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El adiós de Joaquín Sabina y su historial amoroso

Joaquín Sabina ha cumplido setenta y seis años y emprende su gira de despedida "Hola y adiós".

El músico y compositor Joaquín Sabina posa durante la presentación del documental "Sintiéndolo mucho". | LD/Agencias

El pasado 12 de febrero Joaquín Martínez Sabina cumplió setenta y seis años. Ese día el ubetense que se despojó de su primer apellido paterno para elegir el de su madre como nombre artístico, celebraba su nacimiento en México, en el primero de sus recitales que llevan por leyenda "Hola y adiós", como despedida de los escenarios. Ya no cantará más en público, probablemente tampoco grabará discos; si acaso, no renunciará a su faceta de compositor y la de autor de poemas y libros ilustrados por él mismo.

Fue en el Auditorio Nacional de México donde ofreció a partir de ese día de su cumpleaños media docena de actuaciones. Un cronista lo describió como "trovador de voz áspera… el poeta que convirtió las penas en canciones y las noches sin historias". Detrás de él en el escenario, como siempre, Marta Barros, en su cometido de segunda voz. Antes de retirarse Sabina del escenario, un mariachi le cantó "Las mañanitas" para unirse al público felicitándolo.

Esta gira de su adiós comprende un final de febrero en Los Ángeles, Chicago y Miami. En marzo, como en todas las ciudades, con el taquillaje vendido, lo esperan en Nueva York, San Juan de Puerto Rico, San José de Costa Rica, Bogotá, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires y Montevideo, para regresar a la capital argentina y actuar entre el 2 y el dieciocho de abril. Es allí donde lo adoran más que en ninguna otra parte. Y ya en el mes de mayo retornará a España para proseguir la gira desde el día 1, en Las Palmas de Gran Canaria y en un montón de capitales de nuestro país en los meses siguientes, excepto agosto. Su definitiva gala será el 30 de noviembre, en el Movistar Arena de Madrid, donde con anterioridad ya habrá estado cinco días antes.

Condensando su agitada existencia, harto conocedores muchos de quienes nos leen de su intensa biografía (de los libros escritos sobre él los de Javier Menéndez Flores son los más completos, bien documentados, excelentemente escritos), pasamos por alto sus casi ocho años que estuvo en Londres, huido, siendo hijo de un comisario de policía de Úbeda, tras colocar un "cóctel Molotov" a las puertas de una sucursal bancaria granadina como señal de protesta por el llamado "proceso de Burgos", en los estertores del régimen franquista. Tras una etapa en Palma de Mallorca, donde hizo el servicio militar, se casó, y escribió para el diario Última Hora, se estableció en Madrid. Finalizaba la década de los 70. Se hizo socio con Joaquín Krahe y Alberto Pérez de un pequeño local, "La Mandrágora", no lejos del Rastro. Y allí, en un reducido auditorio, es donde se forjó la figura de quien iba a convertirse en un cantautor de crónicas urbanas, con una voz algo ya cascada, desde luego sin ser melodiosa, pero con la que en muy poco tiempo iba a comunicarse con una cada vez más abultada parroquia de seguidores: sus letras tenían calidad literaria, se las considera barrocas, como entresacadas del mejor Quevedo, a quien Sabina adora, como a tantos otros vates, y de los contemporáneos Jaime Gil de Biedma y Ángel González, sintetizando en ellos la pasión que siente por muchos otros ilustres líricos.

Si en Londres fue telonero fugaz de Lluís Llach, un ocasional espectador, que trabajaba en Madrid para la firma Movieplay, le proporcionó la grabación de su primer disco, "Inventario": pasó inadvertido. No así el siguiente, "Malas compañías" y en términos generales cuantos álbumes registró año tras año, en la década de los 80, y en la siguiente, "Física y Química", como también en cuantos más tarde fueron ampliando su discografía, amplia, cuando ya había sido contratado por la multinacional CBS, no siempre acertada, pero decisiva para que se convirtiera en un ídolo en sus actuaciones personales, aquí y en Hispanoamérica; queda dicho que sobre todo en Argentina y también México, donde ahora ha ofrecido sus postreros recitales.

Del medio millar, o más, de sus creaciones, hay dos que, quizás no sean de las de mayor calidad, pero nadie discutirá seguramente que son "marca de la casa", las más populares: "Y nos dieron las diez" y "19 días y quinientas noches". La primera de ellas le surgió tras conocer a una chica de Lanzarote. Para Joaquín, la esencia de su repertorio es la que sigue: canciones no demasiado claras en el texto pero con versos emocionantes, aunque no transmiten mensajes.

Hay otras canciones suyas también de mucha difusión, como fue "Princesa". Se la inspiró una joven de Logroño, medio "hippy", heroinómana. Tuvo con ella relación sentimental, pero dejó de verla hasta que un día se enteró del triste final que ya él presentía. "Princesa" no quiso estrenarla: se la cedió a J. Antonio Muriel, quien la dio a conocer en el Festival de Benidorm, quedando en segunda posición.

Gran número de esas canciones tienen como destinatarias a mujeres que amó, u otras que llegó a admirar, por ejemplo Chavela Vargas. En su libro de sonetos "Ciento volando de catorce" hay uno, "Conmigo vais", incluyó los nombres de las que más huella dejaron en él, sin apellidos, desde luego. Algunos de ellos sí que más explícitamente ha reconocido que corresponden a las mujeres que más amó y más lo amaron. El final del soneto se cerraba así: "Conmigo vais, mi corazón os lleva". Si dejamos a un lado aquellas con las que compartió cama durante su aventura londinense (Lesley, a la que había conocido en la Universidad de Granada, y con la que convivió un tiempo en Edimburgo, Sonia Tena, hermana del ya fallecido comentarista musical Carlos Tena, entre otras muchas), a quienes nunca ha olvidado son las que siguen.

Cronológicamente, "Chispa" fue su primer amor, cuando Sabina había dejado ya la adolescencia. Se llamaba realmente Virtudes Antero y era hija de un notario, quien conocedor de esa relación a la que se oponía, la envió a Granollers, no sabemos si con algún familiar o a un colegio. El caso es que, ofuscado, Joaquín se fue con un amigo a buscarla y cuando la encontró los jóvenes amantes se fugaron al Valle de Arán, una aventura que tenía naturalmente fecha de caducidad.

Lucía Correa fue la primera de sus dos esposas. Nunca tuvo Joaquín gana alguna de casarse pero estando haciendo la "mili" en Palma de Mallorca no encontró mejor medio de obtener algunas ventajas que contraer matrimonio con ella, la estratagema de obtener el "pase de pernocta", que le facilitaba salir del cuartel a las tres de la tarde para no regresar hasta la mañana siguiente. Semejante chaladura hubo de proponérsela a ella utilizando todas sus artimañas de farsante. A Lucía la había conocido en Londres, era argentina y se avino a acompañarlo a la isla de la calma. La boda, por la Iglesia, se celebró en 1977. Cuando él cumplió con sus deberes militares se marchó con su mujer a Madrid. La noche siempre fue para Sabina fuente de su inspiración y modo de vida. Con su esposa digamos que no mantuvo un matrimonio muy tradicional, pero al menos legalmente fueron marido y mujer hasta que pudieron divorciarse en 1985. Antes de que firmaran su separación, Joaquín tuvo un ataque de cuernos al constatar que su colega Manolo Tena se había encamado con Lucía. Y de amigos de farra a muerte, dejaron de hablarse mucho tiempo. A Lucía le dedicó alguna canción como "Peces de ciudad", donde hay otro trasfondo sentimental en recuerdo de aquella Lesley de Edimburgo.

Hay que señalar que Sabina no ha sido en líneas generales un compositor de canciones románticas al estilo tradicional. Desde luego tiene algunas que sí lo son, la primera de ellas "Aquí estoy yo sin ti", incluida en el álbum "Hotel dulce hotel".

Cristina Zubillaga es otra de las mujeres importantes en la vida de Joaquín Sabina. Una modelo mallorquina con la que convivió largo tiempo durante el cual tuvieron sus divergencias, como cuando ocupando un hotel de Nueva York casi llegaron a las manos, ella hizo el equipaje, él bajó a la calle, contrató una limusina, consiguió que entrara en ella Cristina y estuvieron un par de horas haciendo el amor dentro del largo vehículo que transitaba por las calles de Manhattan. Con una cristalera de por medio, el conductor procuraba estar ajeno a la escena, satisfecho por la generosa propina que suponemos le endilgó el cantante. Cristina Zubillaga es en quién pensó Joaquín a la hora de escribir "Cerrado por derribo". Y "En carne viva" también se refleja la pasión que sintió por ella.

Isabel Oliart tiene en la biografía amorosa de Sabina un capítulo esencial porque fue la madre de las dos hijas de la pareja. Hija de quien fue ministro en tres ocasiones de las carteras de Industria y Energía, Sanidad y Defensa entre los años de 1977 y 1982, en los gobiernos de Adolfo Suárez y Calvo Sotelo. Muy guapa, liberal, de las chicas modernas de esa época, a la que encandiló Sabina con sus canciones y su labia. Su relación resultó duradera, entre 1986 y 1998. A las hijas les compuso, aludiendo a su identidad, "¡Ay, Rocío!", que apareció en el álbum "Alivio de luto", y "¡Ay, Carmela!", en otro, "Vinagre y rosas". No es Joaquín tampoco un padre convencional, pero cuando ha podido, dentro de su desordenada vida tan viajera por otra parte, ha estado con ellas, sin jamás imponerles nada pero convencido de que sabrían caminar por la vida conforme a ciertos principios. Para que conforme iban cumpliendo años no tuvieran problemas económicos las convirtió en dueñas y herederas de una sociedad relacionada con los derechos de autor de algunas canciones. Carmela es la mayor, directora de una empresa de producción, y Rocío es profesora de yoga y escritora. Joaquín está orgulloso de ellas, aunque nunca creía que iba a ser padre. Bromeaba: "Moriré sin descendencia, como le pasó a mi padre". Y entonces llegaron las nenas, como él decía.

Joaquín sabina y Jimena Coronado

Mantuvo el cantautor jienense una vez sucedida la ruptura con Isabel Oliart otra unión con la argentina Paula Seminara, con quien intimó en el tiempo que componía "Dieguitos y Mafalda". Otra atractiva bonaerense "colada" por Sabina, a la que también retrataba en otra de sus creaciones, "Con buena letra", cuando iba pergeñando "Enemigos íntimos". En la capital argentina Joaquín se sintió siempre tan bien o mejor que en Madrid. Cuantos amores cosechó allí exceden el espacio del que disponemos. Pero uno más, en especial, iba a ser el más importante, que surgió estando él en Perú durante una gira. Al hotel que ocupaba llegó una encantadora fotógrafa con quien en seguida simpatizó el ubetense. Era Jimena Coronado, hija de un importante abogado y economista. El flechazo de la pareja. "Me volví loco por ella", confesaría Joaquín. Y Jimena dejó el periódico para el que trabajaba, ‘El Comercio’ para venirse a España a vivir con él, a formar parte de su troupe de músicos, acompañándolo en sus giras, y luego, en el edificio de tres pisos de la calle de Relatores, a espaldas de la madrileña plaza de Tirso de Molina, siendo para Joaquín su amante, su consejera, la que lo cuida en todos los sentidos, y quien toma los recados telefónicos que llegan a ese domicilio, porque Sabina rara vez es él quien toma el móvil, como no esté seguro de quien está al otro lado del auricular. Como es natural, Jimena Coronado ("la Jime") ha sido destinataria de más de una composición de Joaquín, caso de "Rosa de Lima". Inesperadamente para los amigos de la pareja y de los periodistas, se casaron en 2020, en ceremonia civil. La vida de Joaquín Sabina no puede entenderse sin tener a su lado a Jimena.

Son muchas las aristas que reúne la personalidad de un tipo como Sabina, con algo de canalla en su comportamiento anárquico. Él nunca pretendió ganarse la vida como cantante, consciente de sus limitadas virtudes vocales. Lo que siempre llenaba su mente y sus propósitos era hacerlo a través de la literatura: escribiendo. Lo que ha hecho también amén de sus canciones: varios libros de sonetos. Y en toda su obra hay en él una constante: "Busco la magia de la imperfección". Contradictoria autodefinición, si se quiere, pero acuñada por él.

"He sido muy putero", confesaba. De esas mujeres de la vida extrajo sus motivos, comprendiéndolas. Vivió la noche a tope. Y se la bebió con frenesí. Se excedió con la cocaína. En 2001 sufrió un leve infarto cerebral. Llevaba cuatro meses según confesión propia que había dejado de esnifarla. Estuvo a las puertas de la muerte. Cayó después en un proceso depresivo: no podía ni siquiera moverse de la cama. Regresó a su estado anterior. En las páginas de "El País Semanal" se dejó fotografiar desnudo. Siempre desafiaba las buenas costumbres. Admirador de "el Nano", ya saben: Joan Manuel Serrat. Y los mánagers de ambos se pusieron de acuerdo para su primera gira en 2007, luego otra en 2012, con la última en 2020, la que en una actuación aciaga en el Wizink Center de Madrid perdió el equilibrio, cegado por las luces y cayó al foso. Por poco se fue al otro mundo. Descansó un tiempo. Y fue cuando pensó más que nunca en su futuro, decidió casarse con Jimena, como ya contamos. Y con el paso del Covid y la meditación constante, llegado octubre de 2024 anunció que en este 2025 se despediría de su carrera musical. Le ha costado llegar hasta ese momento. "No sé disfrutar del ocio", diría. En YouTube pueden encontrar un vídeo con el que se despide: "Un último vals", dirigido por Fernando León de Aranoa, ambientado en un bar adonde acuden algunos de sus amigos para acompañarlo en ese trance: Serrat, Ricardo Darín, Leyva, Andrés Calamaro… Sus cuates. Para sus adentros queda este pensamiento: "Tengo la sensación de dejar mi testamento en cada canción".

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