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Agapito Maestre

Memoria histórica y proyecto político

¿Qué hacer para combatir la manipulación socialista de la historia y de la memoria?

Europa Press

Porque soy de los que creen en la celebración de la vida, en las ansias del buen vivir, me resulta siempre rara la gente que se alegra por la muerte de alguien. No digamos nada de los que están obsesionados con culpar de la muerte de sus antepasados a partidos políticos del presente. Nunca he entendido cómo alguien puede festejar la muerte de nadie. Y menos todavía puedo comprender moralmente, otra cosa es el punto de vista político, a quien trata de imponerle a otros el festejo de la muerte de un ser humano. La conmemoración de la muerte de Franco por parte de los socialistas me resulta extraño, pero que se lo imponga a todos los españoles por vía del Gobierno es un despropósito inmoral, aunque tenga un importante significado político. Esa actitud muestra, en todo caso, cuáles son los cimientos "morales" de un programa político para mantenerse en el poder.

La celebración de los cincuenta años de la muerte de Franco, anunciada por Sánchez para el próximo año, me parece de muy mal gusto. Pero nadie eluda el asunto, o sea escurra el bulto intelectual, como si se tratara de algo programado por mentes enfermas. No, no, el tema planteado es, como la política en general, una dimensión de la historia, o sea, de lo que está pasando ahora mismo. No hablo de la historia como simple pasado ni de la historia hecha, sino de la historia haciéndose y la historia por hacer. Se trata de la historia como un ámbito donde el hombre crea entes, formas ontológicas; la propia historia y la sociedad, como ha visto con finura clásica el filósofo Cornelius Castoriadis, serían las primeras de esas formas. Guste o no es imposible eludir la historia; por eso, precisamente, nadie intelectualmente desarrollado puede pasar del asunto planteado por el Gobierno y, por supuesto, menos que nadie los partidos políticos que están enfrentados, es decir están en la Oposición a la actual coalición gubernamental que ha programado no sé cuántos actos para conmemorar la muerte de Franco.

La cosa es, pues, dura para la gente moralmente desarrollada, que celebra normalmente la alegría de vivir y nunca la pena del morir. La propuesta del Gobierno de Sánchez para 2025 suena a cosa macabra. Roza los delirios más oscuros del ser humano. Porque además pretende "recordar" algo que aún no hemos olvidado por completo, la Guerra Civil, me parece que la propuesta gubernamental desborda los límites de la moral colectiva de una sociedad civilizada. Pero, a pesar de nuestras quejas más o menos morales, hemos de reconocer que la veneración de la muerte, de la terrible parca, es una de las grandes bazas ideológicas del gobierno de Sánchez, fiel seguidor de las viejas maldades políticas y morales instauradas por Rodríguez Zapatero, y continuadas por Rajoy (sic), ¿o quizá el Ejecutivo del PP, presidido por Mariano Rajoy Brey, derogó la ley de Memoria Histórica del año 2007?, tampoco he oído nunca a Feijóo decir que, si llega al poder, terminará con la ley de Memoria Democrática, del año 2024, que constituyen, en mi opinión, las bases ideológicas clave de Sánchez para manipular no sólo el pasado sino también el presente con la ambición de determinar el futuro.

En este contexto histórico de odio sanchista a la reconciliación entre españoles, o sea en el intento sanchista por clausurar definitivamente de la gran aportación de la Transición española, y de agitación de los más bajos instintos de las personas, la propaganda anunciada por Sánchez para el próximo año sólo puede interpretarse como una invitación a un nuevo aquelarre inmoral y feo para que los españoles sigan alimentando odios y rencores. Resentimientos. Sin embargo, reitero, por muchos reparos morales que pongamos al planteamiento del Gobierno, nadie debería eludir la discusión histórica y política que plantea esa celebración. Otra vez, y aunque nos resulte fatigoso, se vuelve a la Guerra Civil, y de nuevo tendremos que insistir en lo obvio: sin verdadero olvido, como nos enseñó Nietzsche, es imposible el auténtico recuerdo. El recuerdo crítico del pasado es una de las operaciones más complicadas de un ciudadano normal por no hablar de los saberes, entre los que destaca la literatura y la historia, que tienen como primer objetivo organizar el olvido y ordenar el recuerdo. Jerarquizar olvidos y recuerdos siguen siendo una de las tareas más sutiles de las Humanidades. La historia, en verdad, no es sólo una ciencia de la memoria, sino también es un arte para saber entrelazar, cruzar y hacer dialogar a la memoria y el olvido.

La elevación del nivel de la conversación cultural sobre nuestro pasado es el asunto principal para enfrentarse a la simple ideología, la mentira bien envuelta en los medios de comunicación gubernamentales, del sanchismo que ya ha repartido el papel de los buenos y los malos. El PSOE ha impuesto una agenda histórica y política sin que el PP, por desgracia, haya reaccionado con la contundencia crítica que pudiera esperarse de un partido aspirante al Gobierno de España. No reaccionó ni en la época de Rajoy ni tampoco ahora en la Oposición. Antes por el contrario, pareció siempre esconderse en un moralismo cursi, o peor, hacerse el ofendido de alma bella, pero lo cierto es que nunca nos ha ofrecido con claridad y distinción cuáles son los saberes imprescindibles del pasado para construir una propuesta política, y tampoco nos ha dicho cómo deberíamos (sic) recordar y qué sentido debemos dar a nuestro pasado. Sé bien que la memoria es asunto singular y subjetivo, casi íntimo, en el que no debería entrar la ideología de los partidos políticos, y que la historia debería ser antes objeto de estudio científico que de luchas partidarias, pero ahora estamos en otro nivel. Se trata ni más ni menos de que el conocimiento, el saber histórico, ha sido prácticamente devorado por el poder político, o peor, gran parte de la "historia" académica de España está al servicio de los poderosos. Desmontar eso exige entrar por todas partes, naturalmente, siempre respetando la esfera de privacidad e intimidad de los individuos.

La cuestión no es, nunca lo ha sido, sencilla, porque la ideología gubernamental, sobre todo desde 2004, ha penetrado en todas las instituciones educativas y culturales, pero el esfuerzo del PP por enfrentarse a esa ideología es blandito, por no decir que en muchos casos ha terminado allanándose a lo políticamente correcto. Es cierto que no existen fórmulas claras y distintas sobre cómo organizar la historia y jerarquizar los olvidos y la memoria, en realidad, ésta y no otra es la gran batalla cultural, pero nadie en su sano juicio puede decir que el PP la haya dado. Pareciera que desde la época en que Esperanza Aguirre dio la batalla de las Humanidades en general, y de la Historia en particular, el partido de Feijóo sólo ha dado palos de ciego. Por lo tanto, de fracaso en fracaso, nadie se haga ilusiones sobre la batalla cultural que pudiera dar el PP.

Es obvio que el PSOE se ha adelantado a todos en este campo. Lleva la iniciativa. Y, en este contexto, ha planteado la conmemoración del 50º aniversario de la muerte de Franco. ¿Qué hacer para combatir la manipulación socialista de la historia y de la memoria? Pues eso, lo que acabo de apuntar. Dar la batalla cultural, en múltiples frentes, para alcanzar verdades indubitables. Mencionaré sólo tres ámbitos de combate cultural. Primero, como hago aquí, es menester ser espuela de la Oposición, especialmente del PP, que debe reaccionar contra el cúmulo de mentiras y despropósitos del sanchismo. En segundo lugar, es urgente reconocer y darle divulgación por tierra mar y aire a la literatura y la historia crítica que, desde el 2004 hasta ahora, se ha generado contra la ideología de la Memoria histórica y Democrática. Y, en tercer lugar, todos los que nos dedicamos a la escritura deberíamos hacer un recuento, aunque fuera muy provisional, sobre nuestra pequeña o gran aportación al conocimiento crítico de la historia de España y ponerla, otra vez, a discusión pública de quienes pretendan construir un proyecto de vida en común.

Por lo que se refiere a la producción crítica contra la llamada Memoria histórica y democrática, leyes ideológicas de la misma ralea totalitaria que la Ley de Defensa de la Segunda República de 1931, no hay tantos libros como uno pudiera pensar, pero hay algunos muy buenos. Pongo en lugar destacado, entre la literatura de autor, el de César Alonso de los Ríos: Yo tenía una camarada. El pasado franquista de los maestros de la izquierda (Áltera); y sobresaliente es, entre la literatura de partido, aunque muchos de los autores no son hombres de partido y menos de secta, el libro "Memoria histórica", amenaza para la paz en Europa, publicado al amparo de VOX y en el que participan los siguientes autores Hermann Tertsch, Francisco José Contreras, Stanley G. Payne, Fernando Sánchez Dragó, Pedro Carlos González Cuevas, Angel David Martín Rubio, Alfonso Ussía, Jesús Lainz, Luis E. Togores, Miguel Platón, Javier Barraycoa, Alberto Bárcena, José Manuel Otero Novas, Jesús Palacios y Pedro Fernández Barbadillo. El rigor histórico, según los editores, frente al memorialismo arbitrario es la gran apuesta de esta obra.

El asunto, sin embargo, no es saber exactamente cuáles son las principales funciones de la historiografía para tener una imagen más o menos objetiva del pasado, sino de buscar las bases mínimas de lo que debería ser una nación. El debate no es, pues, mirando al pasado sino al futuro. He tratado de plantear en términos filosóficos esta cuestión en tres libros, tres ensayos, que tomaban como puntos de referencia las obras de Herrera Oria (El fracaso de un cristiano. El otro Herrera Oria), Ortega y Gasset (El gran maestro) y Menéndez Pelayo (El gran heterodoxo). En ningún caso estos libros son biografías de esos personajes, sino ocasión para estudiar los fracasos de la idea de Nación española.

En un cuarto libro, Entretelas de España, después de pasar revista crítica a un número considerable de autores que han pensado la nación española, he vuelto a admitir que "hoy como ayer nuestro gran problema nacional es la cuestión de España". La respuesta a ella que ofrece Ortega sigue siendo, en mi opinión, viable, actual y filosófica. También comparte la plausibilidad de esa idea mi amigo y gran filósofo Juan Miguel Palacios, pero también yo comparto con él la duda que me plantea: "La concepción de la nación de Ortega como una idea práctica —muy tributaria, a su entender, de la propuesta por Renan en su célebre conferencia en la Soborna en 1882, como ‘plebiscito cotidiano’, aunque con menor atención a lo retrospectivo y mayor insistencia en lo prospectivo— es plausible. Una nación sería un atractivo proyecto compartido de vida colectiva. De manera que, si, como tú lamentas, no hay nación, no hay proyecto. Pero, incluso sí la hay, ¿qué proyecto es el nuestro?". Ahí está el toque.

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