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Enrique Dans

Los misterios del tráfico

Los llamados "gestores sociales de contenido" son el penúltimo descubrimiento de Internet: páginas que sirven para, por un lado, "no perderse nada" y, por otro, para saber qué considera una comunidad que tiene importancia y qué no.

El tráfico es algo dificilísimo de entender, una ciencia compleja. En muchas de sus instancias recuerda a la dinámica de fluidos, en otras a un ser vivo que transmite sus movimientos de un lugar a otro. En páginas como ésta es posible pasarse un rato muy entretenido intentando entender los modelos conceptuales de tráfico, y recopilando así dosis de paciencia para intentar entender nuestra suerte la próxima vez que nos encontremos metidos en un atasco en plena hora punta.

En Internet, el tráfico es otra cosa. En ese mundo, el tráfico es algo deseado, querido, envidiado, incluso descaradamente buscado en ocasiones. Los atascos solamente se producen cuando el tráfico es tan pesado, que los servidores caen, incapaces de servir tantas peticiones: una circunstancia no deseada, pero que suele venir como consecuencia de algún tipo de éxito inesperado, de una súbita entrada de tráfico debido a un factor de difícil predicción. El tráfico abundante en Internet es una buena noticia para aquel que vive de la publicidad, porque supone unos ingresos directos mayores proporcionales al número de globos oculares llevados ante sus anuncios, pero también al que no utiliza publicidad, porque se suele trasladar en algún tipo de medida de influencia, notoriedad, estímulo de la vanidad o alimentación de contenidos que son, en el fondo, la auténtica gasolina de Internet.

Pero al igual que sucede en el mundo real, el tráfico en Internet se está tornando cada día más impredecible. Al principio, la cosa era muy sencilla: si tenías un contenido que muchos querían ver, normalmente obtenías tráfico. Si no, languidecías en el limbo de los olvidados, y tus páginas acumulaban telarañas y polvo. La mayoría de los usuarios llegaban a tus páginas directamente tras teclear tu dirección, de manera que la influencia del resto de la web era más bien escasa. La web era una tela de araña muy simple, con pocos hilos y pocos cruces. Poco después, entramos en la época de los portales y buscadores: páginas a las que los usuarios acudían como medio para ir a otras páginas, y que en virtud de sus enlaces, empezaban a afectar a cómo las otras páginas conseguían mayores o menores volúmenes de tráfico. Presas de la envidia, algunos intentaron mediatizar dichas páginas, enturbiando sus resultados con el poder de un poderoso caballero llamado Don Dinero. Ponme ahí arriba, envíame tráfico, y yo a cambio te pagaré. Y precisamente cuando el usuario empezaba a darse cuenta de que los buscadores no le devolvían aquello que le interesaba encontrar, sino la página del mejor postor independientemente de su relevancia, llegó Google, con su mágico algoritmo imperturbable e incorruptible, y la vida en la web cambió. El AG frente al DG, el Antes de Google frente al Después de Google. Google nos dio un criterio que se suponía representaba de alguna manera la relevancia, y que hacía que algunas páginas apareciesen arriba, y obtuviesen muchas visitas, mientras que otras apareciesen abajo o no apareciesen, y acumulasen telarañas. Un mundo complejo, pero inteligible: si querías tráfico, necesitabas ser relevante, y eras relevante cuando muchos pensaban que lo eras. Una medida discutible, pero que de alguna manera compramos e hicimos nuestra: las cosas son más relevantes cuanta más gente lo cree así.

En paralelo a este fenómeno, la web empezó a hacerse cada día más intrincada, más llena de hilos, cada día más entrecruzados. Las páginas corporativas y los medios que no vinculaban al exterior por miedo a abrir puertas a la "fuga de los lectores" dieron paso a páginas personales, a blogs, a expresiones de intereses repletas de ricos vínculos que enviaban tráfico a diestro y siniestro, con total generosidad. El tráfico de muchas páginas, hasta el momento dependiente del canonizado San Google, empezó a depender cada día más de otras páginas que tenían a bien vincularlas. Empezó a formarse una cierta "meritocracia" de páginas: las que tenían muchas visitas, repartían generosamente su "maná" entre las más nuevas, menos relevantes o más pequeñas. Todo un cambio, un añadido a lo impredecible.

Ahora, el tema resulta todavía más interesante: una página nueva, de poquísimo tráfico e importancia (según "criterio Google"), puede de repente convertirse en una supernova con miles de visitas, y enviar a su vez muchísimo tráfico a otra que haya tenido la suerte de ser citada por ella. ¿A qué se debe el fenómeno? A la aparición de páginas de altísima concentración de tráfico como Digg, Reddit o la española Menéame en las que cualquier usuario puede subir una noticia leída en otro sitio y someterla a las votaciones de los lectores, que parten y reparten juego en la "economía de la atención". Los llamados "gestores sociales de contenido" son el penúltimo descubrimiento de Internet: páginas que sirven para, por un lado, "no perderse nada" y, por otro, para saber qué considera una comunidad que tiene importancia y qué no. Que tu página sea "meneada" o elevada a los altares de la primera página de Digg supone de repente recibir una enorme atención, una oleada de visitas, un aluvión de tráfico y si, además, tu página tiene publicidad, seguramente unos sustanciosos ingresos.

Los gestores sociales de contenido suponen la democratización de las fuentes de información, y su participación empieza a ser importantísima en la economía de la atención que conforma la web de hoy. Quien quiera ofrecer contenido en Internet o liberar ideas que se difundan como auténticos virus, tendrá que reeducarse por enésima vez, enterarse de cómo funcionan estos inventos e intentar adquirir la sabiduría necesaria para entender los misterios del tráfico.

Nos vemos en la próxima hora punta.

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