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Amando de Miguel

Narcisos y puritanos

Un adulto narciso suele ser un adolescente que quiere seguir siéndolo. Un adulto puritano es un desengañado.

Mis fieles lectoras ya saben de mi distinción entre los integrados y los críticos. La polaridad se establece respecto a la relación con el poder. Por ejemplo, en la situación española actual, tan proclive a las dicotomías. Hay otra paralela o emparentada, más atenida a la significación, estrictamente, psicológica o íntima, entre dos tipos polares. Son los narcisos y los puritanos. Sigo utilizando el masculino genérico, pues esa es la norma del castellano, pero ambos tipos se dan en los dos sexos. Reconozco, una vez más, el gusto por las dicotomías, recurso muy cultivado por los filósofos, por lo menos, desde el bueno de Kant. A veces, puede ser, excesivamente, rígido, pero me arriesgo.

Los narcisos se sienten seguros y satisfechos con la posición que ocupan en el espacio social. Su estado natural es el vitalismo, la extraversión. Es un resultado, que se deriva de un sentimiento más amplio, seguramente, inconsciente o reflejo, cual es el atenuar, todo lo posible, el sentido de culpa. Una pizca de considerarse culposo acompaña, siempre, al hombre.  De ahí, el mito magnífico del pecado original en la tradición cristiana. Pero el narciso reduce al mínimo el sentirse culpable de las malandanzas de su pasado. Domina la capacidad de echar la culpa a los demás. Por eso, el narciso se sabe seguro, firme en sus convicciones, acertado en sus planteamientos. Se sitúa, idealmente, en el centro del mundo, es decir, de su mundo. El narciso no se arrepiente de nada. Es una frase que se atribuyen a sí mismos muchos famosos, cuando son entrevistados.  O también, “volvería a hacer lo mismo”, si fuera posible empezar de nuevo. Es la manifestación de una actitud optimista ante la vida.

Los puritanos, como tipo ideal, forman el otro polo. Andan, siempre, abrumados por todo tipo de remordimientos, por haber hecho tan mal las cosas. Su estado natural es la melancolía. Su sentido de culpa puede llegar a ser lacerante. De ahí, se deriva su visión pesimista de la sociedad y, desde luego, del Gobierno, de las creencias establecidas. Ni por pienso, se les ocurre declarar que no se arrepiente de nada. Antes bien, son innúmeros los fallos de los que se acusan, casi siempre, de manera tácita, casi inconsciente. Los puritanos gozan poco de la vida, aparte de su trabajo o estudio, tareas sobre las que se concentran, como si constituyeran una misión impuesta.

Como se puede suponer, resulta difícil un buen entendimiento entre un narciso y un puritano. Ambos pueden ser inteligentes y afectivos, pero tales cualidades no son suficientes para “empatizar”, como ahora se dice.

Los narcisos suelen ser ostentosamente extravertidos; se dedican, minuciosamente, a llevarse bien con los demás. Son maestros en cultivar afectos, al menos, buenas relaciones. Suelen disponer de aldabas para llamar a cualquier puerta. Despliegan las características asociadas con el liderazgo.

No es de extrañar, por tanto, que los narcisos se sitúen, naturalmente, a la cabeza de las organizaciones, donde actúan. Los políticos destacados suelen dar el tipo de narcisismo más cultivado. Pero también pueden representarlo los fieles seguidores, los más cercanos a ese líder.

Los puritanos son el envés de los narcisos. Con una diferencia: los narcisos no suelen percatarse bien de que lo son, mientras que los puritanos sí parecen conscientes de la tribu a la que pertenecen. Me refiero, siempre, a tipos ideales, puros, extremados. Luego, en la realidad, se producen mixturas, más o menos, realistas. La polaridad apuntada sirve para entender la realidad de la naturaleza humana; no es tanto la realidad misma.

Está por ver si una persona, a lo largo de su vida, puede combinar loas dos tipos analizados. No es corriente pasar de uno a otro polo, suponiendo que se adscriban, nítidamente, a uno de ellos. Hay muchos individuos grises, que no se polarizan en ninguno de los dos extremos señalados. Digamos que, en la sociedad, las personas se identifican más con ciertos rasgos de uno u otro polo. Recuerdo que, en buena lógica, polos son solo dos y opuestos. La calificación de multipolar, que ahora se estila tanto, no tiene mucho sentido. El polo tampoco suele ser un punto, un lugar fijo, sino una nube de puntos, una zona donde se encuentran. Esa imagen física nos sirve para calibrar mejor la dicotomía psicológica entre narcisos y puritanos.

No hay ninguna evidencia sobre qué ambientes (familiares, sociales, étnicos) propician la constitución de los dos tipos polares reseñados. Se trata de un misterioso factor de personalidad; por tanto, la influencia es, estrictamente, psicológica. Puede que funcione un doble efecto de azar y de tanteo (prueba y error). Por alguna razón, ciertos jóvenes desarrollan trazas dominantes de narcisismo o de puritanismo. Cada uno de ellos advierte que tal personalidad les resulta atractiva. Por tanto, pasan a cultivarla. Un adulto narciso suele ser un adolescente que quiere seguir siéndolo. Un adulto puritano es un desengañado.

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