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Zoé Valdés

Savater y 'Rosa rosae rosam'...

Después de leer y releer a Antonio Escohotado, he seguido haciendo relecturas, ahora releo a

Después de leer y releer a Antonio Escohotado, he seguido haciendo relecturas, ahora releo a
Isabel Díaz Ayuso, imponiendo a Fernando Savater la Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo. | EFE

Después de leer y releer a Antonio Escohotado, he seguido haciendo relecturas, ahora releo a Fernando Savater. Releer a escritores y filósofos que marcaron nuestras vidas resulta fascinante; la experiencia tomada como aventura suele ser más que edificante, porque los ángulos de análisis varían según la edad, el crecimiento intelectual y los sitios atesorados por la memoria.

A Fernando Savater se le relee como a Guillermo Cabrera Infante y a Mario Vargas Llosa, su atemporalidad se traduce en eternidad, su sabiduría en belleza. Son autores de una magnificencia inextricable e incomparable que diera la idea de ser cada vez inédita, única, excepcional.

El otro día oí y vi el vídeo con el breve discurso de Fernando Savater al recibir de manos de la presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, la condecoración de la Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo; no he sentido mayor sensación de ser impregnada por la verdad que al seguir atenta sus palabras. La naturaleza y naturalidad de un orador se mide se mide por su seriedad y sensibilidad, y serían pocas si detrás no hubiese conocimiento. En este caso lo hay y a chorros, sin tanta "escombrera", que diría una amiga. De esa gallarda sencillez surge la gran poesía.

Savater es un filósofo y un poeta. Alguien que se permite citar a un poeta inglés, a quien seguramente pocos en el público leyeron, pero que lo hace muy seguro de que al citarlo brindaría a muchos el deseo de hacerlo, no puede ser más que un hombre bueno y un excelente pedagogo (para nada divorciado con la poesía cuando la pedagogía representa su verdadero origen, el de la enseñanza); esa es la verdadera cultura y su difusión a través de la transmisión individual, mediante la majestuosidad del pensamiento.

Otro momento de intensidad en el evento madrileño ocurrió cuando el cineasta José Luis Garci fue también distinguido, entonces esta incuestionable gloria de la cinematografía internacional se acercó al escenario y, descrito con palabras tan certeras como las que pronunció Ayuso, "esta medalla reconoce que, en nuestro país, José Luis Garci es el cine", mostró su hidalguía con la discreción que caracteriza su genio.

De la belleza de toda una obra a la belleza de quien entregó los premios. Ayuso no es de una deslumbrante y monumental hermosura, pero tiene lo que contadas mujeres poseen, arrojo, en una personalidad que trajea y engalana su carácter. Iba de rosa. Tan de rosa iba que mi amigo, el escritor Juan Abreu, no pudo retenerse (¿por qué iría a hacerlo?) y escribió lo siguiente:

Lo más importante (desde un punto de vista estético, moral y civilizatorio) que sucedió ayer en España fue el vestido rosa de la señora Ayuso. Quiero decir la señora Ayuso dentro de ese vestido. La señora Ayuso dentro de ese vestido es la Ilustración…

Comprendo a Abreu…

Pero más comprendo a Ayuso, hasta en los pequeños detalles se supera. A mí también me ha dado por vestirme de rosado desde que la Marquesota de Galapagar pretendiera que las niñas no debían ser vestidas de ese color porque según su pobre e inculto criterio las definía con fragilidad frente a los varones. Después de aquella barbaridad hice hasta un programa en YouTube explicando la significación del color rosa en diferentes culturas y para los antiguos griegos. Para ellos era el color del poder femenino. "En la antigua Grecia, la rosa fue dedicada a la diosa del amor Afrodita. Con coronas de rosas adornaron a las novias, las derramaron en los recién casados. Los griegos creían que la rosa blanca resultaba de la espuma que cubría a la naciente Afrodita, diosa del amor y la belleza…". De ahí vincularon la rosa rosada con la carnalidad.

Otra gran mujer, cubana esta vez, creó la rosa de color carne, me refiero a Catalina Lasa. Su rosa lleva su nombre. La leyenda cuenta que mezcló sangre menstrual con tierra cubana y la sembró en París, donde vivía y donde inspiró con su entereza al mismísimo Lalique.

Ayuso lleva nombre de tango, que diría, mejorado, el título del libro de Almudena Grandes, pero yo en cambio prefiero citar al memorable tango de Jacques Brel "Rosa rosae rosam…". Que tan exquisitamente describe la fuerza femenina en su momento cumbre de esplendor e inteligencia: Ayuso y su vestido rosa sólo comparable a esta joya de humor y de creación musical del artista belga.

Felicidades a todos los premiados, y a Madrid, hoy más liberada que nunca.

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