
Cuando se cumplen veinticinco años de la trágica desaparición de Diana de Gales, su figura continúa siendo recordada y los medios informativos de todo el mundo no dejan de hacerlo año tras año cuando llega este 31 de agosto. Aquella madrugada encontró la muerte a bordo de un automóvil Mercedes, en compañía de su entonces amante, Dodi Al-Fayed, quien también perdió la vida instantáneamente junto al conductor, Henry Paul. El guardaespaldas Trevor Rees-Jones quedó gravemente herido, a consecuencia del violento choque del vehículo en el pasadizo del Puente del Alma, en París, no muy lejos de la torre Eiffel, y a pocos metros del Sena. Varios "paparazzi" perseguían a la princesa y su novio, algunos de los cuáles lograron imágenes dramáticas. Se especuló con que esa presión de los informadores pudo haber alterado al chófer hasta hacerle perder el control del vehículo. No obstante, posteriores diligencias médicas tras la observación de los cadáveres dieron por resultado que el mencionado Henry Paul había bebido más de la cuenta y en su sangre se hallaron restos de alcohol que superaban lo permitido para conducir. En dos palabras: estaba ebrio.
Al haber transcurrido ya un cuarto de siglo de aquella tragedia, tantísimas veces evocada, puede comprenderse que no haya novedad alguna. No obstante sí que al menos se ha sabido ahora que el abogado de Lady Di, cuando ya estaba divorciada de Carlos de Inglaterra, de nombre Víctor Mishcon, recibió un escrito de ella que se acaba de hacer público, donde le decía estar temerosa de sufrir un atentado. Scotland Yard estaba hacía tiempo al tanto de esa supuesta amenaza, aunque nunca lo había dado a conocer, salvo a sus colegas de la policía francesa que investigaron el accidente.
Pero ¿quién podía organizar un asesinato o atentado contra Lady Di? ¿Por qué motivos? Quien primero se refirió a tal posibilidad fue el padre de Dodi, Mohammed Al-Fayed, y así lo declaró a la prensa internacional, asegurando que fueron los servicios británicos de inteligencia quienes realizaron tan execrable crimen. El millonario musulmán, dueño de los conocidos almacenes Harrod’s londinenses, sostenía contra la Corona inglesa una constante aversión, considerándola culpable de que no se le hubieran concedido la nacionalidad británica.
Diana de Gales contaba sólo treinta y seis años, en tanto Dodi Al-Fayed la superaba en seis más y habían iniciado aquel verano de 1997 un tórrido romance que inundó de reportajes la prensa mundial, sobre todo los tabloides ingleses y las revistas del corazón. Tenían pensado casarse, según algunos allegados y hasta hubo medios que insinuaron la posibilidad de que Lady Di estuviera embarazada, algo que nunca pudo confirmarse. Llena entonces de vida, apasionadamente entregada al "play-boy" musulmán que había roto con su prometida la modelo Kelly Fisher, para estar con Diana, quería dejar atrás su incierto pasado, la desazón por su fracaso con el heredero de la Corona británica, y los cinco acalorados romances que vivió tras dejar a Carlos.

Con Dodi parecía haber encontrado al hombre que le hiciera olvidar esos años donde parecía haber perdido el norte, en su permanente búsqueda de estabilidad, para ser feliz de una vez. Y mientras agonizaba camino del hospital donde sólo pudieron certificar su muerte, apenas musitó unos ininteligibles frases entrecortadas, como la que escuchó un bombero que acudió a atenderla a poco de ocurrir el accidente: "¡Oh, Díos mío, pero qué ha ocurrido…!".
Los hijos de Carlos y Diana, Guillermo, de quince años y Enrique, de doce, se encontraban de vacaciones en el palacio de Balmoral, ajenos en un principio a tal siniestra tragedia. Querían mucho a su madre y ella les correspondía con el mayor cariño, aunque aquellos días de agosto de 1997 estuviera lejos de ellos. Hablaron por teléfono, en la distancia justo la víspera del suceso. Una conversación banal, corta, porque los chicos se hallaban jugando con unos primos. Con los años nunca olvidaron las últimas frases de mamá.
Diana estaba pasando unas inolvidables jornadas veraniegas. Era el 24 de agosto del tan mentado 1997 cuando un paparazzi logró una fotografía de la princesa a bordo del yate de Dodi Al Fayed; en traje de baño azul, desde una plataforma del "Jonikal", que surcaba las aguas de Portofino, las de la costa Esmeralda. Aunque más llamativa fue la imagen tomada en Saint-Tropez besándose con pasión. Desde Italia la pareja embarcaría en Cerdeña en un avión privado para aterrizar el 30 de agosto en París, trayecto que ella no quería. Deseaba regresar a Londres y reunirse con sus hijos, a los que no veía desde hacía semanas. Mas Dodi insistió. Y llamó al hotel Ritz de la capital francesa, propiedad de los Al-Fayed para que les reservaran la mejor "suite". Al día siguiente ambos tenían una negra cita con el destino.

Resulta incontestable la reacción de millones de personas tras su muerte: no tuvieron en cuenta sus amores más o menos clandestinos, que fueron media docena, sino que antepusieron en general lo desgraciada que fue su vida de casada con el príncipe Carlos, a pesar de haberse entregado a él tan enamorada; y el amor asimismo que dedicó a sus hijos, pendiente de su educación. Y cuantas labores de tipo social realizó durante largo tiempo.
La pregunta que siempre flotó alrededor del príncipe Carlos es por qué se casó con Diana. El ya algo talludito heredero tenía treinta años y aunque se le conocían infinidad de idilios pasajeros, no tenía pretensión alguna de abandonar su recalcitrante soltería. Pero en el palacio de Buckingham, empezando por la reina Isabel II, se hacían cábalas de cuándo sentaría la cabeza para desposarse y dar un heredero a su vez, con lo que la dinastía de los Windsor pudiera sentirse tranquila de cara al futuro. Parece ser que fue su propio padre, el príncipe Felipe de Edimburgo, quien más empeño puso, presionándole a que eligiera a la mujer que encontrara adecuada para ser su compañera de por vida, a ser posible de sangre azul. No encontró Carlos una princesa que le llamara la atención. Transcurría el otoño de 1977 cuando asistió a una fiesta en Althorp House, residencia de los condes de Spencer. Salía con una de sus hijas, Sarah, aunque no hubiera nada serio entre ellos. En aquella celebración se hallaba una jovencita tímida, hermana de la citada, de dieciséis años, que estudiaba en un colegio suizo. Carlos fijó su mirada en ella, y entabló una conversación tras la cuál sacó en consecuencias que era una muchachita encantadora y hasta divertida. Era Diana Frances Spencer, la futura princesa consorte, quien ya casada y recordando aquel primer encuentro creía que Carlos "apenas se fijó en mí".
Cuanto ocurrió después, por harto conocido, lo resumimos: Carlos y Diana se casaron en agosto de 1981 en la catedral de San Pablo, de la capital inglesa. Tuvieron dos hijos, Guillermo y Enrique y convivieron bajo el mismo techo. Hasta que ella se convenció de que su marido la engañaba, con la mujer que siempre había querido hacerla suya, aunque estaba casada, Camilla Parker-Bowles, hoy duquesa de Cornualles, y futura reina consorte de los británicos. Pudo saberse que Carlos y Diana ya al final de su relación dormían separados y únicamente cada tres semanas, él se dignaba una noche acudir al lecho de su todavía legalmente esposa. Se dijeron adiós, divorciándose en 1996, cuatro años más tarde. Famosa fue la frase que la propia engañada pronunció duranta la entrevista, seguida por millones de telespectadores, concedida a la BBC, a preguntas del periodista Martin Bashir (que años más tarde hubo de declarar ante un juez al haber recurrido a medios poco éticos para lograr aquella exclusiva): "Éramos tres en nuestro matrimonio".
Esperaba Diana su segundo hijo cuando, ya sabiéndose cornuda, se lió con su instructor de equitación, el mayor del Ejército británico James Hewitt, con quien mantuvo su romance a partir de 1987 hasta 1992. En esos citados cuatro años hasta firmar los papeles del divorcio, con las complicaciones que aquello conllevaba en un matrimonio de su alcurnia, Diana "se soltó el pelo" como diría aquí un castizo, y se fue tranquilamente a la cama con su guardaespaldas, Barry Mannakee. Quien hubo de dejar su ocupación, lo trasladaron y falleció, en extrañas circunstancias, en un accidente de tráfico. Lady Di estaba "colada" por él y sollozó amargamente al enterarse de su final. Al corazón de Diana fueron llegando otros hombres: su chófer James Gilbey fue uno de ellos. También el capitán de rugby de la selección nacional inglesa, Will Carling, a quien conoció en un gimnasio. El quinto de sus amantes fue con quien quizás vivió una relación más sincera: era el cirujano pakistaní Hasmat Khan, con el que entabló amistad cuando la princesa fue a conocer el hospital Royal Brompton. Se veían en el modesto apartamento del doctor o incluso en las habitaciones del palacio que Diana habitaba ya separada.

Fue el propio médico quien la disuadió de continuar sus encuentros; si hubiera sido por ella, se habrían ido a vivir juntos, incluso a Pakistán, adonde la princesa viajó para conocer a la humilde familia del doctor Khan. A ese quinteto, añadiendo su último amante conocido, Dodi Al-Fayed, hay que sumar un probable roce con John-John Kennedy, el hijo del Presidente, con quien se encontró en un hotel de Nueva York a petición de él, con el propósito de entrevistarla para la revista de su propiedad, que también dirigía, "Geogle". La supuesta noche apasionada que pudieron vivir, la verdad es que nunca pudo probarse pues ambos jamás lo mencionaron.
Lo que se deduce de esos capítulos sentimentales en la biografía de Diana de Gales es que, sencillamente, sentíase muy sola y necesitaba un hombre a su lado, tras su desdichada boda. Cuantos comentarios sobre esa conducta puedan seguir proyectándose públicamente ya es algo que dejamos aquí. Sí que quiero referirme brevemente al cóctel que en su honor hubo en Madrid al que acudieron previamente seleccionados varios periodistas españoles. Cando rodearon a Diana, la princesa les preguntó: "¿Algunos de ustedes es de ¡Hola!? La publicación dedicaba mucha atención a Lady Di. Eduardo Sánchez Junco, ya fallecido, que dirigía el semanario, adquirió un material fotográfico de ella cuando pasó unos pocos días en Marbella. Unos reporteros la captaron con parte de sus pechos al aire. Imágenes que se guardaron en un cajón secreto. Respecto a otras vacaciones que Diana, Carlos y sus dos hijos pasaron en Marivent, la residencia real mallorquina, el biógrafo de la princesa escribió que don Juan Carlos trató de flirtear con ella. No dio más datos el tal Andrew Morton.
Y al resumir este cuarto de siglo de la muerte de quien fue denominada "La reina de corazones" (leyenda asimismo aplicada aquí a Isabel Preysler) nos preguntamos por qué sigue siendo un personaje tan atrayente. Las hemerotecas están llenas de reportajes y artículos; hay un montón de libros sobre su vida. Y series y documentales televisivos a porrillo; quizás la más relevante fue The Crown, donde se reflejaban episodios acerca de la Familia Real inglesa. Al recordar a Diana, nos hacemos eco de lo que dijeron sus hijos sobre ella: "Tenía una fuerza positiva para todo el mundo".



