El hecho de que Carlos Aragonés, una de las personas más valiosas y cercanas a Aznar durante toda su carrera política y ahora parte del equipo de Rajoy, sea el que alertase anteayer al Comité Ejecutivo del PP sobre el peligro de hacer una campaña demasiado descafeinada se ha interpretado en algunos medios como una censura del Presidente del Gobierno a su sucesor. Es una tradición secular inscrita no ya en nuestras costumbres sino en la propia naturaleza humana halagar al poderoso recién llegado comparándolo ventajosamente con el que le deja el sitio, aunque lo haya hecho tan generosamente como Aznar; y hoy por hoy, criticar al Presidente es una forma de orientarse hacia el posible ganador de marzo sin abandonar del todo el discurso contra el PP, como si sus posiciones políticas fueran una manía de Aznar o como si Rajoy no hubiese sido elegido, entre otras cosas, por asegurar una cierta continuidad, o una continuidad cierta, en el PP y en el Gobierno. Pero, además de comprensible, esta percepción de que Aznar puede ir por un sitio y Rajoy por otro obedece a un hecho objetivo y es que el PP se encuentra ante una encrucijada. ¿Campaña agresiva o campaña plana? ¿Qué táctica electoral emplear?
Digo táctica porque la estrategia está claramente diseñada y compartida por todo el PP, desde Aznar a Rajoy, pasando, lógicamente, por Aragonés. Gira en torno a dos ejes esenciales: en lo político, la defensa de la nación y de la Constitución; en lo económico, la continuidad de la política fiscal y de los equilibrios presupuestarios. Son dos ventajas tan enormes del PP con respecto al PSOE que sería estúpido y suicida no aprovecharlas. Ahora bien, como decía hace un par de días en La Mañana de la COPE Gabriel Elorriaga, el jefe de campaña de Rajoy, la clave de toda campaña electoral es movilizar a tu electorado sin movilizar de rebote al contrario. Algo así como la cuadratura del círculo, pero que es el objetivo deseable y deseado. Otra cosa es que sea alcanzable en la actual coyuntura española, porque la gravedad de los retos nacionales es tan evidente que quitarle importancia a la amenaza que supondría un gobierno del PSOE o tratar a Zapatero con sarcasmo en vez de indignación le quita demasiada credibilidad al PP, y muy especialmente a su candidato Rajoy. Que sin duda es consciente de la situación.