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Juan Caldes

Antisemitismo y el precio de la libertad

Desde los ataques a sinagogas y centros comunitarios, hasta amenazas, pintadas, boicots y agresiones físicas, el antisemitismo ha crecido drásticamente.

Carteles señalando a miembros de la EJA en Bruselas. | EJA/Libertad Digital

El pasado viernes Bruselas amaneció con el barrio europeo empapelado de carteles con fotografías de diferentes representantes y líderes de la Asociación Judía Europea, organización donde tengo el placer de desempeñar mi labor como coordinador europeo. Hasta el momento seguimos esperando declaraciones del Gobierno belga y de la UE condenando estos señalamientos públicos así como una investigación penal exhaustiva. Las medidas de seguridad en las oficinas centrales de la organización han tenido que ser aumentadas.

Coincidiendo este hecho execrable con los ataques sorpresa de Israel contra el régimen iraní, la embajada israelí y organizaciones judías como la nuestra tuvieron que cerrar las oficinas hasta mediados de semana a petición del Ministerio del Interior belga, elevando la alerta antiterrorista al nivel 3. Es importante recalcar que estos eventos tuvieron lugar en tan solo el transcurso de esta semana. Bienvenidos a la nueva normalización del antisemitismo contemporáneo.

En los últimos años, Europa ha sido testigo de un preocupante aumento de actos antisemitas, en un contexto marcado por la intensificación de la guerra entre Israel y Hamás y ahora contra la República Islámica de Irán. Si bien los estallidos de violencia en Oriente Medio suelen tener repercusiones globales, esta nueva escalada ha provocado una oleada particularmente virulenta de antisionismo en ciudades europeas, afectando no solo a las comunidades judías, sino también a los principios democráticos fundamentales del continente: lo que empieza con los judíos nunca suele acabar ahí.

Desde los ataques a sinagogas y centros comunitarios, hasta amenazas, pintadas, boicots y agresiones físicas, el antisemitismo ha crecido drásticamente hasta alcanzar niveles que no se recordaban desde los tiempos sórdidos de la Shoá. En países como Francia, Alemania, Bélgica o el Reino Unido, las autoridades han reportado aumentos de hasta un 400% en incidentes antisemitas desde el recrudecimiento del conflicto según con el reporte proporcionado por la ADL, Anti Defamation League.

Este fenómeno no es nuevo. Cada vez que el conflicto en Medio Oriente se intensifica, parte del odio dirigido y de los estándares dobles contra el Estado de Israel se traslada —de forma ilegítima e injusta— a nosotros, los judíos en la diáspora. Por poner varios ejemplos, yo me pregunto, y no lo defiendo bajo ninguna circunstancia dicho sea por razones evidentes, por qué los ciudadanos rusos o azerbaiyanos que habitan en la diáspora no sufren de estos mismos ataques en las calles de Europa por el mero hecho de ser ciudadanos de su país, pese a que sus gobiernos tienen una relación "un tanto complicada con los derechos humanos" y frentes abiertos con sus respectivos vecinos. Los judíos europeos somos en su gran mayoría orgullosos sionistas, pero no somos israelíes. ¿A qué responde entonces que una proporción elevada de la comunidad judía tenga miedo a caminar por sus propias calles?

Frente a esta situación, la respuesta institucional ha sido más que decepcionante. Muchas palabras bonitas, pero las palabras se las lleva el viento. Ha llegado la hora de la verdad para tomar cartas en el asunto con acciones concretas. Algunos gobiernos han tomado medidas importantes, como el fortalecimiento de la seguridad o la adopción de estrategias nacionales para combatir el antisemitismo. Pero aún falta una respuesta unificada, contundente y sostenida.

Es esencial que todos los países de la UE, desde un punto de vista jurídico, vinculen la definición de antisemitismo de la IHRA en sus códigos penales, ya que esta definición permite entender cómo funciona el antisemitismo moderno que en la gran mayoría de casos está disfrazado de antisionismo. Es decir, la negación del estado judío o los dobles raseros a los que se ve sometido. Importante recalcar que esto no debe ser confundido con la crítica legítima al Gobierno de turno que haya en Israel.

Ha llegado el momento también de que se impartan seminarios y talleres a cuerpos y fuerzas de seguridad del estado a la par que a diferentes miembros del poder judicial para que puedan disponer de los mecanismos necesarios para saber combatir de una manera eficaz y contundente el antisemitismo que brota en nuestras sociedades. Estas son tan solo algunas de las medidas más urgentes y prácticas que se necesita llevar a cabo. Para eso es necesario que Europa salga de ese estado de anonadacion y complacencia constante del que se encuentra, sin querer ver ni aceptar que el viejo orden liberal mundial ha tocado a su fin.

Como bien apuntó esta semana durante la Cumbre del G7 el Canciller alemán, Friedrich Merz, Israel está haciendo el trabajo sucio por todos nosotros. Europa debe recordar, como bien dijo en su momento el gran Winston Churchill, que mucha sangre, sudor y lágrimas fueron derramadas para que las siguientes generaciones pudieran disfrutar de los niveles de confort y libertad de los que gozamos actualmente. El amor por la defensa del individuo fue el mayor precio y el gran sacrificio a pagar por esa gran generación que nos otorgó un mundo libre. Israel se ve ahora liderando a la civilización occidental ante un régimen teocrático fundamentalista islamista que lleva más de 4 décadas aterrorizando a medio planeta a través de la normalización de la violencia como arma para gobernar.

En tiempos de guerra, se necesitan más que nunca líderes con claridad moral. Hoy más que nunca las comunidades judías en la diáspora necesitan sentirse respaldadas por sus respectivos gobiernos. El antisemitismo es una amenaza no solo para los judíos, sino para toda sociedad democrática. Si Europa permite que este viejo virus que acarrea ya más de 2.000 años de existencia siga floreciendo y acampando a sus anchas, estará traicionando su memoria histórica y sus valores fundamentales.

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