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Jake Sandoval

El conde de Godó, traición y subvención

El Rey no podía imaginar que el conde de Godó, propietario de La Vanguardia, fuese a apostar por el plan independentista de Artur Mas.

Cataluña, al contrario que el País Vasco, siempre ha estado alejada socialmente de Madrid. La moda de la Corte de finales del XIX y principios del XX de veranear en el Norte hizo, entre otras cosas, que esa región se acercara mucho a Madrid. Consciente de este desequilibrio y de la importancia de Barcelona dentro del reino, Alfonso XIII hizo un esfuerzo por conocer a esa nueva burguesía, tratarla y blasonarla para acercarla a la capital.
 
En 1918, una donación de Eusebio Güell, a quien Alfonso XIII había hecho ya conde de Güell, permitió al monarca hacerse con una residencia permanente en Barcelona. Así, el abuelo del rey Juan Carlos decidió arreglarse el Palacio de Pedralbes, lo que permitió a él y a la Familia Real de algún modo echar raices en la capital de Cataluña.
 
Durante su reinado, Alfonso XIII ennobleció a gran parte de la alta burguesía catalana. Güell, Garriga Nogues, Churruca, Sert, Viver, Milá, Godó... el equivalente catalán a lo que en Neguri acabaría conociéndose cómo la "aristocracia siderúrgica". Esta Burguesía contó con la ayuda inestimable del proteccionismo de las leyes arancelarias del gobierno de Madrid para convertir a Barcelona en la ciudad más prospera de España. Años más tarde, Franco acrecentó el mimo a esa burguesía y aristocracia de nuevo cuño, aunque de otra manera: devolviendo la estabilidad a los empresarios, acabando con el anarquismo e instalando importantes empresas estatales en el cinturón industrial de Barcelona.
 
Desde la vuelta de Tarradellas y el inicio de la Transición, y a pesar de la propaganda mil veces cacareada desde Cataluña, el Gobierno central ha ido cediendo en todas las demandas nacionalistas. Haciendo un gran esfuerzo por calmar el ansia de autogobierno de los políticos de Cataluña. Estatuto, competencias, transferencia de la educación... Les ha tratado como un padre que malcría a su hijo permitiéndole todos sus caprichos.
 
Juan Carlos I, consciente al igual que su abuelo de la lejanía social de Barcelona, continuó con la tradición familiar y se esforzó por atraerla: ha veraneado en Palma, esquiado en Baqueira, se ha volcado con la ciudad y hecho todo lo posible por que las olimpiadas de 1992 se celebrasen en Barcelona. Leopoldo Rodés, quizás el mayor responsable de ese éxito y no precisamente un monárquico convencido, recibió y organizó una cena al día durante un año para conseguir que las Olimpiadas se celebrasen en Barcelona. Las Olimpiadas representan el mayor momento de integración y convivencia, pero como siempre a los políticos catalanes les supo a poco.
 
Juan Carlos I también siguió con la costumbre de ennoblecer a la nueva burguesía catalana: Lara, Samaranch, y demás hasta llegarle el turno en 2008 a Javier Godó, a quien hizo Grande de España. Seguramente entonces el rey no podía imaginar que el conde de Godó, propietario de La Vanguardia, fuese a apostar, previo pago vía subvenciones a sus empresas, por el plan independentista de Artur Mas. Javier Godó está siendo uno de los pilares de la huida hacia adelante de Artur Mas, crecido y acorralado por la galopante corrupción de su partido. El dueño de La Vanguardia prefiere apostar por los más de diez millones anuales que la Generalitat entrega en la forma de subvenciones a su periódico que por una lealtad de tres generaciones. La bajeza de sus actos retrata al personaje.
 
En un momento tan delicado para España, con el país al borde del precipicio, me quedo con las palabras de José María Milá, I conde de Montseny, presidente de la diputación de Barcelona durante muchos años, empresario, monárquico, liberal, catalán y español quien tras la Guerra Civil exclamó en un discurso que "quien tiene que decir 'arriba España' es el humo de las chimeneas de nuestras fábricas".

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