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Santiago Navajas

La mona Tamara Falcó

A la mayor parte de los humanos, la lealtad y la fidelidad les son completamente naturales, y la sociedad únicamente las matiza y refuerza.

A la mayor parte de los humanos, la lealtad y la fidelidad les son completamente naturales, y la sociedad únicamente las matiza y refuerza.
Tamara Falcó durante su encontronazo con Juan del Val en El hormiguero | Atresmedia

Tamara Falcó ha puesto sobre el tapete mediático una vieja polémica antropológica sobre la moralidad humana (en concreto, la fidelidad) que han mantenido Adam Smith, Darwin y de Waal contra Hobbes, Huxley y Dawkins: ¿Nuestros instintos naturales son más bien solidarios o egoístas?

La hija del marqués de Falcó e Isabel Preysler es famosa por su belleza, su ingenio, su profunda religiosidad católica y por no conseguir casarse ni a la de tres. Ella misma ha reconocido que parece destinada a vestir santos. Cuando parecía que por fin iba a pasar por el altar, su novio ha sido fotografiado con las manos en la masa densa y esponjosa de otra mujer. En el programa El hormiguero, donde es tertuliana, rebatió a Juan del Val que sostenía que "hay mil estudios donde se dice que la fidelidad es algo antinatural", con una brillante exposición de primatóloga aficionada: "No somos monos... Tú controlas tus impulsos y tienes que saber tus límites, que dependen de ti y tu pareja (...) la infidelidad es totalmente normal".

Lo que subyace al debate sobre si la fidelidad —y, en general, la moral humana— es natural o antinatural es, como decía, un viejo debate. Matizando a Falcó, el debate es más si somos monos en los que predominan los impulsos hacia el egoísmo o a la solidaridad. O, dicho de otro modo, si está en nuestros genes el impulso hacia los cuernos o la infidelidad. Juan del Val usa la ciencia para justificar su propia posición proclive a la infidelidad, mientras que Tamara Falcó parece sostener que sobre un núcleo primate de tendencia a la infidelidad podemos crear una capa cultural que controle o reprima ese instinto infiel.

En suma, tanto Juan del Val como Tamara Falcó están de acuerdo en que el egoísmo es lo natural, discutiendo sobre si debemos dejar que dicho egoísmo se extienda como un fuego sin freno o, más bien, cabe encapsularlo como en una olla a presión. Sin embargo, ni Adam Smith, Darwin o, más recientemente, Frans de Waal (véase Primates y filósofos) están de acuerdo con este posicionamiento antropológico. No creen que la moralidad se haya creado culturalmente para contrarrestar los supuestos impulsos violentos, egoístas y promiscuos del primate humano, sino que está en nuestra propia naturaleza el predominio de los instintos solidarios, cooperativos y, también, fieles. En palabras de Smith, que tanto inspiró a Darwin, "por muy egoísta que pensemos que es el hombre, sin duda existen algunos principios en su naturaleza que le hacen interesarse por la fortuna de los otros y hacen que la felicidad de estos le sea necesaria, aunque no obtenga nada excepto el placer de verla".

Que los genes actúen en su propio interés no significa que incentiven el egoísmo. Por ello, el famoso libro de Richard Dawkins no debería llamarse "el gen egoísta", sino "el gen del interés propio". Y cabe que la mejor estrategia en interés propio no sea la del egoísmo sino la de la cooperación, de favorecer al común y de pensar en el bienestar de los demás tanto o más que en ti mismo. A la mayor parte de los humanos, la lealtad y la fidelidad les son completamente naturales, y la sociedad, a través de la cultura, únicamente las matiza y refuerza. El príncipe anarquista Kropotkin fue de los primeros en reivindicar que en un mundo darwinista cabe tanto la crueldad y la violencia como la beneficencia y el amor, porque ambas pueden ser estrategias evolutivas exitosas dependiendo de las circunstancias.

Somos monos y la mayor parte de nosotros tenemos un núcleo moral de impulsos hacia la generosidad, la solidaridad, la cooperación, la amistad, el amor y, claro, la fidelidad. Los mejores ángeles de nuestra naturaleza. Que luego podemos reforzar y ampliar hacia aquellos que no son como nosotros, rompiendo las barreras del nacionalismo y el racismo.

Tamara Falcó es una mona muy mona, dicho sea con todo el respeto, muy inteligente, muy simpática y muy fiel. Desde aquí le deseamos la mejor de las suertes en encontrar el alma gemela que comparta los sanos instintos naturales que sin duda atesora.

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