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Santiago Navajas

¿Todos los hombres somos unos errejones?

Cuando una feminista de izquierda dice que el patriarcado pone dentro de todo hombre un violador, me imagino la cara de su padre.

Cuando una feminista de izquierda dice que el patriarcado pone dentro de todo hombre un violador, me imagino la cara de su padre.
Rita Maestre e Íñigo Errejón. | EFE

Cuando una feminista de izquierda dice que el patriarcado pone dentro de todo hombre un violador, me imagino la cara de su padre, su marido, sus hermanos, sus amigos. Deben de ser una mezcla entre Charles Manson y Harvey Weinstein. La bárbara universalización de que todos los hombres son unos violadores solo se puede comprender desde el trauma íntimo de suponer la susodicha que su padre es un violador y ella misma producto de una agresión sexual.

Las feministas de izquierda parecen haberse topado con los peores ejemplares de hombre. De Pablo Iglesias a Íñigo Errejón, amantes pasajeros de buena parte de las políticas podemitas, pasando por Pedro Almodóvar, especialista en violar mujeres en sus películas: Átame, Kika, Hable con ella. Almodóvar siempre ha presentado las violaciones desde una perspectiva romántica, como amores límites frustrados. Pero Almodóvar es un referente moral de la izquierda, como hasta ayer era Errejón, así que no se atreven a señalar sus problemáticas representaciones del abuso sexual. Además, las mismas que denuncian el patriarcado sueñan con ser una chica del gran patriarca cinematográfico posmoderno español. Penélope Cruz gritaba enfervorizada Pedrooooooooooooooo olvidando las cómicas o glamurosas violencias sexuales con las que el director manchego había humillado a Victoria Abril, Leonor Watling y Verónica Forqué. La sororidad y el "metoo" encuentran su techo de cristal en una posible nominación hollywoodiense.

Evidentemente, no todos los hombres somos unos errejones, ni siquiera los hombres de izquierda. Incluso cabe defender a Almodóvar desde una perspectiva liberal que defienda la autonomía de las artes y la independencia de los valores estéticos del activismo político y social. Aunque Almodóvar haya renunciado a ser un artista para convertirse en un sermoneador a veinticuatro panfletos por segundo, no hay que juzgarlo con la misma guillotina inquisitorial y simplona que él mismo suele aplicar a los demás.

Tampoco las mujeres son unos seres de luz. Lideran la estadística de asesinos de bebés, por ejemplo. Las chicas de Pedro Almodóvar son como las chicas de Íñigo Errejón, el coro femenino de Pablo Iglesias y las fans de Pedro Sánchez, un paradigma de sumisas que les bailan el agua y les ríen las gracias a los gallos del harén morado. No falla que cuanto más presumen de feminismo empático, más dominación por parte de ellos y más servidumbre por parte de ellas. Estaban más preocupadas las feministas de izquierda usando la violencia contra mujeres feministas de otras latitudes políticas que de vigilar a sus machos testosterónicos. Carmen Calvo calló cuando tenía a Ábalos de compañero en el Gobierno, pero bien alto que habló para expulsar de las manifestaciones feministas a aquellas que pudiesen desafiarle el concepto y el presupuesto.

Colgarles un sambenito de responsabilidades colectivas a los hombres es una señal de debilidad mental, primitivismo comunitario e inferioridad moral. Como si todos los humanos fuésemos responsables de la caída de Adán y Eva, o todos los judíos contemporáneos fueran responsables de la Pasión de Cristo. Las feministas de izquierda se disponen a meter en chirona a todos los hombres porque se creen que la marca de Caín tiene la forma del cromosoma Y.

Creer que todos los hombres son unos violadores, en acto o en potencia, dice muy poco de los hombres, pero mucho de quien así se expresa, mostrando un sentimiento androfóbico y unas experiencias traumáticas. Nada que no puede tratar un psicólogo, pero que puede convertirse en un peligro para la sociedad si la enferma mental devorada por el odio llega a cargos políticos y tribunas periodísticas, dado que puede llegar a perpetrar leyes como las del "sí es sí", que no solo son un insulto a un sistema garantista de derechos, sino a la lógica de la investigación científica donde las hipótesis no se verifican, sino que se refutan. Pero háblale de Popper a alguien como Irene Montero, licenciada en psicología sección psicoanálisis freudiano combinado con pachamama y reiki, y creerá que te estás refiriendo a una droga de diseño.

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