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Perico Chicote, el barman más popular de España, murió hace 40 años

El Chicote, inaugurado en 1932, es el más antiguo de la capital. 

El Chicote, inaugurado en 1932, es el más antiguo de la capital. 
Chicote y el mítico local | Archivo

Los viandantes de la Gran Vía madrileña, en su primer tramo a espaldas de la Cibeles, transitan por las puertas de Chicote, en su especialidad de bar americano como se conocía al inaugurarse, el más antiguo de la capital de España, hacia 1932. Tiene ahora una clientela bien diferente: jóvenes en su mayoría, pero mantiene un ambiente elegante, sin alborotos ni afinidad con otros locales. Prácticamente nada parece haber cambiado en su decoración con muebles, mesas y sillas vintage. Por las paredes, multitud de fotografías dan testimonio de cuantos famosos pasaron por allí en décadas pasadas, desde intelectuales como Ortega y Gasset a toreros de la talla de Manolete, que conoció por cierto en Chicote a quien fue su gran amor, Lupe Sino.

El fundador y dueño se llamaba Perico Chicote, un prestigioso barman, el más popular de España, de quien se cumplieron cuarenta años de su muerte el pasado 25 de diciembre. Su vida merece la pena recordarse. La de un niño de ocho años, madrileño de familia conquense quien, huérfano de padre e hijo único hubo de ponerse a trabajar para ayudar a su madre, en un hogar muy humilde. A tan temprana edad, se levantaba a las cinco de la mañana, acudía al mercado de los Mostenses, y despachaba tazas de té y copas de anís y otros licores. Concluida su función laboral, a las nueve de la mañana se iba a la escuela. Luego fue repartidor de telegramas. Y con el tiempo pasó a ejercer de camarero y más tarde barman en los bares del hotel Ritz y del Palacio de Hielo. En verano se marchaba a San Sebastián, y ya con algunos ahorros alquilaba un local donde servía sus exquisitos y originales cócteles, que había creado tras sus años de aprendizaje. Pudo conocer en esos años y servirles alguna bebida al rey Alfonso XIII, a la reina Victoria Eugenia y a importantes personajes de la Corte y la vida social española. Cuando pudo ya se estableció en los Madriles, puso el bar Chicote que diez años más tarde se llamaría Museo Chicote, donde llegó a coleccionar veinticinco mil botellas distintas de toda clase de bebidas, obtenidas durante sus numerosos viajes al extranjero. Solía acompañar al equipo del Real Madrid, lo que le permitía adquirir con frecuencia piezas difíciles de hallar en España, algunas de gran valor al tener hasta dos siglos de antigüedad. De cómo se inició en ese afán fue a raíz de que un embajador del Brasil le regalara una botella del licor brasileño Paraty.

Al Museo de Bebidas se entraba por una puerta anexa a la entrada del bar. Había que bajar por una estrecha escalera, poco iluminada. Y ya dentro, en unas reducidas salitas, se exhibía aquella deslumbrante y curiosa colección. Cuantos famosos del espectáculo, sobre todo extranjeros, pululaban por Madrid, no dejaban de visitarlo. Allí se celebraron multitud de encuentros con la prensa. Recuerdo, de tantas veces como concurrí a muchos de ellos, a Perico Chicote a la entrada, saludándonos con su amplia sonrisa de siempre e invitándonos a tomar una copa. A las damas, en seguida daba órdenes de que les sirvieran inmediatamente algo dulce. Era un seductor nato, aunque apenas se sabía de su vida sentimental, que guardaba para sí. Públicamente, nunca se dieron a conocer los nombres de sus amantes. Continuó soltero hasta su muerte.

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Desde el bar Chicote, por un pasadizo, se llegaba hasta otro anexo, el Cock. Lo había adquirido en un traspaso el año 1923. Cock sería en los años de la Transición lugar de encuentros de personajes de la nueva política española, de gentes de izquierda, de personajes de la movida madrileña. Hoy todavía recluta entre su clientela a fieles y asiduos del lugar tan emblemático, que conserva una decoración casi intacta a la de su pasado. Por cierto, Cock, vocablo que como es sabido significa gallo en inglés forma parte del anecdotario en torno a otro, cóctel, que en mejor ocasión podría contarles con más detalles. Perico Chicote sabía mucho no sólo de las muy diversas formas de servir un cóctel: también de historias en torno a toda clase de bebidas. Por eso fue requerido para escribir volúmenes al respecto. Así lo hizo y hoy son muy valiosos para todos aquellos que quieran enterarse de los entresijos de su oficio y del buen beber. Él, por cierto, autor de tantas combinaciones etílicas, sólo tomaba vino tinto con sifón.

Al bar Chicote iban a tomar el aperitivo clientes habituales, que en la posguerra solían ser industriales o empresarios en busca de algún posible negocio, en tiempos difíciles, donde sobresalía el estraperlo; esto es, el contrabando bajo cuerda-. Dramática era la búsqueda de dosis de penicilina, que no se encontraba en España: el invento del doctor inglés Alexander Fleming que empezó a comercializarse en esa década, pero que no llegaba a las farmacias españolas. ¡Cuántas vidas pudieron haberse salvado…! En Chicote, algunos espabilados del mercado negro posibilitaban la adquisición de ese medicamento, a precios desorbitados. Es lo único negativo que hallamos alrededor del comercio de Chicote, quien no ignoraría esas operaciones a espaldas de camareros y clientes. Posiblemente gracias a estar al corriente, ayudó a gentes que no podían pagar lo que pedían aquellos mercaderes por unas inyecciones que eran precisas para la curación de niños, viejos o seres en trance de morir.

Chicote era en la sobremesa punto de reunión de escritores, dramaturgos y actores, en torno a una peña que llevaba el nombre del local, y que sobrevivió a su dueño. Personajes de la generación del 27 como Miguel Mihura, López Rubio, Mingote y otros se daban cita en aquel salón, junto a la Gran Vía. Ya al atardecer, llegada la noche, a "Chicote" llegaba otro público. Señores, se decía casi siempre "de Bilbao", en busca de emociones. En la barra se aposentaban señoritas del oficio más antiguo del mundo. Como Perico Chicote se llevaba bien con el Régimen franquista, le permitían ciertas licencias. Hacia las dos de la madrugada llegaba el sereno al que se le servía una copa de chinchón.

Perico Chicote acudía a toda suerte de ágapes, bodas, comuniones, fiestas de sociedad y de empresas… Un adelantado de lo que hace tiempo se conoce como cáterin. Procuraba estar presente en esos eventos. Si se trataba de actos oficiales, su olfato lo llevaba a estar cerca de los ministros o demás gerifaltes. Llegado Franco a alguna de esas reuniones, Perico Chicote, presto, y le servía lo único que tomaba el entonces Jefe del Estado: un zumo de naranja, o bebida similar. Porque jamás bebía alcohol. El recuerdo de su padre alcoholizado lo tenía presente.

Perico Chicote fue toda una institución en la vida española. Quiso la casualidad que unas semanas antes de su fallecimiento, atravesando yo el último tramo de la calle de la Princesa, me encontrara con un desolador momento, cuando lo contemplé en silla de ruedas, muy desmejorado; sus allegados trataban de llevarlo, imagino que a una clínica. Un sobrino suyo, José, se hizo cargo del bar y del Museo de Bebidas. Éste fue adquirido por José María Ruiz-Mateos, que lo instaló en su sede de Rumasa, de la madrilaña plaza de Colón. Finalmente, un millonario norteamericano se hizo con toda la colección de botellas. Con ella, tal vez ignorándolo, se llevaba el tesoro de un hombre extraordinario llamado Perico Chicote.

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