Sevilla es una de las ciudades más importantes de España y podría afirmarse que fue el centro del mundo en el siglo XVI. Y eso se nota al caminar por las calles de su casco histórico. La capital de Andalucía tiene mucho de lo que presumir desde el punto de vista histórico, cultural o artístico. La Híspalis de la época de la dominación romana de la Península Ibérica llegó a ser el centro del mundo conocido y del Nuevo Mundo descubierto por España.
Hay muchas ciudades que es fácil recorrerlas en una sola jornada, incluso en dos o tres días. Sevilla no está en ese grupo. La ciudad del Guadalquivir es una de esas joyas que requiere tiempo para conocerla, mezclarse entre su gente, su cultura y llegar a sentir la esencia de esta maravillosa urbe española que atesora un legado histórico y artístico inigualable. Es de recibo reconocer que en un sólo artículo sería imposible enumerar todo lo que puede ofrecer Sevilla sin dejar muchos datos, detalles y rincones imprescindibles por contar, por eso centrarme en un paseo rápido por el barrio de Santa Cruz es una tarea asumible para un reportaje.
Es posible admirar todo ese legado en un kilómetro cuadrado, una zona de Sevilla que destaca entre todas las demás donde se concentra un mayor número de monumentos históricos y en el que se palpa la esencia misma de la ciudad. Se trata del barrio de Santa Cruz, el rincón más monumental y corazón de la ciudad donde se conservan edificios tan importantes como la catedral de Sevilla, con la Giralda, el Archivo General de Indias y los Reales Alcázares, todo ello declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La Sevilla más auténtica y genuina está condensada en este palmo de terreno por el que perderse, que en algunos momentos puede ser una hazaña hercúlea y por momentos irritable debido a la gran afluencia de turistas en la zona, pero que se olvida al adentrarse a través de las callejuelas del antiguo barrio judío de Santa Cruz, cuya entrada se encuentra lindando con la imponente muralla de los Reales Alcázares. Este bullicio turístico que nos encontramos a pocos metros, en la plaza del Triunfo, queda silenciado como por arte de magia al caminar unos pasos por el interior de la antigua judería de Sevilla, donde esa sensación que todo viajero ha experimentando en sus carnes de estar en otra ciudad y en otra época, aquí es una experiencia superior que hay que vivir para entender el magnetismo que desprende este enclave medieval dentro del que podría ser uno de los kilómetros cuadrados más turísticos de España.
Después de admirar el Patio de Banderas, una pequeña plaza en comparación con las más importantes de Sevilla pero de gran tamaño para lo que seguidamente nos encontraremos caminando, un anticipo del recorrido por un conjunto de callejuelas y pequeñas plazas, que podría realizarse en una hora, pero donde muchos desearían vivir toda una vida.
La gente que vivía en la antigua judería, habitada por los judíos desde la reconquista de Sevilla llevada a cabo por Fernando III en 1248, no tenía mucho espacio para poder construir sus casas, por lo tanto las mismas estaban pegadas unas a otras y las calles eran muy estrechas, algo de lo que hasta el mismo escritor norteamericano Washington Irving quedó enamorado durante su estancia en la ciudad.
Más adelante se descubren pequeñas plazas y con mucho encanto, como la de Doña Elvira, poblada de naranjos que regalan un poco de frescura sobre todo en los meses de verano, la plaza de la Alianza, donde tomar un refresco sentado en una de sus terrazas de la parte ajardinada podría ser considerada una experiencia de lujo, o la plaza de los Venerables, entre otras.