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¿Por qué los millonarios quieren llevar gente a vivir a la Luna?

La Luna representa mucho más que una ambición tecnológica. Es el espejo de nuestras esperanzas, temores y desigualdades.

La Luna siempre nos ha mirado desde lo alto, callada y plateada, inspirando a poetas y enamorados. Desde niño, siempre me ha fascinado mirar primero a través de unos prismáticos y más tarde, de un telescopio para sondear los cráteres y valles de la superficie de nuestra compañera sideral. Pero ahora, quienes más la contemplan no son los románticos, sino los millonarios. Elon Musk, Jeff Bezos, Branson… todos quieren poner una banderita, una base, un resort o una mina en su superficie. ¿Por ciencia? ¿Por humanidad? Pues no. Por negocio, legado y, sobre todo, poder.

Vivimos en una época en la que los magnates ya no compiten por ver quién compra más islas o más periódicos, sino por quién coloniza primero un pedazo de roca a 384.400 kilómetros. Y uno se pregunta: ¿qué necesidad tienen de llevar gente a vivir allá arriba, en vez de arreglar el desastre que hay aquí abajo?

Las razones son varias. Económicas, por supuesto. El helio-3, la posibilidad de establecer rutas interplanetarias hacia el cinturón de asteroides, rico en tierras raras… Todo lo que brilla en la Luna parece, cuanto menos, más tentador que en África, porque allí no hay ONGs ni protestas de activistas con pancartas. Allí arriba no hay derechos laborales, sindicatos, ni licencias medioambientales. De hecho, ni siquiera hay policía ni estado ni leyes. Es el paraíso de los nuevos colonos; una nueva fiebre del oro, solo que esta vez a baja gravedad.

¿Por qué tanto interés en la Luna?

También hay razones tecnológicas. Dominar el espacio no es solo cuestión de ciencia, es asegurar la supremacía sobre las comunicaciones, la defensa, y el control de infraestructuras críticas. ¿Quién necesita tanques si puede apagar satélites con un clic? El que controle la órbita baja no solo dominará la Tierra, dominará el relato. De esto el amigo Elon sabe un poquito.

Pero la motivación más fascinante y quizás más humana es la simbólica. La conquista del espacio se ha convertido en una obsesión narcisista. No es lo mismo vender coches eléctricos o mover cajas de cartón con una flecha en forma de sonrisa por todo el mundo que ser recordado como el conquistador de la Luna.

Por último, está el argumento hipócrita ideológico: "salvemos a la humanidad antes de que destruyamos nuestro planeta". Esa es la confianza que tienen en su propia especia estos líderes. Uno entiende cómo, con líderes como estos, el ser humano ha evolucionado como ha evolucionado en estos últimos miles de años.

Aunque el discurso se presenta como una misión para toda la humanidad, lo cierto es que, por ahora, estos proyectos solo están al alcance de una élite. Se promueve la idea de llevar "personas comunes" a la Luna, pero estas oportunidades siguen siendo excepcionales, caras y, en muchos casos, simbólicas.

Surgen además interrogantes cruciales: ¿quién controla el territorio lunar? ¿Qué leyes se aplican fuera de la Tierra? ¿Estamos privatizando el espacio? El marco legal actual es difuso y algunos temen una nueva carrera colonial, esta vez fuera del planeta. Como en el salvaje oeste, ese que había en los territorios americanos dominados por los ingleses mientras en los españoles había grandes ciudades con sus universidades, catedrales y administraciones públicas, podríamos tener a un sheriff en la Luna con su revólver diciendo "aquí la Ley soy yo". Y lo que es peor, una réplica de los barcos negreros que ingleses, franceses, holandeses y portugueses llevaron en masa a América cargados de personas negras capturadas en África como esclavos.

La Luna representa mucho más que una ambición tecnológica. Es el espejo de nuestras esperanzas, temores y desigualdades. La pregunta no es solo si podremos vivir allí, sino quién decidirá cómo y para quién será ese futuro lunar. ¿Será una base minera con esclavos o expresidiarios, como hizo el Reino Unido con Australia? ¿O será un resort de lujo para multimillonarios excéntricos, incapaces de vivir a gusto con sus riquezas terrenales? Y usted, ¿en qué condiciones se mudaría a vivir a la Luna?

Antonio Flores Galea tiene dos ingenierías superiores de Telecomunicación y en Electrónica por la Universidad de Sevilla y es MBA por la escuela de negocios IESE. Es profesor de Inteligencia Artificial y Big Data en la Universidad Francisco de Vitoria.

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