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Luis Hernández Arroyo

Las revoluciones no se paran con modales versallescos

Del Burgo debería morderse la lengua pues, a sabiendas o no, se ha puesto del lado de los linchadores.

¿De qué han servido las manifestaciones tan exitosas del 10 y el 17 de marzo? ¿Se ha puesto en un serio aprieto al okupante de la Moncloa? Su respuesta ha sido de desprecio total, incluso para con los manifestantes que se "dejan manipular por la mentira del PP". Pero, además, ciertos actos –que de nuevo suponen una muesca más en la demolición del Estado– como la actuación de la fiscalía en el procesamiento de Otegi, o el supuesto proceso a Aznar, son más que elocuentes. ZP prosigue en su proceso de paz sin temblar un ápice, y encima observamos con desasosiego que el PP comienza a fracturarse, a cuenta de la guerra de Irak, justo por el eslabón más delicado en estas horas en que Navarra puede ser simplemente deglutida por un Gobierno vasco con reverberaciones nazis... Por cierto, ¿Cuántos vascos han mostrado su airada indignación por esa posible Anschluss?

Da pavor el estado de descomposición tan avanzado al que se pretende frenar con manifestaciones y guerra de cifras. Quizás sea mejor que la gente tenga la ilusión que esto puede resolverse pacíficamente, pero el PP sabe, o debería saber, que está luchando con fuerzas muy superiores, simplemente porque carecen de escrúpulos. Ni el Gobierno los tiene ni, por supuesto ETA, que es la quintaesencia del cinismo. ¿Es que van a mostrar escrúpulos kantianos quien juega a la política con muertos? Hay muertos del GAL, sobre los que Aznar, pensando que iba a estar un siglo en el poder, "pasó página". Ahora se lo pagan con un proceso por genocidio, que no tendrá lugar, pero que deja borrón en la ciudadanía. Del Burgo debería morderse la lengua pues, a sabiendas o no, se ha puesto del lado de los linchadores.

Hay muertos del 11-M que, como los del GAL, pueden quedar en un limbo jurídico; y están, naturalmente, los muertos de ETA, que nunca han estado tan cerca de ser "capitalizados" (pues los muertos son un capital en estos días). El PP es el único partido decente que hay en España. No tiene muertos, cosa que nadie ha observado. Ganaría si se cotizara la decencia. Pero la decencia no está de moda: hay otras consignas más molonas, como "paz", o "bienestar", o "igualdad de sexos". La potente maquinaria del PSOE se encargará de mellarle eficazmente la imagen para que no tenga mayoría absoluta, que su único objetivo. Y es que, por otra parte, el PP es un partido de modales versallescos, y Versalles perdió contra el "tercer estado" en un mes de verano de 1789, un mes en el que dudó.

Rajoy estuvo magnífico en su discurso final de la manifestación del día 10 de marzo. Se permitió citas literarias brillantes, tan bien encajadas que parecían haber nacido para la ocasión. Pero, ¿ahora qué?

¿Vamos a esperar cívicamente que estos cívicos desahogos tengan repercusión electoral? Pues, probablemente, no la tendrán. El Gobierno sigue controlando fríamente la opinión pública, a costa, eso sí, de una creciente división entre españoles. Las encuestas de ahora no influirán el día de las elecciones. Los resultados municipales no tendrán una interpretación unilateral. Y el Gobierno, en las elecciones generales, sacará a pasear sin complejos dobermans, Irak, genocidios, y todo lo que se trague la pancista –o sanchista– opinión pública española, que sólo une lo más truculento.

Estamos en una revolución, un golpe constitucional, que se inició el 11-M y está ya muy avanzada; en breve podría estar madura. Y nosotros, ensimismados, haciendo cábalas electorales.

En España

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