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Santiago Navajas

Filósofos ante epidemias

La primera medida que debería tomarse en cualquier crisis es poner en cuarentena a los filósofos, y dejarlos salir solo cuando no haya peligro de que sus frivolidades causen un perjuicio irreparable en las mentes vulnerables. 

La primera medida que debería tomarse en cualquier crisis es poner en cuarentena a los filósofos, y dejarlos salir solo cuando no haya peligro de que sus frivolidades causen un perjuicio irreparable en las mentes vulnerables. 
Cordon Press

¿Hasta cuándo los filósofos van a considerarse a salvo de responder de las consecuencias de sus peligrosas sandeces encubiertas por jerga pastosa? Si malo fue que "el rey oculto del pensamiento", como llamaba a Heidegger su discípula Hannah Arendt, fuese nazi hasta el fin de sus días, peor fue el encubrimiento y la justificación de sus fechorías intelectuales por la mayor parte de la casta filosófica, que lo excusaba como si fuese un "idiot savant". Pero ante la plaga de filósofos también tenemos filósofos que nos ayudan a superar plagas.

Mucho se habla, y más se tiene que comentar, de lo sinvergüenzas, desinformados y siervos del poder que han sido muchos periodistas ante la conducta de criminalidad pública de Sánchez e Iglesias, los mismos que tratan ahora de escudarse en un supuesto sesgo retrospectivo y otras falacias para evitar pedir perdón y explicar su miseria profesional. Pero la vileza, narcisismo y psicopatía de buena parte de los filósofos les supera. Mientras en Italia rozaban los 3000 muertos, Giorgio Agamben, gurú de la izquierda anticapitalista, defendía que esto de la pandemia es un cuento y la alarma nacional no está motivada. Y Slavoj Zizek, autoerigido en bufón postmarxista, ve la crisis como una oportunidad de resucitar el comunismo, quizás porque estime que no serán suficientes los muertos del coronavirus que pretenda rematar a los que queden con el marxistavirus. Los filósofos cuando son buenos, son buenos, pero cuando son malos, son peores.

Sin embargo, démosle una opción a los buenos filósofos buenos, que los hay. Y algo análogo a una epidemia, un naufragio, es con lo que comparaba Ortega y Gasset la vida, anticipando al absurdo de Camus (al que trataremos luego)

"La vida es en sí misma siempre un naufragio… La conciencia de naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación. Por eso yo no creo más que en los pensamientos de los náufragos. Es preciso citar a los clásicos ante un tribunal de náufragos para que allí respondan ciertas preguntas perentorias que se refieren a la vida auténtica"

Haciendo caso a Ortega –el reverso luminoso, democrático, ilustrado y generoso del tenebroso Heidegger–, invoquemos a los clásicos ante nosotros, náufragos en esta tormenta vírica y gubernamental para aprender a desarrollar una vida auténtica de afecto, solidaridad, compromiso, prudencia y libertad social (el ensamblaje de la libertad individual con la responsabilidad colectiva).

El más grande, el más crucial, el más decisivo, Sócrates, también enfrentó una epidemia, la plaga de Atenas, que se llevó por delante a miles de griegos. Sin embargo, a diferencia de los millennials que andan llorando por las esquinas de su cultura de la queja, Sócrates no dejó que las fiebres tifoideas, que acabaron incluso con Pericles, le impidiesen fundar una familia y la metafísica occidental. Diógenes Laercio nos da un detalle de su carácter que nos viene que ni pintado en estos tiempos de enclaustramiento obligatorio por la pandemia, que al filósofo griego ni le hubiese rozado (era famoso por no emborracharse por mucho que bebiese y por no enfermar por todas las plagas que se cerniesen sobre la polis):

"Tanta era su templanza en la comida, que a pesar de que muchas veces hubo peste en Atenas, nunca se le contagió"

La plaga ateniense fue tan impactante que en el siglo I a.C. el poeta y filósofo romano Lucrecio terminó su poema filosófico De la naturaleza de las cosas con una sombría descripción de la misma. Pero lo que caracteriza a su obra, la de un epicúreo ateo y materialista, fue la advertencia precisamente contra el temor a la muerte y la atracción por los miedos irracionales que son convocados alrededor de la enfermedad y la destrucción.

"Preciso es que nosotros desterremos

Estas tinieblas y estos sobresaltos,

No con los rayos de la luz del día,

Sino pensando en la Naturaleza:

Mi voz la cantará con nuevo aliento."

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Lucrecio

El mensaje de Lucrecio es que la muerte no debe ser motivo de preocupación porque una vez que alguien muere ya nunca más volverá a sufrir ni, por supuesto, será juzgado por ninguna deidad ilusoria. Obviamente, Lucrecio sabe que no es fácil no temer a la muerte (el dolor asociado es otra cosa porque sí que está en este lado de la línea), por lo que debería ser nuestro principal desafío ético prepararnos para ella. Y no solo en tiempos como los actuales, en los que tenemos a la muerte más presente, sino permanentemente porque podemos morir al salir a tirar la basura, apuñalados por cualquier delincuente, mientras andamos preocupados por el coronavirus. Por ello, Lucrecio nos anima a cuidar nuestros cuerpos y nuestros espíritus en compañía de nuestros amigos y familiares, mientras podemos disfrutarlos.

Un filósofo muy socrático, por su sabiduría y humildad, fue Marco Aurelio –el emperador de Roma que combinaba la voluntad de poder de Julio César con la sabiduría de Sócrates y la humanidad de Jesús de Nazareth– vivió en el siglo II d. C. la Peste antonina, posiblemente una plaga de viruela, que mató a millones de personas y que fue uno de los factores de la decadencia del Imperio. En sus Meditaciones Marco Aurelio nos advirtió que hay algo peor que la enfermedad que mata también a los animales, aquella que mata la dignidad humana.

"¿Continúas prefiriendo estar asentado en el vicio y todavía no te incita la experiencia a huir de tal epidemia? Pues la destrucción de la inteligencia es una epidemia mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro. Porque esta epidemia es propia de los seres vivos, en cuanto son animales; pero aquélla es propia de los hombres, en cuanto son hombres."

Michel de Montaigne recogió el testigo de Sócrates, Lucrecio y Marco Aurelio en sus Ensayos. En una carta escribió "El 18 de agosto del año 1563, Étienne de La Boétie expiró. Tiene solo 32 años, 9 meses y 17 días de edad". Era su gran amigo, un gran humanista (favorable a la conciliación entre católicos y protestantes) y un gran liberal (su Discurso sobre la servidumbre voluntaria es un texto canónico sobre la libertad), al que dedicó una de las páginas más famosas de sus reflexiones, sobre la amistad

"Después de todo, lo que normalmente llamamos amigos y amistad son solo conocidos y familiaridades, establecidos por alguna ocasión o conveniencia, por los cuales nuestras almas conversan. En la amistad de la que hablo, se mezclan y se funden entre sí, de una mezcla tan universal que borran y ya no encuentran la costura que se les unió. Si me presionan para decir por qué lo amaba, siento que esto solo se puede expresar respondiendo: porque fue él, porque fui yo"

Boétie murió seguramente por la epidemia de la peste negra que asoló Europa durante un par de siglos. Montaigne mismo abandonó en 1585 Burdeos escapando de la peste y nos dio un consejo para sobrevivir que si lo hubiesen tenido en la cabeza Fernando Simón y Pedro Sánchez igual hubiesen decretado la alarma nacional y el aislamiento mucho antes

"Y, por tal motivo, soy poco proclive a las epidemias, que se contraen con el trato y que nacen del contagio del aire; y me he salvado de las de mi tiempo, de las que ha habido varias clases en nuestras ciudades y en nuestros ejércitos."

De igual forma, tendremos que estar atentos por si hay alguien -político, periodista o experto científico- que como el médico al que se refiere Montaigne es capaz de reconocer sus errores. Quizás algún científico. Entre políticos y periodistas pierdan toda esperanza.

"¡Cuántas veces nos ocurre que vemos a los médicos imputarse entre sí la muerte de sus pacientes! Me acuerdo de una epidemia que afectó a los pueblos de mi vecindad, hace algunos años, mortal y muy peligrosa. Cuando pasó la tormenta, que se llevó a un infinito número de hombres, uno de los médicos más famosos de la región dio en publicar un librito sobre la materia en el cual se retracta de haber empleado la sangría, y confiesa que ahí radica una de las principales causas del daño sufrido. Además, sus autores aseguran que no hay ninguna medicina que no tenga algún elemento perjudicial."

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Albert Camus (1913-1960)

Albert Camus en La peste imaginó como una bacteria transmitida por ratas llevaba una epidemia a una ciudad que quedaba aislada en cuarentena. El existencialismo de Camus no es nihilista, ni desesperanzado, ni cínico, ni cobarde, ni criminal. No es el de Jean Paul Sartre. La noción de absurdo que simboliza la plaga no quiere decir que la vida sea para Camus como para Macbeth "un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada, un absurdo furioso", sino que la vida no tiene sentido en sí misma por lo que cada uno ha de ser capaz de imaginar y aplicar un significado a su vida. Una tarea digna de Sísifo, el titán con un trabajo infinitamente rutinario pero al que Camus imaginaba feliz en la aceptación de su destino y en el cumplimiento de la misión. El protagonista de La peste de Camus no es por casualidad un médico, el doctor Rieux, un Sísifo que empuja bacterias ínfimas en lugar de rocas gigantescas, alguien práctico y comprometido no con ideas y demás fantasmagorías sino con el ser humano en su esencia más pura: el enfermo doliente. El mensaje de la novela se explicita al final del relato

"Algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio."

Pero la pandemia del Covid-19 también nos enseña sobre la política y muestra cuál es la principal fuente en el origen y crecimiento del Estado: la necesidad de coordinar un esfuerzo colectivo ante un peligro que amenaza a toda la sociedad. Que la seguridad y la estabilidad son también valores liberales lo explicó Friedrich Hayek en al menos dos textos. Ya cité Camino de servidumbre, ahora traeré a colación Derecho, legislación y libertad

"Puede lidiar (el Estado) con los efectos de desastres naturales como inundaciones, terremotos, epidemias… e implementar medidas para prevenirlos o remediarlos"

Y, de este modo, Hayek establece el modelo de relación Estado-Mercado correcto, da igual el tamaño: una esfera estatal de límites morales amplios y de eficiencia colectiva dentro de la cual opera la esfera del mercado y la libre competencia. Lo cual es justamente el modelo liberal de Adam Smith y el propio Hayek.

Recojamos en nuestras vidas el testigo de Sócrates, Lucrecio, Marco Aurelio, Montaigne, Camus y Hayek, los filósofos de la vida auténtica y plena, tanto en lo individual como en lo comunal, del vivir el aquí y el ahora enraizados en nuestros mayores y enfocados en nuestros jóvenes, para entre todos superar al mayor enemigo, que no son el virus y el gobierno sino el miedo y la falsedad.

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