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Adiós al mito de la isla de Pascua: su civilización no colapsó por la guerra ni la ecología

Un nuevo estudio apunta a que en realidad nunca hubo una gran población en la isla y que su final fue provocado por los europeos.

Las estatuas se tallaban directamente en la montaña. | Arian Zwegers/Flickr

Jared Diamond basó una parte de su superventas Colapso en la teoría de que en la pequeña isla de Pascua se produjo un desastre ecológico que prácticamente había acabado con su civilización cuando llegaron los europeos en 1722. La población creció por encima de las posibilidades de la isla de mantenerla y la construcción de estatuas y el poder y prestigio que conllevaban no hizo sino acelerar el proceso hasta que los nativos agotaron los recursos naturales disponibles, reduciendo una población de más de 15.000 personas a las alrededor de 3.000 que contabilizó la expedición del holandés Jacob Roggeven. Diamond llega a decir que la falta de recursos llevó a la población a la guerra y el canibalismo en un proceso que denominó "ecocidio".

La principal razón para esa estimación de la población máxima de la isla son sus famosas y gigantescas estatuas. Son cerca de un millar, son muy grandes –pesan hasta 75 toneladas– y un buen porcentaje fueron transportadas bastante lejos por un terreno bastante complicado. ¿Cómo podría una población de unos pocos miles haber construido y transportado estatuas tan grandes? Hacerlo requiere de un gran número de personas que además tenían que comer los excedentes que produjeran los demás habitantes de la isla para lograr semejante logro. En resumen, haría falta una población mucho mayor que la encontrada por los europeos.

Pero desafortunadamente para esta teoría, los arqueólogos Terry Hunt y Carl Lipo empezaron a realizar excavaciones sobre el terreno en 2001 para averiguar cuánto había de verdad en ella porque, aunque sonara razonable, padecía de un gran problema: no tener pruebas que la sustentaran. Acaban de publicar un estudio en el que rebaten uno de sus últimos puntales, la prueba de que hubo grandes guerras entre los nativos antes de que llegaran los europeos: el enorme número de puntas de lanza hechas de obsidiana encontradas en la isla. Conocidas como mata'a, un análisis detallado de centenares de esas piezas ha llevado a concluir a los arqueólogos que no podían ser empleadas como armas. Aunque pudieran utilizarse como tal, eran muy poco afiladas y resulta muy difícil cortar a alguien con ellas. La evidencia, por tanto, apunta a que se trata sobre todo de herramientas de cultivo: son lo que queda de sus azadas y rastrillos.

Esta conclusión se suma a su investigación sobre los moái, las enormes estatuas construidas por los rapa nui. En primer lugar, las estatuas son de roca volcánica, que es relativamente sencilla de tallar con herramientas de materiales como la misma obsidiana. Y en segundo lugar estaban talladas de tal forma que no pueden mantenerse en pie cuando se las saca de la tierra, pero que facilitan su transporte por relativamente pocas personas aprovechando la fuerza de la gravedad. Los nativos podrían haberlas hecho caminar tirando de tres cuerdas, como demostraron con este modelo de cinco toneladas.

Por otro lado, el problema no estuvo en que los nativos acabaran con unos jugosos recursos naturales, sino que la pequeña isla tenía más bien pocos recursos para empezar. En primer lugar, no había ríos, así que sus cultivos dependían exclusivamente de la lluvia. Además, las aguas circundantes tampoco es que fueran especialmente buenas para la pesca. Y aunque ciertamente había un gran bosque, estaba formado por palmeras que no producían madera capaz de construir canoas como las que les transportaron desde la Polinesia. Su desaparición, por tanto, no supuso una pérdida de recursos, sino la apertura de tierra a la agricultura, que fue lo que permitió prosperar a una población de unos pocos miles.

O así fue hasta que llegaron los europeos y sus virus del viejo mundo, que fueron lo primero que diezmó la población de la isla, y tiempo después los esclavistas.

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