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Jorge Vilches

El bálsamo Rubalcaba

Detrás de esto no hay nada más que una estrategia partidista de aferrarse al poder, acallando las voces discrepantes socialistas que empezaban a oírse, y congraciándose con el voto tradicional del PSOE.

En algunos momentos de la Historia ha sido la presencia de un hombre, de un líder, lo que ha sacado de la oscuridad a un Gobierno o a un partido. Esto ha tenido lugar en circunstancias especialmente difíciles, sobre todo cuando se ha producido un vacío ideológico o una crisis capaz de derribar una situación política. También se ha dado el caso de que un solo hombre era el partido, la ideología, el programa, el discurso y la acción de una opción política. Pero eran otros tiempos, tiempos en los que era ese hombre el que reunía a un grupo de amigos, a veces tan pocos que a duras penas llenaban un taxi, y fundaban una asociación política con nombre grandilocuente y aspiraciones de tamaño cósmico.

Pero, insisto, eran otros tiempos y otras circunstancias, una época en la que la política era más interior y menos internacional, casi de andar por casa, hecha por minorías para masas que llegaban a la política por primera vez. Me refiero a la Europa de entreguerras, en la que aún los viejos profesionales de la política de notables se codeaban con los nuevos líderes, muchos de ellos volcados hacia la movilización masiva y demagógica. Los mecanismos entonces para la resolución de conflictos eran otros, y aquellos líderes y sus tácticas y estrategias, tan bien anunciadas por Max Weber, casi lo eran todo.

Hoy la política discurre por otros cauces, en los que los nombres son bálsamos momentáneos, analgésicos que de nada valen si no hay detrás algo más que una complicada trama para aferrarse al poder. Estas soluciones tienen en la actualidad un recorrido muy corto.

Zapatero ha elegido a Rubalcaba como bálsamo ante la crítica situación de la economía española y el descrédito de su acción de gobierno. El ascenso del ministro tiene lecturas internas: para tranquilizar al partido, señalar una posible sucesión o eliminar al sector despótico y amortizado de Fernández de la Vega. Y también tiene lecturas externas, que es poner en primera plana al ministro mejor valorado y capaz, a su entender, de evitar la sangría de los votos tradicionales del PSOE, el de aquellos electores que votaban por el socialismo de Felipe González.

El efecto ha sido verdaderamente calmante. Incluso algunos dirigentes del PP han declarado, en voz baja, que éste es mejor Gobierno que el anterior. ¿Por qué? Porque Zapatero ha puesto a su frente a Rubalcaba, como si la presencia del ministro marcara una nueva línea política o económica, como si su influencia pudiera cambiar la política social o exterior. Zapatero ha tenido éxito porque se puede preguntar a cualquier zapaterista por el desempleo y contestan: "Rubalcaba". ¿Y la negociación con ETA? Y dicen: "Rubalcaba". ¿Y la postura común europea ante la dictadura castrista?, pues "Rubalcaba". ¿Y el recorte del sueldo de los funcionarios y empleados públicos?; sí, "Rubalcaba".

Sin embargo, detrás de esto no hay nada más que una estrategia partidista de aferrarse al poder, acallando las voces discrepantes socialistas que empezaban a oírse, y congraciándose con el voto tradicional del PSOE. La política ya no la hacen solamente los nombres o la imagen, especialmente en tiempos de crisis, y bálsamos de este tipo tienen una vida muy corta; corta, claro, si la oposición quiere.

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