
Una película la convirtió, hace cincuenta años exactamente, en un mito erótico en el cine europeo: Portero de noche. Dirigida por Liliana Cavani, con Dirk Bogarde de coprotagonista. Pareja que realizó una brillantísima interpretación. Y desde entonces, la británica Charlotte Rampling, disfrutó de muy alta estima tanto en nuestro continente como en Hollywood. Woody Allen, poco dado a dedicar elogios, dijo de ella cuando la tuvo a sus órdenes en "Hannah": Es la mujer ideal". Cumplió setenta y ocho años en febrero, desfiló en la Semana de la Moda de París. Y ha intervenido en este 2024 en la secuela de Dune, parte 2. Superó una profunda depresión tiempo atrás. Y a su edad, cuando la industria del cine no quiere saber ya nada de actrices del pasado, porque las arrugas del rostro las obliga a retirarse, Charlotte Rampling sigue siendo una estrella con luz propia que no piensa, por ahora, en su jubilación.
Nació en Essex, Inglaterra, en 1946, hija de una pintora y un atleta británico, medallista olímpico. Creció entre Gibraltar, España y Francia. Un agente publicitario se fijó en ella cuando era una estudiante de mecanografía. Comenzó haciendo un anuncio para la marca de chocolates "Cadbury´s". Y más adelante, subyugada por su profesión de modelo, se convirtió en musa de Saint-Laurent, posando a menudo para el gran fotógrafo Helmut Newton. Hay en esa vinculación de Charlotte con su papel de modelo fotográfico un pasaje de su primera época: cuando aceptó posar desnuda, sentada en un orinal, imagen que aparecería en un libro ilustrado: Birds of Britain.
En los desfiles de modas lucía atractivas minifaldas en la década de los 60, chalecos que despertaban la admiración. En los 70 despertaba la admiración por las pasarelas vestida de esmoquin y pantalones sastre. Y aunque su popularidad cinematográfica después de "Portero de noche" parecía desplazarla para siempre del mundo de la moda, no fue así. Después de unos años alejada de los desfiles reapareció en la temporada 2020-21 con creaciones del japonés Yohji Yamamoto. Y en la siguiente hizo una campaña con la firma Massimo Dutti. Hace pocos meses, queda dicho, siguió deslumbrando con su inigualable y elegante estilo en París.
Pero es el cine quien la ha cautivado siempre, ya con cien películas en su notable filmografía, de la que recordamos estos títulos: Zardoz (donde ella no olvidó cómo su compañero de reparto, Sean Connery, "le metía mano" mientras rodaban); Orca, Adiós, muñeca, El veredicto", El corazón del ángel, Instinto básico 2… ¿A qué la recuerdan ya? Los cinéfilos, no, nunca. En España fue protagonista de Caótica Ana, de Julio Medem.
Si su historial como actriz de cine, teatro y televisión le ha deparado éxitos, dinero y elogiosas críticas, su vida personal está presidida por amargos recuerdos, dos de los cuáles la empujaron a retirarse largo tiempo de toda actividad, mientras padecía una aguda depresión. Tenía tan solo veinte años cuando su querida hermana, tres años mayor, se suicidó en Buenos Aires, donde vivía casada con un terrateniente argentino. El padre de ambas, pidió a Charlotte que no le contaran la verdad a la madre. Por eso, la actriz vivió ese remordimiento durante muchos años. Al morir su madre en 2001, se acentuaron sus penas. Agudizándose más tarde al ser engañada por su segundo marido.
Se había casado por vez primera con Bryan Sothcombre, que era su agente artístico. Cuatro años les duró la felicidad a partir de 1972, padres de un varón, Barnaby, que ahora es director de cine. A ese marido lo abandonó al conocer en el transcurso de una cena en Saint-Tropez al compositor de música electrónica Jean-Michel Jarre, un par de años menor que ella, hijo de Maurice, especialista en bandas sonoras cinematográficas. Formaron una admirada pareja desde que se casaron en 1978 y tuvieron un niño, David, que en la actualidad combina su trabajo de actor y mago. El hogar que formaron se componía del hijo que Charlotte tuvo en su primer matrimonio, el segundo con Jean-Michel, y los dos de éste de un anterior enlace. Nada parecía presagiar que la pareja fuera a romperse. Pero Charlotte se enteró un día que su esposo había sido visto junto a una mujer, en actitud amorosa, entrando en un hotel de París. No le fue difícil comprobarlo. Y por ahí, no pasó: lo de ser cornuda la llevó a otra profunda depresión, que le impidió por un tiempo intervenir en trabajo alguno. En 1988 firmaron el divorcio.
Charlotte Rampling ya no fue la misma: desconfiaba de los hombres. Hasta que conoció al que ella consideró que era el amor de su vida: un consultor de empresas, francés, llamado Jean-Noël Tassez. En 2015, tras dieciocho años de convivencia, sin llegar a matrimoniar, su compañero se fue de este mundo víctima de un cáncer.
Otro golpe infortunado que dejó muy abatida a Charlotte. Se fue recuperando gracias a su carácter tenaz, enérgico, y a que continuó con sus dos profesiones, las ya comentadas de modelo y actriz. La conocí en 2017, en un restaurante chino del madrileño paseo de la Castellana. Conversamos durante un buen rato. Hablaba español. Me contó que en 1961 había pasado cuatro meses con una familia madrileña en nuestra capital, siguiendo un curso de español. Culta, simpática, sencilla, con una indiscutible personalidad. Difícil de olvidarla.

