Hace más de una década que la plataforma de videos universal, YouTube, puso en marcha la posibilidad de pasar sus contenidos a velocidad más rápida, lo justo para seguir entendiendo todo el contenido o, al menos, parte de él. Tal fue el éxito de esta metodología que diferentes plataformas y redes sociales la han ido copiando. No obstante, desde que aparecieron en Internet las aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp o Telegram, se llegó a un nuevo nivel. El motivo es que el uso de la reproducción a más velocidad, que se ha popularizado con su nombre en inglés, ‘speedwhatching’, se ha masificado.
Actualmente es cada vez más común ver a la gente con auriculares por la calle, en el metro o en cualquier rincón, estos sirven para escuchar podcasts, música o incluso mensajes de voz. Las plataformas, haciéndose eco de este auge, han comenzado a incluir la opción de acelerar la velocidad de reproducción. Gracias a esta opción, y también con motivo del acelerado ritmo de vida actual, son muchos los que optan prefieren la rapidez, ya que sienten que resulta más eficiente al hacer que se pierda menos tiempo. Normalmente, esta práctica es muy frecuente entre los más jóvenes, que utilizan la funcionalidad del "1.5x" que ofrece la aplicación de mensajería WhatsApp a diario. Escuchar audios al doble de su velocidad normal promete ser una forma eficiente de absorber información en la mitad de tiempo, pero surge la pregunta: ¿Cuál es el impacto de esta práctica en el cerebro?
¿Quiénes son los usuarios que aceleran?
El éxito de este sistema de reproducción acelerado es lógico en un momento en el que se tienen tantas fuentes de información y llegan tantos mensajes por todas ellas. No hay que olvidar que la sociedad actual es un mundo con prisas. A eso se suma el fenómeno FOMO, que son las siglas en ingles de miedo a perderse algo, esta es una patología psicológica de ansiedad por no estar al tanto de todas las cosas de las que se hablan. Este fenómeno está afectando especialmente ala gente más joven. Precisamente por eso, son los estudiantes los que más uso hacen de la velocidad rápida. Un estudio de la Universidad de California calculó que el 85% de alumnos veía grabaciones de clases aceleradas.
Pero no solamente son los jóvenes los que aceleran vídeos y audios y es que, según la plataforma de pódcast iVoox, en España ya hay un 10,48% de usuarios que siguen estos audios a velocidad acelerada. Y los directivos de Youtube señalan que tienen peticiones para poder pasar los vídeos aún más rápidos.
¿Se comprende igual la información?
Los estudios científicos que han analizado el fenómeno todavía no han podido sacar muchas conclusiones porque no hace tanto que se puso de moda y es probable que las consecuencias sean a más largo plazo. Lo que parece evidente es que aumentar la velocidad hace ganar tiempo pero se pierden otras cosas:
- La reproducción rápida de una conferencia afecta a la comprensión del contenido, pese a que permite recibir más información en menor tiempo. Por lo que una cosa podría compensar a la otra.
- No acelera el aprendizaje. Hace que uno se centre en el global de la información: se entiende el general pero el detalle se pierde. Por ello, si se quiere asimilar una lección, seguramente se tendrá que volver atrás y oírla otra vez. Sí es útil para buscar un contenido determinado de la lección.
- Hay diferencias según la edad. Otro estudio de la Universidad de Los Angeles constató que si bien los adultos tenían problemas para captar toda la información en vídeos acelerados, los jóvenes conseguían unos niveles de retención muy buenos al estar acostumbrados desde niños.
Qué consecuencias tiene en el cerebro
Uno estudio reciente explica un interesante efecto colateral y es que el hecho de que el vídeo vaya más rápido ayuda a que los jóvenes estén más concentrados y atentos. Por ello, podría ser una manera de equilibrar el masivo bombardeo de contenidos que ha hecho que les cueste más focalizarse en algo. No hay que olvidar que fenómenos como el speedwatching hacen que las personas se vuelvan más primitivas y solo actúen ante el estímulo-respuesta sin procesamiento de la información.
No obstante, todavía no hay evidencias de que generen cambios cerebrales ni que afecte a la memoria a largo plazo, sin embargo sí afecta la memoria a corto plazo, porque si no se coge bien la información, no se consolida como recuerdo. Por ello, preocupa sobre todo que los jóvenes, que son los principales usuarios de esta opción, vean alterada su memoria por la continua exposición. Aunque su cerebro es más plástico y adaptable, las conexiones neuronales sí podrían verse modificadas si se habitúa a tener casi toda la información acelerada. ¿Con qué consecuencias? Aún es pronto para saberlo.
Lo que sí está claro es que la comprensión y el procesamiento de la información auditiva son tareas complejas que involucran diversas áreas del cerebro, principalmente aquellas asociadas con el lenguaje y la atención. Al aumentar la velocidad del audio, se obliga al cerebro a trabajar más rápido para decodificar, comprender y almacenar la información. Esto, a primera vista, podría considerarse un ejercicio beneficioso para las capacidades cognitivas, similar a cómo los desafíos intelectuales pueden ayudar a mantener el cerebro ágil. Sin embargo, hay que considerar los posibles efectos negativos.
Un estudio de 2016 sugiere que aunque las personas pueden adaptarse a velocidades de reproducción más rápidas, la comprensión puede verse comprometida, especialmente cuando la velocidad excede cierto límite. Esto se debe a que el cerebro necesita tiempo no solo para procesar las palabras, sino también para integrarlas en un contexto coherente. Además, escuchar a velocidades aumentadas podría llevar a una fatiga cognitiva más rápida. El motivo es que el cerebro humano está adaptado para procesar el habla a una velocidad específica; alterar significativamente esta velocidad puede aumentar la carga cognitiva, lo que resulta en una sensación de cansancio mental tras periodos prolongados de escucha. Esta fatiga puede afectar no solo la capacidad para absorber nueva información sino también la habilidad para realizar otras tareas de manera efectiva.
A largo plazo, aunque no existe evidencia concluyente, es plausible especular que la exposición constante a contenidos audiovisuales a velocidades aceleradas podría influir en las expectativas de procesamiento de información, posiblemente acortando los periodos de atención o alterando la paciencia para contenidos que se desarrollan a ritmos naturales.
¿Puede el cerebro acostumbrarse a escuchar sonidos de manera más rápida?
No existen evidencias que hagan pensar que esto genere ningún tipo de problema ya que que se trata de un cambio en la manera en la que se procesa la información, que va de la mano con la sociedad, que anhela las cosas de manera más rápida. La cuestión yace en centrarse en lo esencial dejando de lado detalles que podrían ser importantes. No obstante, la manera que tienen las personas hoy en día de prestar atención exclusivamente a lo general podría repercutir y hacer que las personas se vuelvan menos observadoras y detallistas, pues el cerebro es muy plástico y se acostumbra a trabajar de una manera determinada.
Este no es el único punto negativo que podría tener el escuchar los mensajes de manera más acelerada, ya que esta práctica llevaría a quedarse con información sesgada que desvirtúe el mensaje principal o a que sea más complicado comprender el mensaje por la pérdida de un detalle concreto.
A parte de estos apuntes, parece ser muy improbable que genere cambios en la estructura del cerebro, aunque sí generaría cambios en la forma en la que se procesa la información que se recibe. Aun así, si que existen estudios que apuntan a diferencias en la capacidad de registro de información entre personas, por lo que no todo el mundo podría comprender igual un mensaje acelerado.