiliarios supuestamente opacos en los que estarían implicados el matrimonio Balbás-Villar y el propio Tamayo–, incluida la venganza. Se da la circunstancia de que la corriente a la que pertenecen Tamayo y Sáez, el principal apoyo de Zapatero en Madrid para proclamarse secretario general del PSOE, fue marginada con la elección por parte de Zapatero de Trinidad Jiménez para la candidatura al Ayuntamiento de Madrid y también quedaría igualmente marginada en un eventual pacto de gobierno entre Rafael Simancas y Fausto Fernández. Tamayo y Sáez, bajo la atenta mirada de Balbás, han provocado un terremoto de imprevisibles consecuencias en la Federación Socialista Madrileña que ha hecho salir a Joaquín Leguina de su letargo para denunciar la “tradicional” inmoralidad del sector de Tamayo, que le retiró su apoyo en el último momento cuando en 1999 quiso ser candidato a alcalde de Madrid; aunque olvidó recordar que su último mandato al frente de la Comunidad de Madrid lo debió al tránsfuga Piñeiro, procedente del PP.

La reacción de Ferraz ha sido fulminante: ambos diputados han sido expulsados del PSOE el mismo martes, a todas luces de forma irregular y antiestatutaria... además de inconveniente para el propio PSOE, pues ahora ya no existe oportunidad alguna de hacer “entrar en razón” a los dos disidentes y crecen las posibilidades de que, finalmente, Esperanza Aguirre pueda proclamarse presidenta de la Comunidad si Tamayo y Sáez no votan en su contra. La posible “pérdida” de la Comunidad de Madrid a favor de Esperanza Aguirre –la verdadera ganadora de las elecciones– después de la insistencia de Zapatero en considerar Madrid como la “antesala de La Moncloa”, así como la dependencia de Izquierda Unida –un partido en plena deriva antisistema que no duda en pactar con el PNV-EA para mantener al PP y al PSOE fuera de las instituciones vascas– puede suponer un golpe letal para su ya precario liderazgo. En el editorial del martes ya advertíamos de la endeblez del proyecto de Zapatero, otro hombre de partido quien, al igual que Simancas en Madrid, también representa un inestable equilibrio de fuerzas. Esa debilidad ha hecho pasar al PSOE casi sin solución de continuidad del plúmbeo y leninista el que se mueva no sale en la foto a una situación casi acéfala en la que cada vez más notables socialistas ceden a la tentación de reafirmar sus liderazgos personales y sus prebendas, haciendo caso omiso de las indicaciones del líder.

En el País Vasco, Odón Elorza opone sus simpatías por el PNV al pacto de gobierno con el PP en el Ayuntamiento de San Sebastián, y Javier Rojo antepone también sus apetencias personales por la Diputación de Álava a la formación de un gobierno constitucionalista basado en el principio de la lista más votada. En Cataluña, Maragall –nunca desautorizado por Zapatero pues éste le debe la secretaría general–, a pesar del descalabro en las municipales catalanas se proclama amo absoluto del PSC y persevera en “exportar”, con cierto éxito, su delirante e inconstitucional “federalismo asimétrico” a los socialistas de Aragón, Baleares, Galicia e incluso Andalucía. Los socialistas gallegos han cerrado acuerdos con el BNG para gobernar en 50 municipios; y los cántabros, con tal de desalojar al PP de la presidencia autonómica, han entregado ésta a los regionalistas, cuyo porcentaje de votos no llega al 20 por ciento.

Zapatero sabe que su única oportunidad para consolidarse, poner orden y acallar las numerosas voces que dentro del PSOE cuestionan su liderazgo –Bono, Rodríguez Ibarra y Francisco Vázquez entre otros muchos– es tocar poder lo antes posible. Y creyó, azuzado por los medios de PRISA, que la mejor forma de hacerlo era aliarse con Izquierda Unida y los grupos antisistema en la desestabilización del Gobierno. Sin embargo, la “traición” de Tamayo y Sáez –una consecuencia política de esa alianza, que podría reproducirse en Cantabria– pone en serio peligro no sólo la única baza que podía esgrimir Zapatero para edulcorar los decepcionantes resultados del PSOE del 25 de mayo, sino también su liderazgo al frente del socialismo español y sus posibilidades de ganar las elecciones en 2004. El episodio de Madrid puede ser la gota que colme el vaso de la desconfianza de unos electores que, ante la alternativa de un partido dividido, sin un proyecto claro de gobierno y dispuesto a ceder grandes cuotas de poder a Izquierda Unida, probablemente prefieran quedarse en casa en las próximas Elecciones Generales o votar a lo “malo conocido” que representa el PP.


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