Reconozcámosle al actual secretario de Estado para el Deporte su habilidad a la hora de torear el morlaco de la selección catalana de hockey, animal deportivo de cuatro orejas que heredó de su antecesor en el cargo, el crítico cinematográfico Juan Antonio Gómez Angulo. Acabo de confesarle al mismísimo Jaime Lissavetzky en "El Tirachinas" de Madrid mi carencia absoluta de fe en sus posibilidades, mi "agnosticismo lissavetzkiano" si me permiten ustedes la expresión. Creí que iría con el lirio en una mano y con la bandurria en la otra, pero estaba confundido y, una vez eliminados de la circulación deportiva los "butroneros de Miami", ahora sólo cabe admitir con la cabeza bien alta que sí señor, hubo presiones por parte del Gobierno y estas se llevaron a cabo para defender los intereses de España, como no podía ser menos. Ahí suspenden nuestros dirigentes y, ya sea por complejo político de inferioridad o por "síndrome de Estocolmo", lo cierto es que en público se niegan a decir la verdad: se presionó y se ganó.
Aún resuenan en mis oídos las palabras de la brava atleta catalana María Vasco: "Ojalá nunca vea un España-Cataluña, y si lo veo que esté ya retirada del atletismo". Ojalá. Ojalá nunca vea yo un España-País Vasco y, si he de verlo, que sea, dentro de muchos años, disfrutando de mi jubilación periodística. Tras la desesperada carta de los atletas catalanes son ahora los tenistas vascos quienes alzan la voz para denunciar la falta de ayudas del Gobierno autónomo. El Ejecutivo del Partido Nacionalista Vasco ha concedido una subvención de 27.000 euros para sufragar los gastos del torneo que servirá para celebrar el centenario del Real Club de Tenis de San Sebastián, dinero que, según cuenta Alberto Berasategui, irá casi en su totalidad para la selección China, mientras que los jugadores vascos tendrán que conformarse con "una limosna". A Alberto Berasategui, a quien en su etapa como tenista profesional apodaban el "loco de Arrigorriaga", le ocurre como a María Vasco y no se casa con nadie.