Cuanto más quieren prohibir las corridas de toros, más fuerte se hace la tauromaquia. Este es un axioma desde que San Pío V excomulgó a los que asistieran a las corridas. El rechazo a la tauromaquia por parte del comunista ministro de Cultura paradójicamente supone un respaldo a las corridas de toros. De todos los fenómenos culturales solo los toros y el cante jondo no han consentido convertirse en espectáculos. Digo "cante jondo" y no flamenco porque este último sí que ha sido deglutido por la industria de la banalidad, mientras que el cante jondo resulta imposible de domesticar. Es por esto que Federico García Lorca era el defensor más acérrimo tanto del arte de los cantaores como de los toreros. En ambos veía la manifestación más pura de la sensibilidad artística del pueblo español.
El toreo no es un mero espectáculo, sino que es un acontecimiento. La diferencia entre ambos es la que va de la chusma al pueblo. Diferenciaba Enrique Tierno Galván entre hechos sociales, actos sociales y acontecimientos sociales. Hechos serían las relaciones sociales que determinan y estructuran la realidad social, de modo que si desaparecieran aquellos desaparecía esta. Por ejemplo, el sexo. Actos sociales son los efectos del obrar humano libre y reflexivo. Así, las bodas. Los acontecimientos, sin embargo, no tienen el carácter de necesidad de los hechos, pero tampoco el de voluntariedad de los actos. Los acontecimientos se plantean exigiéndonos una toma de posición. Ante ellos no cabe la indiferencia. La música pop gusta a mucha gente y resulta indiferente a mucha otra. Sin embargo, ante el toreo, como el boxeo, no cabe la indiferencia. Una corrida de toros no es solo una corrida de toros como un concierto de Taylor Swift sí es solo un concierto de Taylor Swift. Cuando José Tomás llama al toro está convocando a toda la humanidad a contemplar una cosmovisión, la concepción que del mundo tiene un pueblo. En un pase de Curro Romero y un quejío de Camarón de la Isla está cifrado el secreto simbolismo de una nación.
No todos los toreros son acontecimiento, algunos por mera incapacidad, aunque les cabe la gloria de intentarlo, y otros porque se rebajan a ser superficial espectáculo. Aunque haya cierto fenómeno de famoseo y ostentación en cierto público que va a las corridas de toros como quien va a un sarao, ignorantes de cubata en la mano derecha y puro en la izquierda, la tauromaquia resulta demasiado extraña para el gusto gentrificado y posmoderno que busca sucedáneos de copias de simulacros porque no soporta por su dureza la originalidad de las obras auténticas y sin filtros. Sófocles y Shakespeare ya no se representan, ya que a lo más que se llega es a versiones edulcoradas y manipuladas para que cierto público cultureta se entretenga durante hora y media, haciendo tiempo para irse de cervezas. Pero, ¿cómo hacer una corrida de toros alejada de cualquier posibilidad de que la muerte ponga huevos en la herida?
Da pena ver acontecimientos rebajados a espectáculos, de desfiles militares a procesiones de Semana Santa o la misma Navidad, todas ellos acontecimientos hasta hace poco, pero que resultan cada vez más corrompidos por el turismo, los centros comerciales o el extendido adelgazamiento del significado hasta su completo vaciamiento. Precisamente ataques como el de Urtasun a la tauromaquia muestra que esta no ha perdido su núcleo inasumible por la máquina de espectacularización. A diferencia de los cuentos infantiles tradicionales, cuya dureza y crueldad originarios sí que han sido domesticados por Disney, esa fábrica de papillas para mentes posmodernas (su última tropelía ha sido la estupidización creciente a la que sometido a los que un día héroes ambiguos de la Marvel, convertidos ahora en marionetas woke), las corridas de toros mantienen su espíritu de transvaloración nietzscheana que escandaliza por igual a cristianos como los inquisidores que la consideraban la tauromaquia "propia del demonio", nazis como Himmler que se desmayaba horrorizado en las Ventas mientras mandaba a judíos a Auschwitz, o comunistas como Urtasun, una especie de toro manso de la política, reculando contra tablas porque Pablo Iglesias le clavó unas banderillas de fuego por premiar a la ganadería Miura.
Advertía Tierno Galván en Los toros, acontecimiento nacional que:
A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuere o no fuere a los toros con el mismo talante con que va o no va al "cine", en los Pirineos, umbral de la Península, habría que poner este sentido epitafio: "Aquí yace Tauridia"; es decir, España.
Que sea otro socialista, Pedro Sánchez, el que trate de matar a España, sea pactando con los que la odian o poniéndose en marcha para prohibir la fiesta popular más culta del mundo, Lorca dixit, muestra no solo la decadencia de la clase política en general, sino la degeneración del PSOE en una secta en las antípodas de la cultura, el conocimiento y la lucidez de Tierno. El ministro de Cultura más culto que ha tenido España, el también socialista y aficionado a los toros Jorge Semprún, seguía a Lorca y Tierno:
Cada país mantiene y mantendrá sus tradiciones y culturas propias, al margen de lo que opinen los demás.
El ataque de los gobiernos de Sánchez contra la tauromaquia —recordemos que el también ministro de Cultura Iceta no quiso que el bono cultural que regaló a los jóvenes incorporarse la tauromaquia, aunque luego el Tribunal Supremo le obligó a comerse una montera al tener que rectificar— muestra que la destrucción de España que lideran los socialistas no ocurre solo en los planos político y administrativos, sino también simbólicos. No pararán hasta que logren esculpir el epitafio que temía Tierno. No dejemos que consigan su propósito y terminen por enterrar a Tauridia. Es decir, a España.