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El sí crítico

La política se ha convertido en un mero juego para lograr el poder y mantenerlo, al margen no ya de principios y valores, sino de cualquier recta argumentación racional y moral.

Existen dos materias donde el bienestar de los ciudadanos está más en juego: la política exterior y la economía. Las decisiones aquí tomadas repercuten directamente en los ciudadanos, a veces de manera dramática. Razón por lo cual es exigible que en el Congreso de los Diputados el comportamiento de sus señorías sea escrupuloso. Por desgracia, el nihilismo moral izquierdista, hostil a cualquier argumentación lógica, sustituida por amplias dosis de propaganda, ha acabado por extenderse a la derecha, como muestra el uso y abuso que los populares hacen del "sí crítico" a las suicidas medidas económicas del Gobierno.

El "sí crítico" es, por un lado, un sinsentido; imagínese el lector que hablamos de su contrario, un "no apologético": que alguien salga a la tribuna a decir que una medida es maravillosa y necesaria para luego votar en contra. Pues aquí ocurre igual. Si algo es criticable, y es muy criticable por la oposición –como ocurrió con las medidas económicas propuestas por el Gobierno– carece de sentido apoyarlo, salvo que ocurran dos cosas: primero, que hayamos perdido el juicio y nos dé igual una cosa que la contraria, en cuyo caso debemos y podemos dudar de la salud mental de los protagonistas, perdidos en razonamientos erráticos. O en segundo lugar, que nos dé igual una cosa que la contraria porque estemos pensando en algo distinto a aquello que votamos, en cuyo caso no estamos ante un problema de estabilidad intelectual, sino de decencia moral y política.

Puesto que no dudamos de la salud mental de los diputados elegidos por los españoles, tenemos que concluir que el "sí crítico" cae en el campo de la consistencia moral. Y es que constituye una triple estafa en toda regla. Lo es, en primer lugar, para los votantes de la derecha: si sus votos se iban a dedicar a dar "síes críticos" al Gobierno, más valdría haber dejado en sus manos la posibilidad de otorgar "votos críticos" a Zapatero. Porque el marco general de las propuestas socialistas era bien conocido antes de marzo de 2008 y de junio de 2009: más impuestos, más gasto y más intervención en la economía. Eso lo sabían los votantes de la derecha, y la crítica a ZP se la hicieron como había que hacerlo: votando a quien decía que estaba en contra, que dice que sigue estando en contra pero que ahora vota a favor, retorciendo de manera inadmisible el mandato de sus votantes.

El "sí crítico" es también una estafa para los ciudadanos y el funcionamiento institucional: la democracia no se caracteriza simplemente por la celebración de elecciones, sino por la existencia de una oposición real que fiscalice al Gobierno y se le oponga allí donde no está de acuerdo. Si el PP cree que las medidas propuestas por Zapatero no son buenas para los ciudadanos y las instituciones, lo decente es votar en contra. La credibilidad de las instituciones se rompe cuando en sede parlamentaria se dice una cosa y se vota otra distinta. El comportamiento errático es habitualmente malo: cuando se hace desde el Congreso, y a sabiendas de que se hace, erosiona las instituciones, que pierden seriedad.

En tercer lugar, el "sí crítico" es, por supuesto, una estafa moral: si el PP cree que la millonada de ZP es buena, se dice que es buena y se vota a favor; y si cree que es mala, se dice y se vota en contra. Simple sentido moral, al margen de ideologías, que es lo que nos enseñaron nuestros padres. Por eso afirmar que una medida es mala y apoyarla al mismo tiempo implica engaño, mentira e hipocresía. Engaño porque se dice una cosa al ciudadano a sabiendas de que se hará otra distinta; mentira porque, como estrategia política esto incluye decir lo contrario de lo que se piensa; hipocresía porque se dice algo y se hace lo contrario, defendiendo la barrabasada sin inmutarse un poquito, incluso siendo capaz de defenderlo públicamente. En este tercer caso, los principales damnificados por el engaño, la hipocresía y la mentira son aquellos mismos que la practican; por mucha estrategia de comunicación en la que se envuelva, un engaño es un engaño.

En el fondo, el problema que hace ya tiempo que afecta a la izquierda española está ya afectando a la derecha: la conversión de la política en un mero juego para lograr el poder y mantenerlo, al margen no ya de principios y valores, sino de cualquier recta argumentación racional y moral. Los dos grandes partidos se han convertido ya en grandes empresas de marketing que compiten estratégicamente sin muchos escrúpulos morales o ideológicos. Incluso supeditando el sentido moral básico a la utilidad electoral. Ya no se tratar de rechazar o esconder los valores liberal-conservadores, sino de esquivar el discurso lógico y un mínimo sentido de la decencia moral. Esto es lo más grave dentro de la crisis de la derecha española, horrorosamente encarnado en el "sí crítico": al final de crítico no tiene nada, y de sí tiene todo, pero sobre todo es una triple estafa.

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