La peor película del año
UBTO, una vulgar y mal construida apología del terrorismo de extrema izquierda, es una película infame sin que aparezca lo excelente por ningún lado.
En Una batalla tras otra (UBTO) Paul Thomas Anderson (PTA) nos ha ofrecido un retrato involuntario del espíritu de la época en la izquierda norteamericana, que podríamos sintetizar en su decepción por el fracaso del intento de asesinato de Donald Trump y su entusiasmo por el éxito del atentado contra Charlie Kirk. Envuelta en una espiral de delirios, propaganda y violencia, la izquierda norteamericana fantasea con ser como Leonardo DiCaprio, el protagonista de UBTO, un terrorista malhablado y pueblerino que se cree un luchador por la libertad, asaltando centros de detención de inmigrantes ilegales empuñando metralletas y "fuckings" como si fuesen personajes de una película de Tarantino. Sus enemigos son una secta de hombres blancos, racistas y heterosexuales que odian todavía más a los negros que a los homosexuales.
La referencia explícita de PTA es La batalla de Argel, de Pontecorvo, una obra maestra cinematográfica en la que el italiano describía analíticamente el enfrentamiento entre los terroristas argelinos que luchaban por la independencia de su país y los militares franceses que no hacían ascos a técnicas igualmente sucias. Pero, en realidad, PTA no ha podido elevarse a la altura cinematográfica de Pontecorvo y no ha hecho sino imitar otra película del italiano pero de resultado desigual: Queimada, una película cansina y adoctrinadora en la peor tradición del cine politizado, que no político.
Se podrá criticar la perspectiva excesivamente pasional de Carlos Boyero, el crítico cinematográfico de El País, pero hay que reconocerle que su amor por el cine le impide caer en la habitual perspectiva sectaria de los críticos de izquierda, que anteponen el mensaje políticamente correcto a la excelencia cinematográfica. Boyero no ha caído así en la trampa ideológica que tiende PTA y ha calificado sumariamente UBTO de cine aburrido con pretensiones artísticas y coartadas políticas. Por el contrario, los previsibles críticos de The New Yorker sostienen que la representación entre activistas militantes (quieren decir "terroristas", pero no se atreven porque son "sus" terroristas) y supremacistas blancos refleja el estado de la nación estadounidense, ¡pero que se queda corto! Es decir, en la mente de los críticos "neoyorquinos", Estados Unidos está en plena deriva nazi, lo que, si fuese verdad, justificaría embarcarse, como Leonardo DiCaprio, en una acción de "militancia activa". O, dicho de otro modo, mientras comen palomitas y beben Coca-Cola en la sede de The New Yorker, saborean la sangre de Trump y Kirk, a los que ven en el retrato histriónico, entre lo ridículo y la sobreactuación, de un Sean Penn que interpreta a una mezcla entre Goering y Ed Gein. Fantasmagorías abstractas al servicio del onanismo político de una izquierda que se ha visto sorprendida y sobrepasada por la figura de Donald Trump, alguien al que desprecian al tiempo que adoran porque querrían alguien así, autoritario y sin escrúpulos, pero de su lado. Tuvieron en su día a Franklin Delano Roosevelt, pero ahora se tienen que conformar con fantasmas seniles e islamistas sonrientes. Otro crítico de cine reconocía sui generis el fracaso que es la película, solo salvable por la necesidad de salvar la moraleja contra los hombres blancos, heterosexuales y cristianos que configuran el hombre de paja de la intelligentsia de la izquierda intelectual: "A través de todas estas inconsistencias, ausencias, disonancias y contradicciones, surge una coherencia general." Se lo traduzco: la película no hay por dónde cogerla, pero a la fuerza hay que adoctrinar.
Sería interesante un análisis psicoanalítico de las fantasías sobre sexo racializado de PTA, que parece salido de la sátira afroamericana sobre progres blancos que pretenden que para ellos la raza no importa, Get Out, de Jordan Peele. Pero vamos a centrarnos en lo principal: la falta de auténtica dimensión política en los atentados terroristas de los protagonistas y la deshumanización de los adversarios que practica PTA, reducidos todos a un estereotipo tan simplista como peligroso. Sin necesidad de reflexión, solo queda la acción brutal que PTA justifica en la secuencia final, cuando una bella inocente asesina a sangre fría por el simple hecho de que sus lágrimas lo justifican todo.
En la historia del cine hay magníficas películas infames, desde la racista El nacimiento de una nación, de Griffith, a la nazi El triunfo de la voluntad, de Riefenstahl, pasando por la maoísta La china, de Godard: orgullosas representaciones magníficamente filmadas de la discriminación racial, el nazismo y el comunismo. Pero UBTO, una vulgar y mal construida apología del terrorismo de extrema izquierda, es una película infame sin que aparezca lo excelente por ningún lado. A diferencia de las magníficas películas infames, el esteticismo de PTA —un lastre en toda su carrera, solo que disimulado porque tocaba temas morales íntimos— le ha conducido a banalizar el mal, trivializar la violencia y, ya que estamos en una crítica de cine, a aburrir a las ovejas. Claro que es su rebaño, y le aplauden. En el pecado de ver la película y decir que la han disfrutado llevan la penitencia.
Dentro de la dimensión "progre" estadounidense, únicamente el escritor Bret Easton Ellis, autor de American Psycho y Menos que cero, se ha atrevido a señalar al fraudulento traje nuevo del emperador, criticando duramente el entusiasmo que rodea a la nueva película de Paul Thomas Anderson. En su último episodio del Bret Easton Ellis Podcast, el autor acusó a buena parte de la crítica de ensalzar el filme por motivos ideológicos más que cinematográficos.
Es sorprendente ver este tipo de elogios —lo siento, no es una buena película—. Todo responde a su ideología política. Es evidente que la consideran una obra maestra porque encaja con cierta sensibilidad progre.
Aunque reconoció ser admirador de Anderson —llegó a calificar Pozos de ambición como "quizá la mejor película de este siglo"—, el autor de American Psycho se mostró decepcionado con Una batalla tras otra, que muchos críticos han descrito como "una obra maestra que captura el espíritu político de la América actual".
Ellis incluso predijo que el filme será visto en poco tiempo como "una reliquia polvorienta de la era post-Kamala Harris", asegurando que su prestigio se sostiene más por "postureo" que por méritos reales. Ellis sí concedió ciertos elogios formales: destacó "la preciosa fotografía" y algunas secuencias, especialmente las que muestran al protagonista, Bob, intentando conectar con la resistencia subterránea. Sin embargo, insistió en que tanto críticos de izquierda como de derecha están malinterpretando el mensaje de la cinta. Uno de sus blancos directos fue la crítica de The New York Times, Manohla Dargis, quien calificó la película de "importante". Ellis replicó: "No, no lo es. No ha sabido leer el ambiente, en absoluto. No entiende lo que está ocurriendo en América".
El escritor concluyó su diatriba:
Hay una especie de moho progre en esta película que ya se siente rancio en octubre de 2025. Muy rancio. Lee un pequeño rincón de la habitación, pero no lo que realmente está pasando en el país.
Bret Easton Ellis, en el fondo, reivindica una crítica más libre y menos alineada políticamente. No cabe duda de que PTA es un gran director, pero en esta película ha puesto su arte cinematográfico al servicio de la agenda política. Lo que es legítimo, pero debe ser denunciado por aquellos que forman parte de la institución de la crítica, de la que solo se han salvado en la izquierda los mencionados Carlos Boyero y Brett Easton Ellis, capaces de no caer en el agujero negro del intelectual orgánico de Gramsci y el núcleo irradiador de Errejón. Ocasión una vez más para recordar que el sendero de la verdad y la dignidad suele pasar más por la escarpada cuesta del disenso que por la fácil ladera del consenso.
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