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Silenciados por un algoritmo: el vacío legal de las redes sociales

Sin jueces ni garantías, las plataformas deciden quién puede existir en el espacio digital.

Imagine que mañana, al abrir su red social favorita, descubre que su cuenta ha sido suspendida. No hay insultos ni amenazas ni delito alguno. Solo un mensaje genérico: "ha infringido nuestras normas". No se indica qué norma, en qué publicación ni por qué motivo concreto. Sus mensajes desaparecen del mapa digital en el que conversa con amigos, clientes o compañeros de profesión. De un plumazo, su voz deja de existir a los ojos de millones de personas; usted deja de existir para muchas personas. Y no es un juez quien lo decide, ni un procedimiento con garantías, sino una política interna que usted no ha negociado y que, además, cambia con frecuencia y al arbitrio de no se sabe quién.

Cuando un algoritmo decide tu sustento

Vayamos un poco más allá. Imagine que su negocio depende de esa visibilidad. Vende cursos, artesanía, libros o servicios profesionales. Un algoritmo que nadie le explica reduce el alcance de su contenido durante semanas. Sus ingresos caen en picado, sin aviso ni posibilidad real de defensa. ¿A quién recurre cuando "el sistema" le responde con un formulario automatizado? ¿Cómo prueba que no hizo nada ilícito si no le facilitan el expediente, las reglas aplicadas o los casos que supuestamente vulneró? Ya no se trata de polémicas abstractas; se trata de su vida.

Etiquetas que silencian y dañan

Imagine que un algoritmo le añade a su comentario una etiqueta ambigua, como "desinformación", "odio" o "daño potencial", cuando su comentario es legal, contextualizado y legítimo. Tal vez sea un análisis incómodo o una crítica dura, pero dentro de la ley. Sin embargo, su publicación es degradada, ocultada o marcada ante su audiencia. Usted no se enfrenta a una condena judicial, sino a un silenciamiento y un castigo como los que se les hacían a los judíos en la Alemania nazi, obligándolos a llevar la estrella de David.

Además, un shadow ban (ocultar su publicación a los demás, aunque quede "publicada" a sus ojos) no deja rastro, no permite réplicas y convierte su voz en un susurro.

Errores automáticos, daños reales

Pero sigamos. Imagine que, por un error de un algoritmo, su nombre queda asociado a una violación de normas que no ha cometido. Aunque se restablezca su cuenta días después, el daño reputacional ya está hecho; clientes que no vuelven, seguidores que desconfían, periodistas que citan el incidente sin aclaración. ¿Cómo se repara ese perjuicio si nadie asume la responsabilidad de la decisión automática que le afectó?

Normas arbitrarias y sin control

Imagine que, por vivir en un país o por pertenecer a un colectivo, la aplicación de las reglas es más rápida, más rígida o más opaca. Que el mismo contenido recibe un trato diferente según la plataforma. Que las normas internas cambian a mitad de partido y se aplican retroactivamente. ¿Con qué certeza construye usted su presencia digital si las reglas son móviles, arbitrarias y poco comprensibles?

Un laberinto sin salida

Imagine que ante un conflicto, usted consigue reclamar. Lo que encuentra es un laberinto: respuestas estandarizadas, enlaces circulares, plazos indeterminados. A veces logra que revisen su caso, a veces no. Rara vez sabe quién decidió. Y si decide marcharse, descubre que no puede llevarse ni su comunidad ni su reputación. La puerta de salida no lleva a ninguna parte si su audiencia sigue encerrada dentro.

Cuando desaparece la información

Imagine que el riesgo no lo sufre solo. Piense en periodistas, investigadores, artistas y profesores. Piense en bibliotecas, hemerotecas, foros y asociaciones que, de pronto, son borradas de la existencia con un clic. La historia reciente muestra que la información desaparece fácilmente cuando depende de políticas privadas sin garantías ni transparencia.

Un poder sin rendición de cuentas

En el mundo digital, las consecuencias son masivas, pero las garantías son escasas. Cuando una plataforma decide quién habla, qué se ve y qué se monetiza, ejerce un poder que afecta a los derechos fundamentales. No se trata de pedir censura estatal, sino de exigir garantías mínimas, notificaciones claras, acceso al expediente y posibilidad de recurso ante un órgano independiente.

Ese marco no anula la libertad empresarial. Establece que donde hay poder estructural sobre la conversación cívica, debe haber límites, trazabilidad y controles. Que el usuario pueda saber por qué se le sanciona, cómo defenderse y cómo reparar el daño.

Feudalismo digital y falta de garantías

Tal vez usted no tema ser expulsado mañana. Tal vez piense que "si cumple las normas", nada le ocurrirá. Pero las normas cambian. Los sistemas fallan. Los algoritmos se equivocan. Y cuando la única respuesta es un correo automático, la indefensión es total.

Parece mentira que, a estas alturas del siglo XXI, haya voces clamando un mínimo de legalidad y rendición de cuentas en los servicios digitales. Si mañana le toca a usted, ¿qué mecanismos preferiría tener a su alcance? Las garantías se construyen antes de que llegue el problema, no después.

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