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Jorge Vilches

El fantasma populista

Si Revel ya denunciaba que el comunismo era en Occidente el "totalitarismo más favorecido" a pesar de su fracaso, esperemos que hoy, con los populismos, no caigamos en el mismo error.

¿Quién falta en la foto? Después de que la izquierda hiciera tan famosa aquella instantánea de las Azores, no se puede obviar una imagen como esa en la que aparecen Castro, Chávez y Morales. No hay duda de que un fantasma recorre América Latina, pero ya no es aquel con el que fantaseaban los de Mayo del 68, sino su nueva cara: el populismo. Y es que el populismo ha adoptado en aquel Continente –¿sólo allí?– una faz izquierdista.

Hay una serie de rasgos que definen al populismo. El primero es la creencia en una pasada edad de oro, que se evoca con nostalgia. Se crean mitologías, pasados gloriosos, símbolos que confieren autoridad al proyecto populista y respaldan sus reivindicaciones. Hemos visto así resucitar el bolivarismo, con la pretensión de proporcionar una seña de identidad y legitimidad históricas al régimen de Chávez, la manipulación de José Martí por parte del régimen castrista, y el auge del indigenismo en el caso de Evo Morales.

Existe, en segundo lugar, fe en la armonía social "natural", pero una vez eliminadas ciertas perturbaciones "artificiales". Y para ello, el populista en el poder cambia el régimen, las normas de juego, el marco legal, crea nuevas repúblicas. A la oposición se la tilda, al principio, de solitaria y anacrónica; y después de enemiga de la Patria, porque la Patria es ahora el régimen populista. Identificado el enemigo, que siempre cuenta con el apoyo exterior del Imperio, se crea un sentimiento de identidad colectivo, de solidaridad y defensa mutua. El populismo latinoamericano incorporó la idea del "chivo expiatorio" –la culpa la tiene otro, normalmente el imperialismo yanqui– y la idea islamista del "Gran Satán" –otra vez EEUU, que todo lo corrompe con sus intereses bastardos–.

Creada la "realidad oficial", la "verdad", hay, como tercer rasgo, una visión dualista del mundo. Los patriotas y los traidores, los reaccionarios y los progresistas, los neoliberales y los solidarios. Para que esto sea posible se recortan –o anulan– los derechos políticos y la libertad de expresión. Se recrea una visión maniquea de un mundo dividido en dos bloques: el sometido al Imperio yanqui y el libre. De ahí que estos populistas se ayuden y financien mutuamente, usando gestos y palabras izquierdistas, mientras que se separan de gobiernos socialistas leales con la democracia, como el de Chile.

Por último, los populistas escenifican un rechazo al liberalismo, al dinero, al libre comercio, a la globalización, achacando al capitalismo los males que vive el "Pueblo". Por tanto, es preciso intervenir en el mercado, nacionalizar, expropiar, controlar los precios, crear un Estado omnipresente. Y todo se hace siguiendo la guía infalible del líder, único interprete de los intereses de su pueblo, personificación de la comunidad nacional, representante de la justicia popular, pacifista defensor de los derechos humanos y baluarte frente a los enemigos de la Patria.

El problema que tenemos aquí, en España, en Europa, es la simpatía, cuando no adormecimiento, ante estos populismos. A muchos medios de comunicación les basta con el antiamericanismo, la campechanía de jersey multicolor, la fraseología progre y pacifista. Si Revel ya denunciaba que el comunismo era en Occidente el "totalitarismo más favorecido" a pesar de su fracaso, esperemos que hoy, con los populismos, no caigamos en el mismo error.

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