Lo tragicómico del debate sobre nuestra identidad que ha montado Pedro Jota es que únicamente los hispanistas extranjeros se atreven a decir España sin miedo y sin pedir perdón por el exabrupto. Ayer le tocó el turno a John Elliott, ese inglés que con su sola presencia desmiente que sea imposible dedicarse a las humanidades sin oler a ajo y gastar camisas de terlenka. Intervino para certificar definitivamente que un optimista no es más que un pesimista mal informado. Porque sólo llegar, declaró: "regresar a las Españas ya no es posible". Con esas ocho palabras, demostró dos cosas más. Primero, que está satisfecho con su cátedra en Inglaterra, y que no aspira a alcanzar jamás otra aquí. Y segundo, que a pesar de haber dedicado toda su vida a estudiarnos, sigue sin conocernos.
Como viene poco, aún no se ha enterado de que la corte se ha instalado de nuevo en Babia, porque un descendiente de Favila ha ganado las elecciones. Ni tiene noticia de que Sancho III se ha afiliado al PNV. Por desconocer, hasta ignora que cualquier día de estos, Almanzor volverá a confiscar las campanas de la catedral de Santiago al grito de Alá es grande y regala papeles para todos. Aquí, menos al Conde-Duque de Olivares, podemos regresar a las Españas, al Estatuto de Limpieza de sangre de Juan II y al Cantón de Cartagena. O al Big Bang, si lo exigen Maragall y Anasagasti en el próximo debate del Presupuesto. Si no, que se lo pregunte Elliott al presidente del Senado, y verá como Rojo encontrará de sentido común eso y lo que haga falta.