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Los 80 años de Raphael: de "robabombillas" al triunfo, con un único episodio dramático

Raphael no tiene intención de retirarse ese a haber cumplido 80 años.

Raphael no tiene intención de retirarse ese a haber cumplido 80 años.
Raphael y Natalia Figueroa. | Cordon Press

Raphael cumplió ochenta años el 5 de mayo. Profesionalmente actúa desde 1959. Sesenta y cuatro años en los escenarios, aunque él mantenga el guarismo de los sesenta como cifra redonda para seguir así llamando a su actual gira. No existe en su género en España otro artista que iguale esa veteranía. Llevado por su irrefrenable vocación continúa cantando. Ha sabido siempre hacer compatible la música y la familia. En julio del pasado año celebró sus bodas de oro matrimoniales con Natalia Figueroa, con quien ha tenido tres hijos que lo han convertido en abuelo de ocho nietos. Su vida ya es leyenda. Tantas veces contada, incluso por él mismo en sus memorias, de las que sólo apareció una primera parte, "¿Y mañana qué?", que no han tenido continuación. La efeméride de sus ochenta años merece recordarse, siquiera en muy reducida síntesis, sobre todo para los que de las nuevas generaciones lo ignoren. Vaya aquí implícita nuestra felicitación.

Nacido en Linares (Jaén) el 5 de mayo de 1943 en el hospital donde moriría Manuel Rodríguez "Manolete" cuatro años más tarde. A esa edad del futuro cantante la muy humilde familia de Miguel Rafael Martos Sánchez se radicó en Madrid. De pequeño lo llamaban Falín. Su padre era albañil, su madre, ama de casa, que en la ciudad andaluza citada también se ocupó de limpiar pisos. En el populoso barrio de Cuatro Caminos habitaron un piso estrecho y modesto. La niñez y adolescencia de aquel niño que ya quería ser cantante, fue difícil, en un hogar donde apenas entraba el dinero y tenían que comprar fiado en las tiendas. Falín llegó a vender melones en un puesto callejero y fue aprendiz de sastre. En la cercana Iglesia de San Antonio entró a formar parte del coro, donde descubrieron el potencial de su voz, que lo llevó a actuar en un festival de Salzburgo.

Iba mucho al cine, frecuentó cuando pudo pagarse la entrada de gallinero el teatro Calderón, donde actuaban las folclóricas. Juanita Reina era su preferida. La radio fue en la postguerra el principal medio de ocio para las familias. En la década de los 50 proliferaban los concursos de cantantes noveles. Raphael se presentó a unos cuantos, pero no se llamaba aún así, sino Marcel Vivancos, seudónimo que mantuvo hasta que en los primeros años 60 ya tras debutar en el Festival de Benidorm adoptó su apelativo de siempre: Raphael, con "ph", porque él y su representante, Paco Gordillo, así lo convinieron, tras fijarse en el letrero de su primera compañía discográfica, la multinacional holandesa Philips. El padre del "mánager", Manuel Gordillo, que tenía una academia de música, fue el primer maestro que le impartió lecciones.

Dando un salto en el tiempo para condensar su biografía, Raphael inició su espectacular escalada al éxito con un recital en el teatro de la Zarzuela, en noviembre de 1965, algo inaudito entonces, pues ningún intérprete de canción moderna, como se etiquetaba su género, se atrevió a ese medio para darse a conocer, arriesgando el poco dinero que tenía ahorrado, mas lleno de fe en sí mismo. Y sus dos participaciones en el Festival de Eurovisión con "Yo soy aquel" y "Hablemos del amor" le fueron abriendo las puertas en las televisiones europeas y en importantes salas, como el Olympia de París y el Talk of the Town londinense. En España ya era el más popular e importante de los cantantes de su estilo. Y como se había creado un singular modo de estar en el escenario, gesticulando a más no poder y elevando su mano derecha, se le adjudicó el mote de "El robabombillas". Lo que ocurrió ya a partir de la mitad de los años 60, ya lejano el tiempo en el que recorría media España con una modesta compañía de artistas folclóricos, pasando más hambre que otra cosa, es de suma conocido. Por cierto: era entonces menor de edad y, para viajar y actuar cara al público, precisaba de un permiso escrito firmado por su padre, Francisco Martos.

Raphael ya cantaba melodías expresamente escritas para él, que firmaba Manuel Alejandro, el autor jerezano que más años lo acompañó al piano o al frente de la orquesta. De tocar en un bar de alterne había pasado a ser quien más éxitos musicales propios proporcionaría al "Niño de Linares", como empezaron a llamarlo en la prensa. De su primera etapa discográfica destacó el número "Te voy a contar mi vida". Y hay algo que impuso siempre Raphael y que después siguieron tantos de sus colegas: mientras cantaba, el público no permanecía en la pista bailando, lo que sí ocurría antes de él. Necesitaba un agente que le facilitara los contratos y lo tuvo, el mejor de todos, quien fue el que trajo a España a actuar a Los Beatles: Paco Bermúdez. Lo escuché decir lo siguiente: "Me estoy forrando con este chico". Y es que Raphael ya ganaba mucho dinero en esos finales de la fabulosa década musical de los 60. Con un club de "fans" que presidía una "raphaelista" ferviente llamada Maribel Andújar, que movía todos los hilos a su alcance para promover a su ídolo. De las primeras cosas que pudo comprarse con sus iniciales ahorros fue un coche con el que cuando cumplió apenas unas pocas semanas en el servicio militar (allí fue donde coincidí con Raphael) utilizaba para sus desplazamientos desde el cuartel a Madrid, y viceversa, en Colmenar Viejo. En esa época, cuando vistió por poco tiempo el uniforme caqui, en las emisoras de radio sonaba a todas horas su versión del villancico "El tamborilero": su primer triunfo discográfico, sin duda.

En cuanto a mujeres en su vida, puede que la primera con la que estuvo fuera una tal Montse, a la que conoció en Barcelona en los días que estuvo allí actuando en la sala "1400". Más adelante, en Turquía, Raphael vivió otra aventura amorosa, con una española que era la novia del representante que le había proporcionado aquel contrato. Así es que en Estambul gozó de lo que se llama ponerle los cuernos a otro. Hemos de apuntar que Raphael no era muy mujeriego, incluso en España se dudaba de su condición sexual varonil. Novia novia, lo que se dice novia, no había tenido, aunque él recordaba a una bailarina de aquella compañía de variedades de sus comienzos, con quien ligó en Andújar, algo que no se le olvidó, pues con ella cruzó sus primeros besos. Cuando se inició su despegue a partir del Festival de Benidorm quisieron inventarle una pareja de mentirijillas, para que publicitariamente lo ayudara. Y encontraron a Soledad Miranda, sobrina de Paquita Rico, que era actriz y también cantaba. Pero ese idilio de pacotilla no duró mucho tiempo. Y años después, en sus giras americanas, siempre había jovencitas que trataban de meterse en la habitación de Raphael. Que tuviera o no disposición con algunas de ellas procuraba llevarlo con discreción. Y al tres por dos siempre aparecía la más descarada anunciando que había tenido un "flirt" con él; una expresión ya en desuso en la prensa.

Tuvo dos secretarias, Dominique, que lo ayudó para aprender francés, y Kathy, ésta con el inglés. Se refería a cada una de ellas como "mi pareja, en el buen sentido". La verdad es que si tuvo algunos romances, ligues o relaciones, preferentemente en sus giras por el extranjero, nunca llegaron a afianzarse, ni siquiera a ser motivo de alguna información seria y veraz. Porque rumores sobre Raphael hubo de todo tipo. Hasta que a su vida llegó Natalia Figueroa. Pero, antes que nada, digamos que hubo un momento en el que Ava Gardner fue a encontrarse con Raphael en Acapulco, donde éste rodaba una de sus películas, "El golfo". Se tomaron fotografías de ambos y Paco Gordillo, su mánager, me las ofreció a cambio de que el cantante fuera portada en la revista donde yo trabajaba. Así lo pactamos. "Acabé pensando que aquella mujer de ojos verdes y bella más allá de los límites de lo humano, andaba medio enamorada de mí. Cada cual es dueño de imaginar cuanto quiera, y lo cierto es que aquello, entre la Gardner y yo, superaba la frontera de una simple amistad. Con motivo de mi cumpleaños, Ava tiró la casa por la ventana, en la villa de Sinatra, y se pasó la fiesta literalmente colgada de mi cuello o de mi brazo. El caso era estar colgando de mí… Posesiva, caprichosa, imprevisible… Me seguía, nos seguíamos a todas partes". Nunca olvidó Raphael a Ava Gardner, hasta que murió.

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Raphael, premiado en Málaga | Archivo

Natalia Figueroa. Hija del marqués de Santo Floro. Nieta del conde de Romanones, que fuera jefe de gobierno y ministro en el reinado de Alfonso XIII. Mujer extraordinaria, sencilla, sin nunca servirse egocéntricamente de su linaje. El gran, único amor de Raphael. Recordaba él la vez primera que se vieron, sin olvidarse de la fecha: 29 de junio de 1968. En un festival organizado por Radio España (emisora ya desaparecida) donde ella colaboraba. "Me conocía más a mí". No hubo flechazo entonces, sí "una corriente especial", diría él. Pero aún no habían sido presentados, fórmula que todavía entonces existía "entre la gente bien". Y en una cena el periodista Antonio D. Olano se encargó de hacerlo. Como el noviazgo de la pareja se ha contado infinidad de veces, renunciamos a ello. El caso es que el padre de la novia se oponía a la boda. Una conversación en casa del marqués de Santo Floro sirvió para romper tiranteces entre él y Raphael. El plácet, se logró.

No querían los novios que su enlace fuera un acontecimiento público, plagado de centenares de invitados. Sólo eligieron a unas decenas de ellos, de los íntimos. En el más intrigante de los secretos. Para que llegaran, desde distintos destinos, a Venecia. Los periodistas logramos enterarnos de dónde y cuándo se celebraría la boda. Uno de ellos había contratado a un detective para conseguir esos imprescindibles datos. Me consta que otros lo supieron porque alguien muy allegado a Raphael llamó a algunas redacciones y, a cambio de cobrar de cada una la cantidad de cincuenta mil pesetas, facilitó tales detalles. Mi peripecia hasta llegar a la ciudad de los canales ya la conté alguna vez, y entre otros problemas, hube de pasar un montón de horas en tren y en avión después. Pero pude contarlo. Era el 14 de julio de 1972, como dijimos al principio. Han transcurrido cincuenta y un años. Raphael y Natalia siguen tan unidos como el primer día. Con tres hijos que los convirtieron en abuelos de ocho nietos, la mayor de ellos, Manuela, ya con diecinueve años.

La biografía de Raphael repleta de tantos acontecimientos importantes en su longeva carrera sólo tiene un capítulo dramático: el de la hepatitis que sufrió en 1985, descubierta mucho más tarde. Afortunadamente un trasplante de hígado en 2003 le supuso seguir viviendo. Y cantando de nuevo hasta que él quiera o el destino lo decida. Pero retirarse, ahora, a sus ochenta años, no está en sus propósitos. Si su público, numerosísimo, compuesto de tres generaciones, lo ha elevado a categoría de mito, no ha de olvidarse su lucha hasta conseguirlo: "Nunca he tenido las cosas fáciles en la vida. A mí nadie me ha regalado nada. Todo me ha costado mucho trabajo… Paco Umbral escribió una frase que es perfectamente aplicable a mi carrera: Raphael es el único artista hecho a mano que nos queda".

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